Economía

¿Sobran Van Rompuy y Barroso en la Europa que diseña el nuevo eje 'Merkozy'?

El presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso. Foto: Archivo

"Todos los periodistas que estáis aquí os habéis creído este cuento de las instituciones europeas. Europa es, y siempre ha sido, intergubernamental". La frase es de un alto responsable de la delegación española que acudió a Bruselas para asistir a la última cita del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, con sus homólogos europeos el 9 de diciembre.

Esa mañana, con un par de horas de sueño en el cuerpo, los diplomáticos más cercanos a los líderes que habían dado carpetazo a la posibilidad de una reforma del Tratado de la UE, no tenían pelos en la lengua y demostraban sin pestañear el desprecio que albergan hacia el papel de los presidentes de la Comisión y el Parlamento europeos, José Manuel Durao Barroso y Jerzy Buzek, respectivamente, o incluso, hacia el presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy.

Los días transcurridos han calmado los ánimos y ahora el discurso se encarrila para asegurar que el acuerdo entre capitales -ante la espantada de Reino Unido- buscará acomodo algún día entre los tratados de la Unión, y las instituciones comunitarias puedan participan.

Sin embargo, la cumbre del pasado día 8 de diciembre demostró con crudeza la realidad que está en la mente de los negociadores. El núcleo formado por Francia y Alemania, a pesar de las dificultades en la relación entre sus líderes Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, dicta escrupulosamente el futuro de los miembros de la Unión Europea, especialmente, cuando las cosas vienen mal dadas y la economía sigue cuesta abajo.

Personas dóciles

Los tiempos de Jacques Delors, en los que el método comunitario daba vigor al proyecto europeo y la Comisión Europea era el motor de la integración, parecen haber desaparecido para siempre y, en su lugar, el Directorio franco-alemán se equivoca una y otra vez -como lo demostró con la implicación de la banca en el rescate de Grecia-, pero Europa es un páramo, sin voces discordantes.

A ello han contribuido las figuras de Barroso y Van Rompuy, escrupulosamente elegidos precisamente por los Estados por ser personas dóciles. A finales de septiembre, y tras haber pasado desapercibido durante años, ignorando su obligación de órgano de proposición legislativa, el presidente de la Comisión Europea pareció despertar de su letargo cuando, ante la Eurocámara, prometió coger las riendas de la situación y reclamó el abandono de la unanimidad.

Sin embargo, el tiempo ha demostrado que, aunque sólo fuera una rabieta pasajera ante la evidencia de que el denominado dúo Merkozy había hincado las espuelas en agosto para crear un gobierno económico a nivel de la UE, las consecuencias de su inacción durante años le han sacado del cuadro de la negociación. Así, aunque tiró de valentía para lanzar el debate sobre los eurobonos, la idea no fue recogida en las conclusiones a 26 de la Cumbre del 9 de diciembre, que en cambio abrazó punto por punto la carta redactada días antes por Sarkozy y Merkel.

Barroso, que llegó a Bruselas de la mano del exprimer ministro británico Tony Blair, tras la famosa foto de las Azores, cuando Londres estaba en el corazón de la Unión, ha ido quedando desplazado a partir de 2009, en su segundo mandato, durante el cual los gobiernos han creado una nueva situación institucional, cuanto menos confusa. La creación de la figura del presidente del Consejo de la UE, muñidor de acuerdos, y la jefa de la diplomacia europea, Catherine Ashton, que ha conseguido pasar desapercibida pese a tener más competencias que su predecesor Javier Solana, completan el cuadro de voces que apabulla al presidente estadounidense, Barak Obama.

Pero el papel de Van Rompuy en la crisis refleja al milímetro lo que querían de él: discreción y trabajo soterrado para sumar apoyos en torno al eje franco-alemán. El político belga, al que no se le conoce estridencia, tenía por objetivo poner fin a la cacofonía procedente de una Unión que, a fuerza de actores, ha terminado por perder todo el respeto a sus instituciones. La cascada de declaraciones desafortunadas ha causado estragos y socavado la confianza de los mercados en la fuerza de la zona euro para resolver sus problemas.

Falta de valentía

La falta de valentía política por parte de los dirigentes europeos deja perplejos a los analistas. El filósofo alemán Jürgen Habermas denunciaba recientemente que "el proceso de la integración europea, que siempre ha tenido lugar por encima de la población, ahora ha llegado a un punto muerto". "No puede avanzar más si no cambia su habitual modo administrativo por otro en el que exista una mayor participación pública", consideró, para denunciar a continuación que las élites políticas "esconden la cabeza bajo tierra" e "insisten reiteradamente en su proyecto elitista y en la supresión de derechos de la población europea".

Y es que el procedimiento fuera de los tratados europeos por el que se ha optado como causa de la autoexclusión de Reino Unido, excluye la convocatoria de la tradicional convención europea de reforma de los textos en la que se reúnen los representantes de los parlamentos nacionales y la Eurocámara.

En contra de lo que se esperaba, tampoco el Parlamento Europeo se ha levantado en armas contra el pacto a 26. Aunque se especulaba con que los eurodiputados pudieran incluso votar una resolución de rechazo, finalmente todas las iras de los grupos políticos quedaron aferradas al único que discrepó: Reino Unido.

El que será presidente de la Eurocámara a partir de 2012, el socialista Martin Shulz, fue el más duro y defendió que, ante la falta de solidaridad de Londres, habría que acabar con el reembolso del denominado cheque británico. El líder de los euroescépticos en la Eurocámara, Nigel Farage, tardó poco en recoger el guante: "Es hora de hacer referéndum para salir de la UE y establecer un tratado de libre comercio con el continente".

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