
La economía global es como el helado frito: si no se actúa rápido, se deshace. Los gurús estadounidenses, premios Nobel incluidos, están pronosticando una deflación al estilo japonés para Estados Unidos y Europa. E instan a la Reserva Federal a implementar otra ronda de alivio cuantitativo para frenar el inicio de una Era de Hielo de las economías occidentales. El resplandor de las materias primas desluce la idea de la deflación.
La Fed no los complació en su última reunión, pero les arrojó un hueso prometiendo no retirar dinero de su ronda anterior de compras de activos para estimular una recuperación.
Al otro lado del mundo, los precios al consumidor están aumentando. Los mercados emergentes en su conjunto tienen ahora una tasa de inflación superior al 5%. India registra subidas de precios de más del 13%. Las de China alcanzan más de 3%.
Gran parte del "calor" proviene del mercado inmobiliario en los mercados emergentes. Apartamentos que superan la barrera del millón de dólares en Bombay tienen vistas panorámicas a los barrios bajos de la ciudad. Los precios de las propiedades en Hong Kong casi han recuperado su nivel más alto de 1997, aún cuando la economía prácticamente no ha tenido crecimiento per cápita.
Banqueros con remuneraciones excesivas que pagan un 15% de impuesto sobre la renta personal en Hong Kong hallan difícil comprar propiedades en Pekín o Shanghái. Moscú está siempre de alguna manera cerca del primer puesto en la lista de las ciudades más caras del mundo. Los mercados emergentes están que arden.
Un despertar brusco
Los profetas de la deflación en Occidente van a tener un despertar brusco. El incendio oriental arruinará el hielo occidental, y parece que 2012 va a ser el año del derretimiento. El combustible para el fuego viene de los programas de estímulo para combatir la deflación, como el del presidente estadounidense Barack Obama.
Se describe al estímulo como la panacea para la recesión. En la economía global actual, no es efectivo en las mejores circunstancias y es directamente una equivocación para el mal que aqueja a Occidente en este momento.
El comercio y la inversión directa extranjera totalizan la mitad del PIB global. Ambas cosas dependen de las empresas multinacionales. Estas recorren el mundo entero buscando los centros de producción de menores costes y despachan sus mercancías al lugar donde hay demanda.
La demanda y la oferta están deslocalizadas. De modo que cuando un Gobierno introduce un estímulo, el aumento inicial de la demanda no necesariamente incrementa la oferta local. Más importante aún, si las multinacionales decidieran invertir en otra parte, no habría un incremento de empleos para sostener el crecimiento de la demanda más allá del estímulo.
Así como el agua fluye hacia abajo, el estímulo afecta más a las economías de bajo coste, no importa dónde se inicie. Mientras Occidente derrama dinero en la economía global a través de grandes déficits fiscales o bancos centrales que expanden sus balances, las economías emergentes están ahogadas en un exceso de liquidez. Todo se está poniendo al rojo vivo.
Hipótesis ideal
¿Cómo acabará esto? Idealmente, antes de que la inflación se instale en Estados Unidos y Europa, los costes en las economías emergentes subirán lo suficiente para que las multinacionales inviertan y contraten nuevamente en Occidente.
Yo no contaría con eso. El salario medio en las economías desarrolladas es 10 veces el de los mercados emergentes. Hay cinco personas en estos últimos por cada una en las primeras.
Una hipótesis más probable es que Occidente deba suspender los programas de estímulo cuando la inflación se propague allí desde las economías emergentes.
El canal más inmediato es aumentar los precios de las materias primas. Beneficiar a las economías emergentes que producen materias primas es un impuesto para Occidente. La ironía es esa: el estímulo en Occidente puede causarle un perjuicio inmediato. Es también la magia de la globalización.
Los precios de los bienes de consumo importados aumentarán con los costes laborales en alza en las economías emergentes. El PIB nominal de China está creciendo aproximadamente un 20% por año. Lo más probable es que sus costes laborales suban cuando se haga sentir la escasez de mano de obra.
Estallido de salarios
Por último, la mano de obra en Occidente exigirá aumentos de salarios para compensar la inflación actual y futura. Se podría argumentar que los índices de desempleo elevados mantendrán los salarios a raya. Pensemos bien. En la década de 1970, Estados Unidos experimentó un gran aumento de salarios y precios con un desempleo alto porque los trabajadores vieron claramente la intención de la Fed de "primero el crecimiento y al diablo con la inflación".
En 2012, a la Fed se le acabarán las excusas para no subir los tipos de interés. Como para entonces el exceso de liquidez en la economía global será gigantesco, el ajuste probablemente cause una crisis global cuando estallen las burbujas de activos.
El mal que aqueja realmente a Occidente es la caída de la competitividad. La globalización está enfrentando a los Wang en China o los Gandhi en India con los Smith en Estados Unidos y los González en España.
Multinacionales como General Electric o Siemens deciden a quién contratar. Los Wang y los Gandhi ofrecen productividad pero tienen poco dinero. Entonces están dispuestos a aceptar salarios bajos para acumular riqueza. Los Smith y los González tienen riqueza y no aceptan salarios del Tercer Mundo.
Cuando sus Gobiernos les dan dinero para gastar, su demanda simplemente hace más ricos a Wang y Gandhi y los empobrece a ellos con una deuda nacional más alta. Occidente debe esperar a que los Wang y los Gandhi sean lo bastante ricos para exigir los salarios occidentales y gastar como los Smith y los González.
Es un proceso largo y penoso para Occidente. Y no hay manera de eludirlo.