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Anatole Kaletsky: El acuerdo 'Merkozy' no vale nada

Y el ganador es... David Cameron. Con los mercados europeos hundidos tras la histórica reunión, Francia a punto de perder su calificación crediticia y el Parlamento alemán conmocionado tras el fracaso de Angela Merkel en cumplir su promesa de sanciones automáticas a las infracciones del umbral presupuestario, parece que el nuevo tratado de la eurozona no va a escribirse nunca, y mucho menos firmarse o ratificarse. En vez de aislar o debilitar la posición británica, el primer ministro ha salvado del ridículo y el descrédito a los tratados fundamentales de la Unión Europea.

A medida que se iban conociendo los detalles del pacto fiscal franco-alemán, se puso de manifiesto que la respuesta "exhaustiva" y "definitiva" a la crisis de la eurozona no era más exhaustiva ni definitiva que todos los acuerdos fallidos anteriores. La única decisión verdadera consistió en fijar otra reunión dentro de tres meses en la que, por obra de magia, se resolverán todos los insoportables contenciosos que dividen a Francia y Alemania. Hasta entonces, los ciudadanos de la eurozona y los inversores globales acertarán manteniéndose recelosos. Los motivos del escepticismo pueden agruparse en tres categorías: las finanzas, la política y la economía.

Empezando con las finanzas, el acuerdo de la cumbre fracasó burdamente a la hora de satisfacer los dos requisitos necesarios para restaurar la confianza en los acreedores de los Gobiernos de la zona euro y los depositantes de bancos griegos, italianos y españoles. En primer lugar, la eurozona debe convertirse en una verdadera unión fiscal. Segundo, el Banco Central Europeo debe ofrecer una financiación potencialmente ilimitada a los Estados más débiles del euro, acortando las distancias entre el calendario político de la creación de una unión fiscal, que llevará varios años, y la agenda del mercado, medida en semanas o meses. La cumbre fracasó estrepitosamente en ambos sentidos.

La unión fiscal necesaria para salvar el euro exigiría un control fuerte y centralizado de los impuestos, los gastos nacionales y el bienestar social, que es lo que quieren los alemanes y a lo que se resisten los franceses y los países del Club Med. Sin embargo, para tener siquiera una posibilidad remota de restaurar la estabilidad financiera, la unión fiscal también tendría que crear la responsabilidad colectiva de las deudas soberanas y de la solvencia bancaria en todos los países miembros. Eso es lo que los países mediterráneos necesitan urgentemente para tranquilizar a sus acreedores y depositantes bancarios, y también lo que Alemania se ha negado incluso a discutir. Para empeorar aún más las cosas, el proceso de unión fiscal no ha contado con el respaldo previsto del BCE. En lugar de aumentar el apoyo a Grecia, Italia y otros países, el Banco Central Europeo ha reducido su ritmo de compras de bonos. En vez de ofrecer a Italia y España créditos puente, el BCE ha tramado un estrambótico plan de préstamos encubiertos mediante un esquema disparatado que en cualquier otro contexto podría describirse como blanqueo de dinero.

El BCE anunció que ofrecerá a todos los bancos de la eurozona préstamos a tres años en cantidades ilimitadas a un tipo de interés de sólo el 1 por ciento. Los bancos podrán usar el dinero para comprar bonos emitidos por sus propios Estados, en la mayoría de los casos con un rendimiento del 6 por ciento o más, con cinco puntos de beneficio al absorber las deudas que sus Gobiernos decidan emitir en los próximos meses.

Dada la oferta de financiación ilimitada del BCE, el único tope de los bancos en sus adquisiciones de bonos será el miedo al default. Si los Estados griego o italiano impagan sus deudas, los bancos de esos países quebrarán de forma espectacular (aunque lo harían de todos modos en caso de impago de sus Gobiernos). Es decir, los incentivos para los directivos bancarios son jugárselo todo, arriesgar el capital en los mercados de deuda estatal y aprovechar al máximo las nuevas líneas de crédito del BCE.

Ante las incertidumbres

En cuanto al ámbito político, el tratado propuesto no hace más que exacerbar las tensiones e incertidumbres que amenazan la cohesión en la eurozona. Pensemos en algunas de las preguntas que plantea el tratado y que nadie, de momento, puede contestar.

¿Ratificarán los 17 países del euro el nuevo tratado? ¿Y cuánto tiempo llevará? ¿Podrá Irlanda evitar un referendo justo cuando sus ciudadanos consideran a Europa una potencia colonial muy hostil? ¿Quién exigirá el cumplimiento de las disposiciones del tratado si la exclusión británica significa que los 17 no pueden recurrir al Tribunal Europeo, la Comisión y otras instituciones de la Unión? ¿Introducirán todos los miembros del euro los techos de deuda al estilo alemán en sus Constituciones para satisfacer a los tribunales germanos? Y si un Estado no cumple, ¿será expulsado en el acto del euro, o qué otra sanción puede imponerse que tenga credibilidad?

Y peor aún, ¿cómo interactuará el acuerdo con la política francesa? Con las elecciones presidenciales en mayo, ¿qué ocurrirá si los dos oponentes al presidente Nicolas Sarkozy (Marine Le Pen y François Hollande) denuncian al bautizado como pacto fiscal por traicionar la soberanía y democracia galas? En ese caso, el acuerdo del viernes 9 de diciembre no valdrá ni el papel en que está escrito hasta los comicios del 6 de mayo.

Austeridad alemana no puede funcionar

La tercera objeción al acuerdo Merkel/Sarkozy es su incoherencia económica. Imponer la austeridad alemana a todos los miembros de la eurozona no puede funcionar por razones de aritmética y macroeconomía. Incluso si el pacto fiscal pudiera ponerse en práctica de inmediato y aunque el BCE lo respaldase con apoyo monetario, fracasaría porque agrava las pesadillas económicas del desempleo y el estancamiento del sur de Europa, Irlanda y, en último término, también de Francia y Alemania.

Es aritméticamente imposible que todos los países en la eurozona se escapen simultáneamente de la crisis de la deuda a base de deflación. En ese aspecto, por lo menos, la enseñanza principal de Keynes en los años 30 (que los trabajadores y contribuyentes son también clientes) sigue siendo tan de actualidad hoy como entonces. Al imponer austeridad permanente a toda la eurozona, el pacto fiscal o la unión fiscal garantizaría una depresión persistente, y eso, a su vez, asegura que el tratado supuestamente acordado el 9 de diciembre no verá nunca la luz.

Anatole Kaletsky. Director adjunto y jefe de Economía del diario The Times.

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