A la tercera no fue la vencida, la huelga general convocada ayer por CCOO y UGT fracasó rotundamente porque los sindicatos no consiguieron el seguimiento mayoritario que se supone que deberían haber tenido en unas circunstancias tan difíciles como las actuales. La participación fue muy desigual, según los sectores y las autonomías. Hubo mayor impacto en la industria que en los servicios.
Apenas se notó en el País Vasco y el efecto fue mayor en Cataluña que en Madrid. Los funcionarios y trabajadores del sector público dieron la espalda a la convocatoria en un momento en que se ven muy afectados por los recortes. En conjunto, el consumo eléctrico descendió un 12,5%, menos que el entorno del 16% de las dos huelgas anteriores (marzo pasado y septiembre de 2011). Los sindicatos, al igual que sucede con los políticos, han perdido la credibilidad y muchos trabajadores consideran que responden a sus propios intereses.
Carecen de respuestas apropiadas a los problemas que les aquejan y, por tanto, sus convocatorias no aportan soluciones. Repetir la fórmula de la huelga general -un recurso extremo- en un intento desesperado de que por fin haya éxito, devalúa esta fórmula. Además, los trabajadores no pueden seguir perdiendo poder adquisitivo, ni renunciar al sueldo de una jornada. Sobre todo si tienen el convencimiento de que no servirá para nada, o sólo para empeorar una situación económica ya de por sí muy grave.
Los sindicatos deben reflexionar muy seriamente sobre su papel, cuando la respuesta a su convocatoria muestra que no son capaces ni de convencer, ni de ilusionar a unos ciudadanos que exigen coherencia y honestidad junto a soluciones eficaces para sus problemas.