
El estreno de la última película de Martin Scorsese este fin de semana ha eliminado las dudas residuales sobre el nuevo amanecer de la City. El lobo de Wall Street ofrece a los ejecutivos del siglo XXI un espejo en el que reflejarse en la línea del culto que, a finales de los 80, había generado el Gordon Gekko de Wall Street.
Si el colapso de 2008 parecía haber despojado de autoridad al personaje que había acuñado "la codicia es buena", tras apenas un lustro de la tormenta financiera, la industria británica está preparada para idolatrar sin disimulo al Jordan Belfort interpretado por Leonardo DiCaprio.
Bancos, hedge funds, fondos de inversión y demás gigantes del sector han organizado eventos para invitar a sus ejecutivos a visionar una película sobre un ejecutivo que acabó en prisión. Según las compañías de alquiler de espacios, la demanda de cines ha experimentado un grado sin precedentes en el mundo corporativo.
Que entidades financieras estén dispuestas a pagar unos 5.400 euros, tres veces el precio habitual del alquiler de un cine, para organizar fiestas que, incluso, invitan a vestirse al estilo yuppie popularizado en el film de Oliver Stone es sólo una muestra de que la City ha superado, si alguna vez existió, el trauma de la reprobación social por su responsabilidad en la crisis. Tras las reformas para desincentivar las malas prácticas, vinculando actuación profesional a resultados y con un mayor control sobre los bonus, la industria financiera brilla de nuevo en su atalaya de independencia.
Como consecuencia, la contratación se ha animado notablemente. Sólo en diciembre, el número de nuevos empleos aumentó dos tercios en comparación con el año anterior. Unido al repunte de noviembre, se confirma un alza que pone fin a la tendencia que venía reinando en los 22 meses anteriores, en los que las vacantes mostraban niveles testarudamente inferiores en términos anuales.
Sin embargo, si para una actividad que representa el 10% del PIB británico cualquier mejora en el ámbito de la contratación debería ser bienvenida, esta teórica satisfacción no se extiende a los progresos salariales. Las desorbitadas recompensas siguen siendo percibidas como el incentivo al riesgo que provocó el terremoto de 2008, pero, a la vez, el Gobierno británico asume que, en el contexto global en que juega la City, el mantenimiento de Londres como referencia mundial depende del delicado equilibrio entre control regulatorio y estímulos económicos para los directivos.
Según datos de la Autoridad Bancaria Europea, sólo en 2012, el total de ejecutivos que ganó más de un millón de euros se elevó un 11%, hasta superar los 2.700 afortunados que recibieron una paga media de 2 millones, un 43% más que el año anterior.
Aun así, la Administración Cameron prefiere dejar hacer a los reguladores nacionales y desconfía de las medidas de Bruselas. Es más, el Gobierno mantiene abierto su conflicto contra la directiva que impide que los bonus superen el salario base, salvo bajo expresa autorización de los accionistas.
Para Londres, la banca mantendrá el alcance de las recompensas, de modo que, si se prohíbe vía bonus, la solución pasará por elevar el salario base, lo que cree que amenaza la estabilidad, ya que no permitiría retirar los paquetes salariales en caso de desencadenarse problemas.