La Revolución Industrial convirtió en ciudadanos a muchos campesinos que buscaban un futuro lejos del campo. Desde entonces, el éxodo rural ha sido continuo y en la actualidad las ciudades concentran ya a la mayor parte de la población mundial, una tendencia que se acentúa en la UE Europea, con un 68% de la población, y que seguirá al alza en las próximas décadas.
Con la llegada del siglo XXI, la ciudad ha experimentado una nueva transformación. La revolución de las Tecnologías de la Información y la Comunicación ha precipitado un flujo de desarrollo urbanístico que busca el protagonismo de los habitantes de la ciudad. Los ciudadanos hemos pasado de ser meros espectadores a ser agentes activos que interactuamos a través de las redes que conforman los núcleos urbanos y de los servicios que ofrecen. Es la era de las smart cities o ciudades inteligentes.
Las TIC son la columna vertebral de este nuevo modelo de ciudad. El exceso de información se ha canalizado a través de sistemas de redes inteligentes que facilitan la participación ciudadana en la vida cotidiana de la urbe. En efecto, las telecomunicaciones y el telecontrol han transformado la gestión y la distribución de la energía, pero sobre todo han empezado a crear soluciones a los problemas derivados de las grandes aglomeraciones urbanas.
Uno de los aspectos que más preocupa en este sentido es el transporte. Este sector supone casi el 40% del consumo final de energía en España, más de un cuarto de las emisiones totales de CO2. Por eso, desde las administraciones y a través de las propias promociones de marca, se está potenciando una verdadera revolución de la movilidad inteligente, con subvenciones, beneficios fiscales y otras ventajas que hacen muy accesibles y rentables los vehículos híbridos o totalmente eléctricos.
Este nuevo modelo de transporte se suma a otras medidas con efectos a corto plazo en un proceso de cambio que es largo y costoso. La reciente ley de certificación energética, la integración de las fuentes de energía renovables en los hogares, la gestión de residuos y los nuevos modelos de gestión de la microgeneración eléctrica son beneficios que los ciudadanos perciben de forma clara y cercana como una transformación y un logro del nuevo modelo.
Estas políticas han hecho de la sostenibilidad y la ecoeficiencia dos factores constantes e indivisibles en la nueva era de la ciudad. Por eso, requieren de un compromiso firme, con una estructura de poder eficaz y eficiente, que fomente la participación transparente y democrática de los tres agentes de la smart city : ciudadanos, instituciones públicas y empresas tecnológicas, energéticas, de transporte y financieras. Es evidente que abrir el capítulo de financiación en el actual entorno de restricciones se antoja complicado, de hecho desde el comienzo de la crisis, las inversiones TIC se han reducido un 60% en el sector público, por eso es el momento de buscar fórmulas alternativas de cooperación.
Inversores privados, junto a las iniciativas de la administración, están tejiendo una red empresarial de base innovadora y tecnológica que se postula como una herramienta clave para el desarrollo de proyectos en estas ciudades del siglo XXI. De hecho, estas inversiones revierten positivamente en el tercer agente activo de la smart city , los ciudadanos, mejorando la productividad y la calidad de vida y de los servicios.
El aumento de la competitividad tiene una traslación directa en términos de desarrollo económico del país, por ello, es necesario aunar esfuerzos y elaborar un proyecto común donde la inteligencia se vincule necesariamente a la economía, al gobierno..., pero sobre todo, el adjetivo inteligente tiene que ser inherente al ciudadano. Sólo ellos, los ciudadanos inteligentes, podrán poner la ciudad a su servicio y crear, por tanto, verdaderas ciudades inteligentes.
Isabel Echevarría, Directora de Relaciones Institucionales de la Fundación José Manuel Entrecanales