
La última mala noticia sobre la economía italiana llegó el miércoles pasado, el mismo día en el que Matteo Renzi se reunía con Angela Merkel para defender los logros de sus reformas, empezando por la reforma laboral. La tasa de desempleo de Italia cayó en julio al 11,4 por ciento, desde el 11,6 por ciento del mes anterior, pero se perdieron unos 63.000 puestos de trabajo. Es decir, la tasa de paro sólo disminuyó porque las personas que no pueden encontrar trabajo abandonaron el mercado laboral, no porque aumentaran los niveles de empleo. Se trata de un fenómeno preocupante reafirmado por Eurostat, que señala a Italia como el país europeo con más "trabajadores desanimados": un 37 por ciento de desempleados que en el primer trimestre de 2016 ha dejado de buscar empleo, el doble de la media europea.
Los últimos datos son una mala sorpresa para Renzi, que quiere utilizar las reformas del mercado laboral para obtener más flexibilidad presupuestaria en Bruselas. "He dicho a Angela Merkel que si hubiéramos hecho la reforma laboral hace 10 años, habríamos obtenidos resultados importantes para nuestro país", volvió a insistir el primer ministro.
En Italia se ha vuelto a abrir el debate sobre si la reforma laboral (que agiliza el despido) sirve o no para crear empleo. Sin embargo, el problema del país transalpino no es sólo el mercado laboral, sino la economía en su conjunto. Italia, que salió de una larguísima recesión en el primer trimestre de 2015, ha vuelto a caer en el crecimiento cero. Entre los meses de abril y junio, la economía italiana se ha estancado superando incluso los peores pronósticos que apuntaban a un mínimo 0,15 por ciento de avance (frente al 0,3 esperado por el Gobierno). La razón principal del estancamiento está en la industria, que retrocedió un 0,4 por ciento en junio con respecto a mayo y un 1 por ciento frente al año anterior. El crecimiento ha sido de un modesto 0,7 por ciento respecto al año pasado, cifra que contrasta con el 3,2 por ciento de España.
Si los trabajadores están desanimados, las empresas no parecen más optimistas. El 29 de agosto Istat reveló que el mes pasado la confianza de las empresas cayó del 103 al 99,4 por ciento (la primera vez por debajo de los 100 puntos desde febrero de 2015), mientras que la de las familias pasó del 111,2 al 109,2 por ciento, sobre todo por los problemas relacionados con la falta de empleo. Según la asociación de minoristas Confesercenti, el país transalpino se encuentra en una situación de "desconfianza casi estructural" que podría tener efectos duraderos sobre el consumo. De hecho, la recuperación italiana ha sido empujada sobre todo por la exportaciones.
El Gobierno ahora cruza los dedos a la espera de ver el efecto del turismo durante el verano, pero el tiempo apremia: el Ejecutivo tiene que presentar el 27 de septiembre una actualización de los datos del DEF, el Documento de Economía y Finanzas que es la hoja de ruta de la política económica de Roma. Los principales centros de estudios italianos apuntan a que las previsiones de crecimiento deberán reducirse drásticamente; es decir, que Italia seguirá con crecimiento cero hasta finales de año. Según ha explicado a la prensa italiana Fedele De Novellis, de la firma de análisis económica Ref: "El crecimiento cero en el segundo trimestre no parece un caso aislado. Las tendencias en la segunda parte del año deberían confirmar el estancamiento de la economía".
Es que además, como explica el director ejecutivo de otra firma, Nomisma, Andrea Goldstein, "pesimismo y nerviosismo aumentarán al acercarse del referéndum". Renzi tendrá que enfrentarse en octubre a una consulta sobre la reforma constitucional que transformaría el Parlamento de Roma, reforzando el Ejecutivo, y una derrota del primer ministro podría llevar a una crisis de Gobierno. Se trata de un círculo vicioso: con los datos económicos en empeoramiento, Renzi no sólo tiene que hacer frente a una campaña electoral cada día más difícil, sino también tendrá que incumplir muchas de las promesas hechas en los últimos meses, aumentando el riesgo de perder el referéndum.
Un crecimiento cero durante tres trimestres supondría para Italia un progreso del PIB en todo 2016 de tan solo el 0,6 por ciento (Istat prevé un más optimista 0,8 por ciento), la mitad de lo que había anunciado el Gobierno. Como consecuencia, también en 2017 la economía transalpina no conseguirá superar el 1 por ciento, frente al 1,4 por ciento esperado por el Ejecutivo. Un obstáculo para las negociaciones sobre los compromisos presupuestarios europeos que Renzi está llevando a cabo con Bruselas de cara a los Presupuestos para 2017. Su objetivo es encontrar 10.000 millones de euros de flexibilidad adicional para volver a estimular la economía sacándola del estancamiento antes de que el PIB vuelva a entrar en recesión.
El problema del objetivo de déficit
El crecimiento cero pone a Italia en una difícil situación frente a Bruselas: la Comisión Europea ya concedió a Roma, el año pasado una revisión del objetivo del déficit para 2017, llevándolo al 1,8 por ciento, frente al anterior 1,1 por ciento. Pero el Gobierno transalpino no quiere respetar ni siquiera este compromiso y apunta a mantener el déficit en el 2,3 por ciento (el mismo nivel de 2016).