Economía

A por la victoria más cara de la historia

George W. Bush, presidente de EEUU. Foto: Archivo
Bienvenidos al gran circo en que se ha convertido la última carrera electoral estadounidense para hacerse con el control del Congreso, que se renueva íntegramente, y el Senado, que sustituye a un tercio de sus miembros.

Una verdadera orgía de escándalos sexuales, promesas políticas, intereses empresariales y, por supuesto, dinero, mucho dinero. Una cifra desorbitada que podría llegar a alcanzar los 2.600 millones de dólares según las últimas previsiones.

Escándalos republicanos

En la salvaje, a la par que sorprendente, campaña electoral que podría devolver el control del Congreso a los demócratas tras 12 años sin capitanear la Cámara, no ha faltado de nada y ya hay quien asegura que los republicanos perderán cerca de una quincena de escaños sólo a golpe de polémicas. Cuatro de los asientos podrían perderse por las artimañas del lobbysta Jack Abramoff y sus fraudes fiscales que, cómo no, salpicaron a varios congresistas republicanos.

Los escarceos amorosos del ex congresista Mark Foley con los becarios menores de edad que inundan el Capitolio se cobrarían, al menos, cinco puestos. La media docena restante se perderían por otros asuntos como malversación de fondos y evasión de impuestos. Pese a este cúmulo de inconvenientes, tanto los liberales como los republicanos piensan que una considerable suma de dólares es el trampolín perfecto para captar el voto de los ciudadanos estadounidenses y, de paso, publicitar la carroña política de sus contrincantes.

La polémica vende; por eso, cada candidato ha destinado una media de 160 millones de dólares en airear los trapos sucios del enemigo, mientras que sólo 17 millones se han empleado en promocionar las agendas electorales propias de cada representante. Ambos partidos, sus candidatos y otras organizaciones han bombeado millones de dólares que les permitan hacerse con el número de asientos suficientes para el gobierno de ambas Cámaras sin tener que someterse al escrutinio de la oposición.

Los escaños necesarios

En el Congreso, con 435 asientos, serán decisivos 15 escaños para determinar si el partido de George Bush cae derrotado ante los demócratas. Por su parte, la mayoría en el Senado, formado por 100 escaños, depende de seis puestos y todo parece indicar que alguna de las Cámaras, actualmente ambas de mayoría republicana, caerá en poder de los liberales.

A día de hoy, si se suman los gastos en publicidad e iniciativas electorales, el presupuesto total supera los 2.000 millones de dólares, muy por encima de lo gastado en las elecciones presidenciales de 2004 y una cantidad que sobrepasa con creces el PIB de países como Belice o Sierra Leona. Según la Comisión Federal de Elecciones (FEC), a fecha de 18 de octubre, los dos partidos políticos principales de EEUU habían recaudado un total de 770 millones de dólares, mientras que los aspirantes a las cámaras del Capitolio acumulaban cerca de 1.140 millones de dólares.

Como puede deducirse, el dinero es la gran locomotora de las elecciones estadounidenses y los candidatos deben llenar sus arcas con la máxima cantidad de billetes para hacer frente a los costosos anuncios de televisión que capten la atención del público más apático.

El juego empresarial

En este tablero electoral, las grandes compañías estadounidenses juegan un papel muy importante. El corporate norteamericano siempre ha querido mantener un ten con ten, en especial a la hora de agraciar económicamente a los posibles legisladores, y siempre ha intentado tratar por igual a demócratas y republicanos aunque es verdad que siempre han tenido mayor debilidad por los conservadores.

Visto el curso de la mayoría de las encuestas, que proclaman una victoria demócrata, muchas compañías que atendían más a los republicanos han comenzado a cambiar su estrategia. De esta forma, el gigante farmacéutico Pfizer, el contratista defensivo Lockheed Martin, la firma de telecomunicación Sprint o Hewlett Packard se encuentran entre esos donantes que han decidido cubrirse las espaladas de cara a una legislatura liberal y han reforzado sus contribuciones al partido del ex presidente Bill Clinton, una mala señal para los republicanos, según han recalcado muchos medios norteamericanos.

Viejos y nuevos donantes

Desde que Bush ocupara la presidencia estadounidense en 2004, su Administración y el Congreso -controlado por los republicanos- han afrontado una reforma de las leyes sobre la bancarrota, han pactado el precio de los medicamentos de venta al público con los grandes laboratorios y han dado luz verde a iniciativas que han beneficiado directamente a las petroleras. Curiosamente, los mejor parados de las nuevas políticas y decisiones aprobadas por la Cámara han sido también los mayores contribuyentes para las campañas de Bush... y para sus rivales.

A diferencia de otros años, los demócratas cuentan en la actualidad con una suculenta fuente de donaciones. Con la llegada de Internet, los liberales han podido recoger una gran cantidad de dinero a través de pequeños apoyos de los ciudadanos. De todos modos, según la FEC, sólo una minoría de los americanos dona fondos para la campaña electoral de sus candidatos, siendo aproximadamente el 0,28 por ciento de la población adulta la que proporciona fondos superiores a los 200 dólares y un 0,04 por ciento los que donan más de 2.000 dólares. Aun así, en las pasadas elecciones presidenciales, el candidato demócrata, John Kerry, recaudó cerca de 80 millones de dólares gracias a los internautas.

Actores y mecenas

Por supuesto, el partido de Bill Clinton siempre ha apoyado el incremento de las recompensas judiciales, así como las ayudas a la industria del entretenimiento, algo que le ha valido para contar con una buena base de donantes entre la cantera de actores y directores de Hollywood, así como entre los bufetes de abogados más prestigiosos.

En el podio de los contribuyentes individuales con mayor contribución a las elecciones legislativas que se celebran hoy, se encuentra el filántropo y multimillonario George Soros que, a través de su fundación, ha contribuido con 2,9 millones de dólares a la campaña legislativa. Con todo, el principal protagonista es el tejano Bob Perry, cuyo apoyo a los candidatos republicanos alcanza la friolera de 5,15 millones de dólares.

De un tiempo a esta parte, las prohibitivas cifras que se manejan en las campañas electorales han hecho casi imposible pelear por un puesto en el Congreso, y aquellos candidatos que optan a la reelección de alguna de las Cámaras siempre juegan con ventaja frente a los nuevos oponentes a la hora de encontrar fondos para financiar sus aspiraciones políticas. Frente a las prácticas arraigadas en muchos países de Europa, en EEUU los partidos políticos no son la principal fuente económica que nutre de dinero las campañas estatales de los aspirantes a ocupar un puesto en el Congreso o en el Senado. Los candidatos deben recaudar fondos por su cuenta y sólo un contado número de casos especiales recibe ayuda directa de sus respectivas formaciones políticas.

El senador estadounidense, Mark Hanna, dijo en 1896 durante la campaña de William McKinley -que se considera la primera carrera electoral moderna de la historia del gigante de EEUU- que "existen dos cosas importantes en el campo de la política: la primera y fundamental es el dinero; de la segunda no puedo acordarme".

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