
Cuando David Cameron no logró la mayoría absoluta para mudarse a Downing Street, sabía que las llaves del número 10 le costarían la revolución social a la que aspiraba. La Gran Sociedad, marca de ideología indeterminada que se limitaba a propugnar "más ciudadanía, menos Estado", quedaría archivada y las negociaciones con el socio minoritario pasarían a dominar la gestión de la primera coalición británica en más de 70 años. Pero dos años después de un bipartito de reacción cuestionada, el primer ministro da un golpe estratégico y muestra los planos de su armazón de Bienestar ideal.
Un sistema que acabe con lo que denuncia como la mal entendida "cultura del derecho" y tan rompedor con el modelo existente que obliga a esperar a un potencial Ejecutivo monocolor.
El movimiento es arriesgado, no sólo política, sino ideológicamente. Tras acuñar un nuevo esquema conductual basado en el "conservadurismo compasivo", Cameron rompe filas con el alumbramiento de un ambicioso sistema que aspira a reducir el Estado del Bienestar como ningún otro mandatario británico desde la II Guerra Mundial.
En números, el plan concuerda con el objetivo de la legislatura. Si el reto motor del Gobierno es reducir el déficit, la batería de ideas, que no medidas, planteadas para el debate, lograría reducir en 10.000 millones de libras (12.500 millones de euros) el presupuesto a políticas sociales. Su trascendencia, por el contrario, supera ampliamente los desafíos fijados hasta 2015. Se trata de un giro ideológico para decidir de qué contrato social Reino Unido aspira a dotarse.
Brecha de privilegios
Para Cameron, las reglas de juego existentes han generado una brecha entre quienes disfrutan los "privilegios" de un sistema abierto a cobertura integral sin contraprestaciones y quienes trabajan para sustentarlo. En otras palabras, el premier abre de nuevo la guerra de clases, pero esta vez una en la que el "resentimiento" estaría del lado de los empleados. Una apelación directa al corazón del votante.
Tal es el calibre del planteamiento que hasta el primer ministro admite que por la escala del cambio y los plazos que implica materializarlos habla más como líder del Partido Conservador que como jefe de una coalición que incluye a los liberal-demócratas. En el Reino Unido de Cameron, la dicotomía vigente ha tergiversado los límites del bienestar hasta incentivar a aquellos en edad laboral a tener hijos y no trabajar, en lugar de garantizar que aquellos con un empleo pueden permitirse descendencia. En definitiva, se estarían mandando "señales equivocadas" a un sistema de prestaciones por el que más de 150.000 británicos que han venido reclamando ayudas para ingresos durante un año tienen más de tres o más vástagos y hasta 57.000, más de cuatro. Resultado: uno de cada seis menores habita en un hogar donde sus padres no trabajan, uno de los índices más altos de Europa.
En cualquier caso, en el esqueleto ideológico hay mucho de coyuntural. Cameron admite que, en tiempos de austeridad, "lo correcto es preguntar si quienes viven del sistema de Bienestar no deberían afrontar las mismas decisiones que aquellas clases trabajadoras que tienen que luchar cuando tienen un hijo". Para Cameron, la compasión no se mide por el tamaño de un cheque, por lo que su revolución apunta a todos los estratos sociales, de edad, con excepción de los pensionistas. El resto afronta tiempos difíciles, empezando por los menores de hogares que viven de beneficios y continuando con las generaciones jóvenes, ya que entre las apuestas planteadas figura retirar las prestaciones de vivienda para aquellos entre 16 y 24 años, lo que podría reportar 2.000 millones de libras al año y que amenaza con afectar hasta 210.000 inquilinos. Sólo las víctimas de violencia doméstica y quizá las parejas con hijos se salvarían de la criba.
Todo ello se produciría más allá de las ya severas restricciones establecidas a partir de la Ley de Bienestar y los cambios que para el sistema supondrán la introducción de la prestación universal. Así, las propuestas incluirían desde una redefinición del concepto sin casa, hasta el endurecimiento de las medidas sobre búsqueda de empleo.
La lista sigue hasta 17, con el límite a las ayudas como mantra general. Para evitar el efecto alejamiento, Cameron insiste en que el objetivo es promover el debate.