Economía

Cameron puede quedar señalado como el perdedor en el referéndum escocés

  • El proceso se ha convertido en una amenaza real para su supervivencia política
El primer ministro británico, David Cameron. EFE

David Cameron defendía todavía hoy su decisión de convocar la consulta en Escocia, pero la sombra de la rebelión era alargada ayer en Downing Street, desde donde el primer ministro seguía atentamente el desarrollo de un referéndum que quedará como uno de los momentos definitorios de su mandato pese a la victoria del 'no' a independencia con el 55% de los votos.

David Cameron creyó jugar sobre seguro cuando en 2012 dio respuesta a las reivindicaciones independentistas escocesas. El SNP había conseguido el hito de la mayoría absoluta el año anterior y, ya que el apoyo tradicional a la ruptura nunca había superado el 35%, el premier pensó que otorgar la palabra a los escoceses constituía una maniobra maestra.

Durante meses, la comodidad que en las encuestas disfrutaba el 'no' al fin de una unión de más de 300 años confirmaba sus expectativas. Sin embargo, a medida que se acercaba el 18 de septiembre, Cameron tuvo que comenzar a observar el plebiscito como una amenaza real para su supervivencia política y, sobre todo, para el legado de su gestión en el número 10.

El riesgo de pasar a la historia como el hombre que pudo haber permitido la desmembración de Reino Unido se convirtió en un lastre difícil de gestionar y un hasta entonces lejano David Cameron se volcó con Escocia como no lo había hecho en veinte meses de campaña.

Desde un proceso de transferencia de competencias complicado de digerir para su partido, ideológicamente centralista, hasta el mantenimiento de una financiación favorable para Edimburgo, incluso en un escenario de traspaso de poderes sin precedentes, cada intervención del primer ministro añadía una nueva concesión para convencer a los más de cuatro millones de escoceses llamados a votar de que se mantuviese con el statu quo.

Además, para evitar que el plebiscito se convirtiese en una oportunidad para el voto protesta, David Cameron subrayó que estaba de paso en Downing Street. Su afilado discurso habitual dio paso a una inusitada humildad, que lo llevó a "suplicar" a los escoceses a deshacerse de "los malditos tories" en unas elecciones ordinarias, no en una votación sobre el futuro de la unión.

Sin embargo, su exposición lo ha quemado en Londres, donde aparte de haber sufrido un aumento extremo de la temperatura política para forzar su dimisión en caso de que se hubiese producido la victoria de los independentistas, Cameron ha visto cómo en su propio partido se ha comenzado a cocer una rebelión entre aquellos que lo acusan de haber pagado un precio demasiado alto por mantener a Escocia.

Tocado y casi hundido

Tocado por el referéndum y a punto del hundimiento, desde el principio avanzó que no habría lugar para la dimisión, pero tendrá difícil batallar contra la corriente creciente de diputados que censura que no haya consultado al Parlamento las ofertas a Escocia, especialmente cuando las generales están tan próximas y necesitará todo el apoyo orgánico y humano para lograr la mayoría absoluta que se le había escapado en 2010.

Así ocurrió aun cuando los embates de la crisis financiera internacional, iniciada en Estados Unidos en 2008, habían dejado en una muy delicada situación a su antecesor en el cargo, Gordon Brown, y al partido al que pertenecía, los laboristas.

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