
El diario alemán Der Spiegel advierte al organismo dirigido por Jens Weidmann de que está librando una batalla solitaria contra el mundo. Un batalla que exige que el BCE imprima dinero aunque el banco central germano no esté de acuerdo, ya que sigue enrocado en su tradición de independencia y estabilidad y está convencido de que su posición, lejos de destruir el euro como se sugiere, permitirá que sobreviva. Alemania tiene que mover ficha.
A pesar de la creciente presión, el Bundesbank, y por lo tanto el BCE, se sigue negando a aceptar que la institución monetaria europea se convierta en prestamista de último recurso.
Jens Weidmann, el hombre al frente del banco central germano, es relativamente joven, 43 años, pero no duda en enfrentarse a los políticos tanto dentro como fuera de Alemania, mientras les critica por no haber hecho los deberes y les culpa de la crisis de confianza en la Eurozona que se puede llevar por delante el valor más preciado del BCE, su independencia. Y Weidmann sigue fijo en su idea: el BCE sólo debe encargarse de mantener los precios estables.
"Un hombre sujetándose contra la tormenta. En la batalla por salvar el euro, los reguladores monetarios europeos están sometidos a una presión creciente desde todas partes del globo para comprar cantidades ilimitadas de bonos soberanos de los países en problemas. Pero el jefe del Bundesbank dice no, y hace oir su mensaje alto y claro, no sólo en Berlín, si no en Bruselas, París y Washington", explica dramáticamente el diario alemán.
El razonamiento de Weidmann es que si el BCE cede a la presión, no sólo estaría violando los tratados europeos y la Constitución alemana, si no que sería equivalente a la emisión de eurobonos, algo a lo que Alemania se opone.
La crisis del euro está actualmente en una nueva fase. En menos de dos años han caído varios gobiernos, se han bordeado las normas (cuando no se han incumplido abiertamente) de la Eurozona y parece que no hay ideas para solucionar el desaguisado creado por las enormes deudas contraídas. Y estamos más lejos de la solución que hace dos años, con Grecia al borde de salirse de la Eurozona y con varios países en riesgo de impago.
Crece la presión: Alemania resiste
Ahora, parece que la única solución que queda, según los políticos y algunos actores del mercado, es que el BCE compre de forma ilimitada y permanente bonos soberana. La receta es imprimir dinero y ahogar la deuda en un mar de liquidez, tal y como explica gráficamente Der Spiegel.
La visión de Weidmann, por el contrario, es que esta solución sólo exacerbará los problemas, como un veneno dulce para las naciones endeudadas. Una solución que no cuadra con la tradición del Bundesbank y que provocó la catástrofe financiera de Alemania en los años 20, el origen del nazismo., algo que permance muy fresco en la memoria de los miembros de la institución.
El Bundesbank sabe que cuenta con el apoyo de la mayoría de la población y de los expertos alemanes. Pero la presión en las últimas cumbres ha crecido, incluyendo la del propio presidente de los EEUU, Barack Obama. La prensa económica más influyente, como el Financial Times o The Economist, también han pedido al BCE que siga esta política.
De hecho, según el diario, incluso la propia canciller Angela Merkel y el ministro de finanzas alemán, Wolfgang Schauble, se habrían mostrado dispuestos a realizar concesiones, lo que transforma el problema actual en una campaña personal del Bundesbank para reafirmar su independencia.
Y Weidmann parece que está dispuesto a librar esta batalla. Tras tener que tragar, como hizo su antecesor Axel Weber, con las compras de bonos soberanos, sacó las garras negándose a transformar el fondo de rescate en un banco para que se pudiera financiar vía BCE.
No sólo eso, en la cumbre del G20 se planteó la posibilidad de utilizar los derechos especiales de giro para financiar los rescates, y nuevamente el Bundesbank sacó el tema de las negociaciones: sus reservas no se tocan.
No ha ganado la guerra
Sin embargo, el devenir de los acontecimientos, con el ataque de los mercados a Italia, y en menor medida a España, pone de nuevo al BCE en guardia. Weidmann no ha ganado la guerra, y en los últimos días se ha incrementado la presión para que la institución actúe como prestamista de último resorte.
La propia fortaleza del BCE, única institución europea que parece capacitada para enfrentarse a los vaivenes del mercado, supone un arma de doble filo. La victoria sobre los especuladores es un objetivo loable, pero la objeción de Weidmann es que el precio a pagar sería demasiado alto: serviría a los intereses de los políticos y pondría en riesgo el objetivo de mantener los precios estables.
Más aún, desde el Bundesbank creen que estas intervenciones son totalmente innecesarias. Italia, según ellos, no está en bancarrota como Grecia; se trata de un país próspero que podría obtener dinero fácil por ejemplo elevando impuestos. Y ésa es otra de las objeciones: desincentivaría a los gobiernos para hacer lo que tienen que hacer para controlar las finanzas públicas por sí mismos.
Las posiciones del Bundesbank son muy claras, como explica Axel Weber, el halcón que estuvo cerca de dirigir el BCE. "Aquí en Europa hemos gastado un año y medio hablando de alternativas irrelevantes. Todas las ideas siguen el mismo principio: ¿cómo puedo utilizar el dinero de otra gente para ayudarme a mí mismo?", explicó al diario el expresidente del Bundesbank, que dimitió de su cargo esta primavera por sus choques en el BCE y con el gobierno alemán.
El diseño del euro marca también la postura del Bundesbank. Aunque la intervención del BCE es ínfima comparada con la de la Reserva Federal de EEUU, la diferencia es que allí hay un gobierno federal que asume la carga, mientras que aquí Alemania siempre lleva el 27% del riesgo, como corresponde a su cuota en el BCE.
Si el balance del banco se viera deteriorado por un default, el contribuyente alemán tendría que acarrear con las pérdidas y se crearían agujeros en las propias cuentas de Alemania.
La tradición del Bundesbank
Además, Weidmann no está sólo. Cuenta con el apoyo del sector financiero alemán, que no quiere que el BCE se convierte en una herramienta al servicio de los políticos, y defienden como un gran activo la prohibición expresa de que la institución financie a los gobiernos miembros de la Eurozona.
Este choque con la política y la independencia del Bundesbank están fuertemente arraigados en la institución: sus sucesivos presidentes desde su fundación en 1957 han considerado siempre que su tarea principal es resistirse a la presión de los políticos. Además de su independencia, su otro gran valor ha sido la combatividad para conseguir la estabilidad de la moneda.
La idea, cuando se fundó el euro, era que esa tradición se trasladara al BCE, algo que sólo se ha conseguido a medias. Antes de la crisis, consiguió controlar la inflación, dejándola en niveles incluso inferiores a los de la época del marco. Sin embargo, con el programa de compras de bonos, esto cambió.
Este cambio ha provocado tensiones y divisiones en el banco. Sin embargo, las tesis de Weidmann han calado en otros miembros, como por ejemplo el español José Manuel González-Páramo (que suena como posible ministro de Economía) ha asegurado que el BCE no deber ser el prestamista de última instancia. El italiano Mario Draghi, nuevo presidente del BCE, tampoco se muestra a favor e incluso abogaría por deshacerse del programa de compra de bonos en cuanto pudiera.
En suma, la batalla no ha terminado. Cuanto más empeore la crisis del euro, más presión habrá sobre el BCE. Weidmann lo sabe, pero parece determinado a resistir a la presión, incluso aunque sepa que su estrategia podría derivar en la ruptura del euro.
Sin embargo, el presidente del Bundesbank cree que la posibilidad de ruptura del euro es baja, o al menos es menor que si el programa de bonos continúa. Además, cree que solamente estarían justificadas si fueran democráticamente legitimadas.
Weidmann se ve como el defensor de la ley, el guardián de la tradición del Bundesbank y como combatiente ante la omnipotencia a los mercados financieros, que no sólo quieren tomar el control de las decisiones políticos, si no de los propios bancos centrales.