Economía

La deflación es un problema estructural global: la realidad que nadie quiere ver

  • Las autoridades ignoran los cambios estructurales globales que se han producido
  • Débil demanda, mayor competitividad y nuevas tecnologías 'tiran' los precios
  • La inflación mundial se situó en el 2%: es el nivel más bajo desde 2009

Janet Yellen, Mario Draghi y tantos otros banqueros centrales internacionales están sufriendo un proceso que los psicólogos llaman "sesgo de confirmación", ya que siguen insistiendo en que la inflación se acelerará incluso aunque continúe menguando. Ese es el diagnóstico de Ethan Harris, codirector de investigación económica de Bank of America.

Harris dice que los bancos centrales solo están viendo lo que quieren ver al culpar a las fuerzas temporales y a las domésticas de la baja inflación en sus países. Pero esta visión ignora otras influencias más globales y duraderas que van desde la débil demanda mundial a una mayor competencia de los mercados emergentes. Y eso sin olvidarse del bajo coste laboral de las naciones en desarrollo, del enfriamiento de los precios de las materias primas o los grandes descubrimientos tecnológicos.

"Hay demasiados lugares en el mundo donde está habiendo una inflación por debajo de lo previsto como para calificar esto de transitorio", añade Allen Sinai, consejero delegado de la consultora Decision Economics.

Casi dos tercios de las 121 economías que analiza Bloomberg están teniendo una subida de precios menor que hace un año, con muchas de ellas por debajo de sus objetivos. La inflación global fue solo del 2% en febrero, el nivel más bajo desde 2009, cuando el mundo estaba luchando contra la recesión, según los cálculos de los economistas de JP Morgan. 

El riesgo de deflación es real

Aunque la caída de los precios puede ser buena para los consumidores, la desinflación hace más difícil devolver las deudas y que las empresas mejoren sus beneficios. El gran peligro llega cuando la desinflación se convierte en deflación, ya que esta lleva a los consumidores a aplazar sus compras a la espera de precios todavía más bajos y a las compañías a posponer inversiones y contrataciones debido a que la demanda de sus productos no deja de caer.

El nivel de peligrosidad de estos bajos precios para la economía global será debatido esta semana, cuando los banqueros centrales y otras autoridades se reúnan en Washington en su cita anual con el FMI y el Banco Mundial.

La directora gerente del FMI, Christine Lagarde, ya alertó sobre el riesgo de una inflación baja y prolongada la semana pasada. "Hay un riesgo creciente de lo que yo llamo lowflation (inflación muy baja), particularmente en la Eurozona, lo que podría deprimir la demanda y la producción".

A pesar de ello, los banqueros centrales han argumentado hasta ahora que este fenómeno es temporal. "Parte de esta reciente debilidad refleja factores que probablemente se demuestren transitorios, incluyendo la caída del petróleo y la de los precios de importación", aseguraba Yellen, presidenta de la Reserva Federal de EEUU, el pasado mes de febrero.

Mario Draghi, presidente del BCE, culpó la semana pasada de la baja inflación de la Eurozona (0,5% en el mes de marzo) al efecto calendario apuntando contra la Semana Santa, que el año pasado redujo el gasto y los precios. Pero también citó la caída de los precios energéticos.

El BCE ha insistido en que quiere mantener los precios por debajo, pero cerca, del 2% a medio plazo, aunque ha fallado en su objetivo desde el primer trimestre del año pasado. Además, el dato de marzo es el más bajo desde octubre de 2009.

Caída de las materias primas

Desde Bank of America, Harris mantiene que este tipo de explicaciones obvian que la inflación está moderándose a nivel global y que probablemente siga haciéndolo. "El riesgo de que la inflación siga cayendo es alto", concluyó.

Tanto EEUU como otras economías desarrolladas siguen lastradas por un exceso de capacidad casi cinco años después de la peor recesión desde la Gran Depresión de principios del siglo pasado, haciendo difícil que las compañías puedan subir precios y a los trabajadores obtener mejoras salariales.

A este fenómeno se une el hecho de que los mercados emergentes también han frenado su crecimiento, lo que ha provocado una ralentización de los precios de las materias primas. El fin del boom de la inversión en China significa que los precios de producción del país están registrando sus mayores caídas desde 1999, y los economistas de JP Morgan esperan que los precios sigan por debajo de lo previsto oficialmente por tercer año consecutivo.

La excepción a esto ha sido la agricultura. El índice de precios alimentarios elaborado por la ONU subió un 2,3% en marzo a su mayor nivel en ocho meses. El mal tiempo y las tensiones geopolíticas en Ucrania impulsaron los precios, según el organismo internacional.

El papel de los emergentes y la tecnología

Algunas explicaciones a lo que está ocurriendo a nivel global son más estructurales y son consecuencia del crecimiento de los mercados emergentes, que según Morgan Stanley ya suponen la mitad de la economía mundial cuando a finales de los 90 solo representaban el 37%.

Las multinacionales se están beneficiando de unos costes laborales más bajos y de una mayor competitividad, lo que está manteniendo los precios a raya. Y eso es un proceso que va a más: China por ejemplo, está siendo sustituida por sitios más baratos todavía como Vietnam y Bangladesh.

La tecnología también es otro gran factor que está influyendo en la tendencia a la baja de los precios, según la rama estadounidense del BBVA. Por ejemplo, el precio de un teléfono móvil ha caído un 95% desde 1982, mientras que las videocámaras digitales valen un 70% menos de lo que llegaron a costar.

"Nuestro análisis apunta más hacia un permanente cambio en la tendencia de los precios a largo plazo, particularmente relacionado con los sectores de producción de bienes donde los avances tecnológicos han mejorado la productividad y los costes", sostienen en un informe del banco.

Stephen Jen, cofundador del hedge fund SLJ Macro Partners, asegura que su preocupación es que los bancos centrales siguen centrándose en objetivos de inflación en vez de en tendencias, con el peligro de inflar más burbujas con programas de estímulos para impulsar unos precios sobre los que tienen menos control del que piensan.

La débil inflación es una carga mundial compartida dada la cada vez mayor correlación de los precios entre los países, incluso aunque las tasas de crecimiento sean muy dispares. "Puede haber demasiada fijación en los niveles de inflación más allá de las razones detrás de esas tendencias", concluye Jen.

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