Economía

Plan de lucha contra el envejecimiento en Japón: nuevas tecnologías para afrontar el futuro

El setentañero Hiroshi, joven jubilado japonés, está saliendo de casa y recuerda que ha olvidado las llaves. Como de costumbre, no sabe dónde. Se dirige a una consola cerca de la entrada, poco mayor que un mando de la televisión, y teclea algo. Inmediatamente, las llaves, llamadas por la consola, señalan su presencia. Hace lo mismo para encontrar sus gafas. Satisfecho, coge todo y sale de casa con las gafas de présbite al cuello.

Hiroshi utiliza una tecnología (RFID, identificación por radio frecuencia) pensada para solucionar problemas industriales y comerciales, pero que a él le encanta usar en su vida cotidiana.

Ambicioso proyecto

La escena será habitual en Japón. El Imperio del sol naciente está desarrollando un proyecto ambicioso para el despliegue de infraestructuras múltiples de telecomunicación, capaces de dialogar entre sí, de las que la RIFD es un componente. El proyecto, liderado por el Gobierno, lleva el nombre de Ubiquitous-Japan (U-Japan) y promete crear un negocio de 952.000 millones de euros (tres cuartas partes del PIB italiano), puestos de trabajo cualificados y nuevas profesiones para lanzar a Japón en el siglo XXI.

¿Y nosotros, nos quedaremos mirando? Para entender y, sobre todo, para ver si este gigantesco proyecto interesa a Europa, volvamos al año 2001. Ese año, el Nomura Research Institute (NRI) escribía: "La historia nos mostró que cualquier sistema económico, incluso el de mayor éxito, entra, antes o después, en una fase de declive, a no ser que consiga adaptarse a los cambios sociales y ambientales".

Y el NRI señalaba el descenso de la natalidad y el surgimiento de una sociedad de ancianos como principio del un declive estructural inevitable de Japón, a no ser que el Sistema-Japón consiguiera adaptarse al nuevo ambiente.

Abriendo camino

Un análisis de la estructura económica japonesa y su evolución reciente mostraba que las TIC (Tecnologías de la Información y las Comunicaciones) era su mayor elemento de desarrollo. Aun representando sólo el 10 por ciento del PIB, las TIC ya contribuían en 2005, al 42,4 por ciento del crecimiento nacional. Esto sugería que había que apostar a fondo por ella y convertir Japón en un país faro y laboratorio para probar esas tecnologías.

Nació así e-Japan que en 2003, gracias al espectacular éxito de los servicios a móviles, se transformó en Ubiquitous-Japan (U-Japan). En él la convergencia de sofisticadas tecnologías informáticas con una cobertura geográfica de conexión (móvil y fija) y de altísima velocidad (banda de hasta 100 megabit por segundo), habría puesto las bases para un desarrollo acelerado de innovadores servicios de ayuda a toda la economía: la receta para el siglo XXI.

Después, se evaluaron los beneficios económicos (Ubiquitous economy), de dichas infraestructuras que habrían redundado en el PIB, tanto directamente -redes, servicios y contenidos, terminales, comercio…- como indirectamente en el conjunto de la economía japonesa (efectos inducidos).

La estructura económica del sistema Japón se subdividió en 10 áreas: sociedad civil, sanidad y servicios sociales, transportes y distribución, medioambiente y energía, enseñanza y recursos humanos, trabajo y empleo, seguridad pública y protección civil, economía e industria, administración pública y asuntos internacionales.

Nueva estructura

La evaluación de cada área presentó cifras redondas ratificadas por el Gobierno japonés. Por ejemplo, un incremento directo sobre el negocio TIC entre 2003 y 2010 de 278.600 millones de euros o el beneficio para toda la economía de 668.000 millones de euros.

En total, un impacto de cerca de 952.000 millones de euros, lo equivalente a la tercera parte de todo el PIB japonés que es de alrededor de 2,9 billones de euros. Una repercusión impresionante, si se compara con el PIB italiano, que es de unos 1,2 billones de euros.

La mayor dificultad del proyecto parece ser que la persona que invierte no es la que recibe las ganancias. De hecho, la inversión en el país es ingente: cerca de 31.752 millones de euros sólo para la NTT (Nipon Telegraph and Telephone).

Los beneficios totales esperados -30 veces más que las inversiones NTT- son un auténtico maná para toda la economía: nuevos servicios, nuevos mercados de aparatos y terminales, comercio, distribución al por menor, nuevo ciclo de exportaciones y nuevas figuras profesionales.

Invertir sin beneficios

Relativamente modestos son, en cambio, los ingresos esperados para los gestores de telecomunicaciones por conexión y transporte de datos. Insuficientes para cubrir gastos. Pero sin la masiva inversión en la red de infraestructuras, el nuevo ciclo no se lanza. Ningún consejo de administración de una empresa privada puede aprobar inversiones sin beneficios. Programar una adecuada remuneración de todos los inversores, ahorradores incluidos, es indispensable para el éxito de cualquier sociedad.

El Gobierno japonés comenzó a otorgar subsidios, principalmente a la NTT, mediante préstamos a un tipo de interés bajísimo y significativas deducciones fiscales para las inversiones infraestructurales. Todo ello en un marco regulador adecuado para incentivar cualquier esfuerzo que tienda hacia el objetivo del nuevo ciclo económico.

U-Japan es para Europa un ejemplo sobre el que meditar. Ambos comparten el mismo problema básico: declive de la natalidad y surgimiento de una sociedad de ancianos. Muchos dirán que Europa no es Japón; que los objetivos son demasiado ambiciosos y complejos; que nuestro sistema económico es incompatible con el dirigismo gubernamental; o que para nosotros es mejor invertir en otros campos, como las ciudades del arte o el turismo. Quizás, pero da la sensación de que en muchas ocasiones prevalecen son razones para no hacer nada.

Lo evidente es que la segunda potencia económica del planeta ha iniciado este camino. Nuevos productos y servicios alimentarán una demanda nueva, como nuevo era el teléfono móvil ayer mismo. Hemos comprado en el exterior televisores en color, coches y toda la electrónica del negocio de los teléfonos móviles, porque nuestra economía fue incapaz de responder con su propia industria. Hoy la apuesta es mayor porque de ella va a depender nuestra calidad de vida en las próximas décadas. ¿Realmente estamos dispuestos a dejar pasar la ocasión? ¿Cómo responderán nuestros políticos a este reto fundamental?

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