La noticia de la muerte de Emilio Botín en la madrugada del miércoles fue una desagradable sorpresa que conmocionó ayer al mundo financiero. No es para menos, pues supone una gran pérdida en un momento en que la economía española precisa de personas con una demostrada trayectoria y una visión acertada de la realidad como las que el presidente del Banco Santander tenía.
A pesar de lo inesperado, don Emilio -contrariamente a lo que se decía-, tenía bien previsto su proceso de relevo al frente de la entidad. El objetivo era que se produjera una sucesión natural y tranquila, que no provocase alteraciones en el mercado. Los planes de Botín se han visto alterados por un inesperado fallo cardiaco que ha precipitado los acontecimientos. El banquero iba a anunciar antes de fin de año que su hija mayor, Ana Botín, iba a ser sucederle en un proceso que culminaría en 2015.
Pocas horas después del fallecimiento de Emilio Botín, el consejo de administración de Banco Santander refrendó su voluntad y eligió por unanimidad como nueva presidenta de la entidad a Ana Botín. El cambio de testigo se ha producido como mejor conviene a una entidad financiera: con rapidez y sin dejar resquicio a la más mínima incertidumbre.
Ana Botín deja de llamarse Ana Patricia. Un significativo reajuste de su nombre que expresa del mejor modo posible su paso del segundo plano al protagonismo de la presidencia del mayor grupo financiero de la eurozona y noveno del mundo por beneficios. Una herencia que supone en sí misma un desafío, cuando el banco acerca su capitalización a máximos. No son sólo las cifras del balance, sino la forma de hacer y el espíritu de trabajo y esfuerzo que imprimió Botín a la entidad lo que importa. Con estas herramientas, el finado banquero consiguió convertir una entidad que figuraba entre los siete grandes de la banca española -éste es el legado que en su día recibió don Emilio de su padre- en un grupo global.
Botín introdujo la competencia en el mercado financiero español con su Supercuenta y acabó con los pactos por debajo de la mesa, con los que las entidades de la época se repartían el negocio. Su lema fue comprar para crecer sin ponerle término. Tras la fusión con el Central Hispano convirtió al Santander en la primera entidad española y eso le dio alas para implantarse en Latinoamérica y comprar entidades británicas y holandesas, en una estrategia de suma y sigue. "El límite es el cielo", dijo en 2005.
Alguien con esta trayectoria irrepetible sabe que lo importante es la continuidad de su obra. Ana Botín representa a la cuarta generación de esta familia de banqueros al frente de la entidad. Una mujer dentro de una elite en la que no se prima el género sino el talento. La nueva presidenta del Santander puede acreditar méritos sobrados para ocupar su puesto. La trayectoria de Santander Reino Unido, la franquicia de la que era hasta ahora responsable, es espectacular y la mayor generadora de beneficios del grupo.
Pero, además, Ana Botín lleva muchos años en el grupo familiar, ocupando distintas responsabilidades en diferentes países. La nueva presidenta conoce a fondo todos los mecanismos de la entidad. La dirección de Ana Botín tendrá su propia impronta, pero lo que interesa a clientes, accionistas y empleados es su "total determinación" de seguir mejorando la trayectoria de la entidad. Su elección por unanimidad indica que el consejo de administración entiende que la llegada a la presidencia de la cuarta generación Botín es un claro indicio de tranquilidad y continuidad en la gestión.