Todo anuncia que tras el 26-J los dirigentes políticos tendrán que pactar. PP, PSOE, UP y C's están marcando sus preferencias políticas a la hora de constituir un Gobierno. Pero no será suficiente. Según las encuestas el próximo Ejecutivo es muy posible que en su interior tenga diferentes sensibilidades.
Además, tanto en ese caso, como si fuera monocolor, la matemática parlamentaria dice que sólo podría gobernar teniendo en cuenta y pactando con los otros grupos de la oposición. Dentro de los programas de cada fuerza política hay una serie de reformas que exigen un amplio acuerdo, al estilo de las de la transición política.
Entonces se resumieron en dos: la Constitución y los Pactos de la Moncloa. Si los partidos, o mejor dicho sus dirigentes, quieren regenerar la vida política, ahora necesitan pactar muchas cosas. Por citar sin ánimo de ser exhaustivo las materias que lo requieren son: educación, servicios sociales y sanidad, estructura territorial del Estado, política europea y exterior, reforma fiscal, administración de la justicia, mercado de trabajo (contratación, despido, medidas de asistencia en caso de desempleo, etc.).
Sin dejar de mencionar lo que de verdad conforma un sistema político en democracia: la ley electoral, sus circunscripciones y el sistema de reparto de escaños. Es decir, definir una segunda etapa democrática. Fui diputado con la UCD, participé directamente en la Transición; me siento orgulloso del proceso y sus resultados. Pero la España de los 70 no es la del siglo XXI, ni los españoles, ni Europa, ni el mundo son iguales.
Muchas cosas han cambiado y hay que poner a punto nuestro modelo de convivencia. Por eso son necesarios los pactos. A la hora de votar un análisis racional exige equilibrar dos factores: a) crear grupos parlamentarios suficientemente fuertes para liderar un cambio; b) capaces de pactar con todos los demás en las llamadas políticas de Estado. Ese es el desafío del 26-J.
