
No hay dinero para socorrer a España. Así de simple. Y, sin embargo, el rescate de nuestro país podría estar cada vez más cerca, tal y como se desprende de la evolución de ciertos indicadores que resultaron determinates en los casos precedentes de Grecia, Irlanda y Portugal.
La capacidad efectiva con que a día de hoy cuenta el fondo temporal de ayuda a los socios en apuros no cubriría ni de lejos un hipotético rescate de nuestro país. Los líderes de la zona euro, de hecho, decidieron flexibilizar las atribuciones del mecanismo en el mes de julio, aunque optaron por no elevar su capacidad real de crédito, que mantuvieron en 440.000 millones de euros. A ellos, sin embargo, se tienen que descontar los 17.700 millones y los 26.000 ya desembolsados en las intervenciones de Irlanda y Portugal, respectivamente.
Tras la resta nos quedan en torno a 396.000 millones, a los que asimismo debemos volver a sustraer el monto restante de ambas operaciones. En el caso de Dublín quedarían por pagar alrededor de 24.000 millones, dado que Reino Unido, Suecia, Dinamarca y la propia Irlanda contribuyeron al rescate. Mientras que para completar la intervención sobre Lisboa faltarían todavía 26.000. Por lo tanto, computadas las ayudas del ex tigre celta y Portugal, además de los recientes 73.000 millones destinados al segundo paquete de asistencia sobre Atenas -el FMI sumará el tercio restante hasta los 109.000 al igual que en todas las operaciones de auxilio-, el fondo contaría con unos 275.000 millones.
Además en caso de que finalmente -según se acordó en la última cumbre del Eurogrupo- el mecanismo sustituya al sistema de préstamos bilaterales ad hoc del primer rescate de Grecia, se deberían deducir de nuevo otros 45.000 millones. Lo que se traduce en un montante disponible de en torno a 230.000 millones, manifiestamente insuficiente para socorrer a España, teniendo en cuenta que una operación sobre nuestro país alcanzaría los 600.000 millones.
Algo que, conforme a las previsiones de JP Morgan, se llegaría a consumar en febrero del próximo año si los especuladores convierten en insostenible la financiación de Madrid en los mercados. Esas perspectivas igualmente prevén que, bajo el mismo escenario, la UE materializaría el rescate de Italia bastante antes, en apenas un mes. De momento, sin embargo, Europa afronta con aparente calma el abismo al que España se acerca peligrosamente. Y mientras ayer nuestra prima de riesgo rebasaba la cota de los 400 puntos, que marca el nivel estándar de intervención en un país, desde Bruselas se seguía rechazando que los 27 manejen la hipótesis del rescate.
Precedentes nada halagüeños
Y ello a pesar de los precedentes. Aproximadamente un mes antes de que se aprobase la primera intervención de Atenas, el riesgo país de Grecia alcanzó el umbral de los 400 puntos. El diferencial entre el bono a diez años irlandés y el bund alemán se elevó hasta esa misma cifra en septiembre de 2010. Y en noviembre se firmaba la operación sobre Dublín. El ejemplo luso, sin embargo, se aleja de sus predecesores. La prima de riesgo portuguesa registró la peligrosa cota previamente incluso al ex tigre celta y sólo se consumo el rescate siete meses después. Fuentes comunitarias, de hecho, volvieron a reiterar una "absoluta confianza" en que las medidas adoptadas por el Gobierno de Zapatero conducirán a la consolidación fiscal y permitirán a la economía española "volver a su cauce". Quizá, porque el Viejo Continente piensa que el verdadero nivel psicológico para España podría residir en los 500 puntos. Hay quien asegura incluso que el presidente permanente del Consejo, Herman Van Rompuy, tranquilizó al Rey en su reciente visita a nuestro país con este argumento. El propio Zapatero sigue además conservando la calma. En palabras del jefe de Gobierno, los costes de financiación producto de las colocaciones oficiales suponen sólo el 2 por ciento del PIB, muy por debajo de lo que implican sobre potencias como Alemania o Francia.
También la situación de las finanzas españolas dista mucho del cuadro que presentaban las cuentas de los socios rescatados antes de sus respectivas operaciones. En vísperas de la intervención, los griegos aún seguían en estado de shock después de conocer la verdadera situación de las finanzas públicas. Conforme a las previsiones de Bruselas, el déficit y la deuda pública helenos cerraron 2010, cuando se hizo el rescate, en el 12 y el 140 por ciento del PIB, respectivamente.
En Irlanda, el agujero del sistema financiero, absorbido en gran medida por Dublín, determinó la concesión de un paquete de ayudas, del que casi la mitad se destinó a evitar la quiebra de los bancos y las aseguradoras. Y en el caso de Portugal, la petición de asistencia exterior se desencadenó a raíz de que el Parlamento luso rechazara el nuevo conjunto de reformas propuesto por el entonces primer ministro Sócrates, así como debido a la presión que el BCE ejerció al negarse a continuar financiación a las entidades lusas.
Intervención soterrada
En España, sin embargo, llevamos alrededor de 15 meses aplicando la receta del mazo que Bruselas y Washington dictan para contener la sangría del déficit, con todo un reguero de ajustes. A saber: congelación de las pensiones contributivas en 2011, tijeretazo del 5 por ciento de media al sueldo de los funcionarios, estancamiento de la oferta de empleo público y abaratamiento del despido. Y por si no bastara, retraso de la edad de jubilación hasta los 67 años y ampliación del cómputo de las prestaciones a los últimos 25 años de vida laboral. Además, en julio de 2010 entró en vigor el alza del IVA del 16 al 18 por ciento.
Llevamos más de un año intervenidos de facto y ejecutando los mismos tijeretazos que se exigen a los socios rescatados como contrapartida por las ayudas, sólo que financiándonos en los mercados. De aquí que no haya mucho margen para profundizar en los ajustes.