
El fantasma de la deflación ronda nuestras cabezas desde el año pasado, cuando se inició un periodo de caída continuada de precios, hasta el punto de que los países del área de la moneda común finalizaron 2014 en terreno rojo por primera vez desde 2009, muy por debajo del objetivo de inflación del BCE, situado en el 2%. El último dato conocido en España sitúa la caída del IPC en un 1,1% en febrero, octavo mes consecutivo en el que se están registrando descensos.
No obstante, repuntó dos décimas con respecto al mes anterior, debido principalmente a un crudo que empezó el mes en los 50 dólares y lo terminó en el entorno de los 60. No cabe engañarse: al constatarse esa relación entre la evolución del precio del petróleo y la del IPC, el temor a que España caiga en la deflación negativa, esa que viene provocada por un descenso de la demanda y de la actividad económica, se relaja. Conviene recordar que la causa más habitual de un proceso deflacionista es una caída importante de la demanda agregada.
La expectativa de descenso continuo de precios hace que el consumidor posponga sus decisiones de compra y por lo tanto atrase las decisiones de consumo. Como consecuencia, las empresas reaccionan aplazando sus inversiones. Los márgenes de las empresas se estrechan, lo que ocasiona salarios rígidos a la baja y menos empleo. La oferta de crédito baja y la actividad disminuye.
No es el caso en España y esto se confirma con el dato del IPC subyacente (sin incluir los carburantes y los alimentos frescos) que, en febrero, se situó en el 0,2% interanual. La tendencia bajista del precio del petróleo parece que ha terminado, por lo que todas las miradas estarán centradas en el comportamiento del euro, cuyo descenso constituye un motor inflacionista. A esto hay que añadir las medidas del BCE, encaminadas principalmente a debilitar aún más la moneda única.
Desde luego, la expansión del balance del eurobanco ayudará a rebajar los costes del crédito en la zona euro, elevará las expectativas de inflación y reducirá el riesgo de un periodo prolongado de baja inflación.
Preocupados por la inflación
Pero la preocupación por la inflación tampoco ha desaparecido completamente. Y si no que se lo digan a Rusia, donde su Banco Central ha decidido reducir su principal tipo de interés, en un gesto que refuerza su preocupación por la debilidad económica frente a la volatilidad del rublo y la inflación. En diciembre, el organismo elevó los tipos al 17% alegando que esta era una situación "crítica" y la urgencia por defender el rublo. La moneda rusa sufrió su peor desplome desde la crisis de 1998.
Por otro lado, EEUU se relaja ante la preocupación por la inflación, al poner fin a su tercer programa de expansión cuantitativa (QE3), después de tres años comprando deuda para inyectar liquidez al sistema. ¿Por qué la Fed decide llevar a cabo esta actuación en este momento? Porque la situación económica de EEUU se expande a un ritmo 'moderado', la inflación sigue por debajo de su objetivo del 2% a largo plazo, el gasto en los hogares aumenta moderadamente y la inversión fija empresarial comienza a avanzar. Pero entonces, cabe preguntarse cuál de los dos escenarios es peor: ¿con la inflación o con la deflación? En este caso, como en tantos otros órdenes de la vida, en el término medio está la virtud.