
Ha llovido mucho desde que Portugal tuvo un papel decisivo en la historia mundial. El tratado de Tordesillas, que dividió el mundo no europeo entre España y Portugal en 1494, fue probablemente su última gran aportación, e incluso aquella vez no terminó demasiado bien. Ahora podría saltar a la palestra internacional otra vez, acabando con el euro.
Un golpe terminal
Grecia ya está quebrada, con un impago descontado por el mercado, pero Portugal se encuentra en la misma posición, aunque con un poco más de mecha. También se desliza hacia el impago inevitable de sus deudas y, cuando eso ocurra, asestará un golpe político terminal a la moneda única, causando unos daños al sistema bancario europeo que podrían resultar catastróficos.
Los problemas de Portugal se conocen hace tiempo. Ya en mayo de 2011 se convirtió en el tercer país de la Eurozona que tuvo que ser rescatado. Cuando los rendimientos de los bonos se hincharon más allá del fatídico nivel del 7%, se le obligó a pedir un paquete de rescate valorado en 79.000 millones de euros. El Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea entraron con la fórmula que habían pulido hasta la perfección en Grecia: grandes subidas fiscales, reducción del gasto, recortes salariales y una pizca de reformas estructurales. Al país (uno de los miembros más pobres de la UE, con un PIB per cápita de sólo 21.000 dólares, muy por debajo de los 26.000 de Grecia) se le asignó el objetivo de reducir el déficit al 4,5% en 2012 y al 3% en 2013.
¿Las medidas tomadas funcionan?
¿Cómo está funcionando? Prácticamente igual que en Grecia. Es decir, no demasiado bien. Está previsto que la economía helena caiga un 6% este año y la lusa no se quede atrás. Citigroup prevé que Portugal se contraiga el 5,7% en 2012 y otro 3% en 2013.
Subir impuestos empuja a una mayor parte de la economía fuera de los libros contables (un estudio de la universidad de Oporto ha descubierto que la economía sumergida, que no paga impuestos, creció un 2,5% el año pasado y ya representa una cuarta parte de la actividad económica portuguesa). Y no tiene sentido esperar que la situación cambie pronto porque, sencillamente, las empresas del país no pueden sobrevivir pagando los impuestos que se les imponen.
¿El resultado? Las metas de reducción del déficit no se alcanzan. A principios de mes, el Gobierno revisó su previsión del déficit para este año del 4,5% al 5,9% del PIB. Si la experiencia griega sirve de algo, el objetivo seguirá revisándose al alza. La economía encoge, cae la recaudación fiscal, más y más personas se pasan a la economía sumergida con el único propósito de sobrevivir y el déficit sigue subiendo. En respuesta, la UE exige más y más austeridad. Y eso sólo significa que la economía seguirá encogiendo aún más deprisa. Es un círculo vicioso. Si alguien sabe cómo salir de él, que lo diga.
Standard & Poor's ya ha rebajado la deuda portuguesa por debajo del nivel de inversión, pero las bajadas de nota no se han acabado aún. Los rendimientos de los bonos apuntan hacia arriba. Hace unos días pasaron del 14% y probablemente subirán mucho más. Los títulos griegos a 10 años ya rinden el 33%. ¿Hay algún motivo por el que los rendimientos lusos no vayan a alcanzar ese nivel? Ninguno.
Pero Grecia no es Portugal
Y eso importa. La crisis griega puede tildarse de caso especial, pero la de Portugal no. Allí no se amañaron las cifras. El país no se sumió en unos déficits masivos: en la fase previa a la crisis de 2008, la economía lusa presentaba unos desequilibrios por debajo del 3%, perfectamente acordes con las normas de la Eurozona. No fue irresponsable. El problema es que no ha podido competir dentro de una moneda única con otras economías mucho más fuertes y ahora ha sido arrojado por la Unión Monetaria a una brutal depresión, tan nefasta como cualquiera observada en los años 30. Será tan grave como Grecia o quizá más.
Mientras que el Gobierno griego pidió prestado mucho dinero y en su mayoría lo despilfarró, los consumidores y empresas griegas fueron relativamente cautelosos. Los lusos no. Según las cifras del Banco Internacional de Pagos (BIS), la deuda portuguesa total alcanza el 479% del PIB (frente al 296% de Grecia). Y eso se traduce en 783.000 millones de euros, frente a los 703.000 de Grecia.
Los bancos europeos están más expuestos a Portugal que a Grecia. En total, las entidades tienen una exposición de 244.000 millones de dólares a Portugal, frente a apenas 204.000 millones de dólares a Grecia, también según los datos del BIS.
¿Qué ocurrirá ahora?
Parece seguro que Grecia impagará en la primera mitad del año y la presión pasará seguidamente a Portugal. Tiene exactamente los mismos problemas, aunque peores. Si un país no puede pagar sus deudas, el otro tampoco. Y eso acarreará dos grandes consecuencias.
Primero, el sistema bancario de la Eurozona se verá muy afectado. La totalidad de la deuda lusa se debe a Alemania y Francia, aunque ésas son las cifras oficiales. Por lo visto, gran parte de la deuda privada, mucho más importante que la estatal, pertenece a bancos españoles, ya frágiles de por sí. ¿Podrán asumir las pérdidas? Tal vez, aunque yo no me apostaría mi última botella de vino de Oporto.
Después, se verá afectada la moneda. Que un país impague dentro de una unión monetaria puede verse como un accidente desafortunado. En toda familia hay alguna que otra oveja negra. Pero cuando el segundo cae, la cosa se pone seria. La teoría de que todo es culpa de unos cuantos Gobiernos irresponsables ya no se va a sostener, y la explicación alternativa -que el euro es una moneda disfuncional que está asolando el continente- ganará mucho más fuste.
El impago portugués desencadenará una retirada general de la Eurozona y, quizá, el hundimiento del sistema. Cinco siglos después, Portugal podría volver a saltar a la palestra de la economía global.