Economía

Cómo Taylor Swift ganó la guerra para recuperar su propia música gracias a un inesperado aliado y un seductor relato

  • La cantante utilizó a su audiencia para desbancar a sus enemigos
  • Devaluó sus viejas obras mediante un relato de David contra Goliat
  • Es el fenómeno musical de mayor éxito económico de este siglo
Taylor Swift en la gala de los Premios Grammy / Javier Rojas / Europa Press.

Todo el mundo conoce esta historia: un avaricioso empresario se aprovecha de las ilusiones de un incipiente artista. Mientras que, por un lado, le concede exposición, estudios de grabación, presencia en medios y fama; por el otro, ahoga los sueños musicales en un océano de contratos, juego de derechos, letras pequeñas y una presión por producir billetes. Colosos como Elvis Presley o The Beatles cayeron en sus redes. Pero una compositora de Nashville no se rindió: usando esa misma creatividad por la que tanto pujaron por ella, consiguió torcer el brazo a la industria en un árido pulso. Nadie daba un duro por ella, pero su estrategia audaz le ha hecho ganar enteros entre sus fanes. Finalmente, ha vencido su última batalla y ahora regresa a casa aquello que siempre deseó: su propia música.

Cómo Taylor Swift ha vencido a la industria discográfica es un capítulo que se estudiará en las escuelas de negocios. Especialmente, para que nunca más alguien vuelva a utilizar esa herramienta. Tras desprenderse de su viejo sello discográfico, la compositora de Nashville vio como toda su carrera musical pasaba de mano en mano sin ella tener ningún control. En plena pandemia comenzó a meditar cómo recuperar lo que era suyo. Y a diferencia de otros tantos artistas, se apoyó en un poderoso, aunque impredecible aliado.

La clave de su éxito era tan audaz como sencilla: regrabar sus viejos discos y pedirles a sus fans que escucharan las nuevas versiones para boicotear a la discográfica. La devaluación ha llevado que adquiera de nuevo los derechos de los viejos álbumes. Así fue como Swift libró una guerra por su música y venció a sus viejos rivales. Y de paso se llevó unos cuántos millones que nunca vienen mal.

Heredera de Nashville

Swift comenzó su carrera como tantas otras niñas cantantes de country: viajando a Nashville, la capital del género musical, con 14 años. Su pericia llamó la atención de Scott Borchetta, jefe de la discográfica Big Machine. El empresario, usando un modelo clásico del sello cazatalentos explotador, firmó un contrato que habría levantado ampollas en muchos otros sectores. A cambio de entregar a la cantante un gran anticipo en metálico, Borchetta ostentaría la propiedad de las grabaciones originales (los 'masters') de sus seis primeros álbumes "a perpetuidad".

¿Por qué son tan importantes los masters? Como su nombre indica, una grabación original o master es la interpretación fidedigna de una canción. Quien la posee controla todos los derechos de explotación de la música. La concesión puede ser muy jugosa para las discográficas y una losa muy pesada para los artistas, que se ven atados a estos modelos de compañías "pirata" como se las conoce en el mundillo.

Swift, como tantas otras artistas, firmó y continuó elaborando su música. Entre 2006 y 2017 publicó seis álbumes y para finales de la década pasada era una de las cantantes más famosas del panorama musical estadounidense y crecientemente exterior. En ese momento, Swift evaluó sus opciones y tomó una decisión habitual en alguien de su posición: abandonó Big Machine tras expirar su contrato en 2018 y firmó con Universal, una de las tres majors de la industria.

Resuenan los tambores de guerra

En junio de 2019, el productor musical Scooter Braun compró Big Machine por 300 millones de dólares y, con el sello, toda la discografía de Taylor Swift; su mayor activo. La adquisición no solo fue vista por la cantante como un tejemaneje clásico de la industria, sino como una jugada sucia de Braun. Representante de Kayne West, tanto Braun como el rapero de Atlanta habían lanzado una campaña pública contra la artista años atrás a la que se sumó la familia Kardashian.

Braun, representante de Ariana Grande, Justin Bieber o David Guetta, era ante todo un empresario, que conocía el poder que tienen las licencias musicales. Y eso lo sabía Swift. "Quiero que mi música perdure. Quiero que aparezca en películas. Quiero que aparezca en anuncios. Pero solo quiero eso si me pertenece", afirmó la artista en una entrevista con Billboard en 2019, tras enterarse de la compra.

Meses más tarde llegó el apocalipsis para el sector. La pandemia trastocó los planes de toda la industria musical: festivales cancelados, producciones congeladas, conciertos pospuestos sine die… La crisis sanitaria golpeó con dureza a la humanidad y, aunque la música era un potente antídoto contra la desesperanza, los profesionales se vieron sobrepasados.

En noviembre de 2020, Braun vendió los derechos de la discografía de Taylor Swift a Shamrock Holdings, un fondo de inversión fundado por la familia Disney en 1978. Braun fue uno de los pioneros de una ola de compraventas de derechos de artistas que ha barrido al sector, con inversores institucionales pagando cientos de millones por uno de los activos de moda.

Taylor responde con su propia versión

Swift estaba indignada. "Es la segunda vez que venden mi música sin mi conocimiento", indicó la cantante en una publicación en las redes sociales. En un primer momento, consideró aliarse con Shamrock, pero descubrió —según su versión— que Braun seguiría lucrándose por una cláusula de la venta de derechos. "Simplemente no puedo por mi conciencia involucrarme para beneficiar los intereses de Scooter Braun", señaló la cantante.

Swift aprovechó la pandemia para trazar un plan. Su primer álbum con Universal, Lover, había sido un éxito y durante 2020 lanzó dos discos más. En ese momento, la exposición mediática renovada y una mayor relación con sus seguidores fueron los alicientes para seguir una estrategia que todo el mundo consideró que sería un sonoro fracaso. Swift comenzó a reeditar las viejas canciones, empezando por Fearless, y a añadir pistas bonus en álbumes renovados denominados "Taylor's version". El objetivo era que sus fanes escucharan su música renovada, lo que a la postre devaluaba el precio de los discos antiguos que no poseía. Era una táctica audaz: usar las armas de su enemigo contra él mismo. Y además ganar dinero con las reproducciones mediante una supuesta causa noble.

Una estrategia empresarial que muchos calificaron de temeraria porque necesitaba contar con un caprichoso aliado para llevarlo a cabo; el propio público. Lo que no parecían detectar los empresarios y voces del mundo musical era que Swift vivía en una época distinta a la de su pasado. La relación con la audiencia a través de las redes se encontraba en su momento más dulce y la construcción de un relato de David contra Goliat en la que explícitamente pedía la ayuda de sus fanes era una jugada muy astuta y persuasiva.

Pero algo que tampoco vieron sus detractores es que la tecnología había cambiado y, por tanto, la forma de relacionarse con la música. Lo mismo daba escuchar el viejo disco que el nuevo en Spotify o Tidal. Ambos se encontraban a un par de clics de distancia.

Cuando terminó la pandemia, todos los ingredientes estaban listos. En 2023, Swift se convirtió en la primera artista en ganar los 1.000 millones de dólares basándose únicamente en la composición e interpretación de su música, según Forbes. Un año más tarde, su triunfo se dobló con la gira de mayor éxito de la historia. The Eras Tour recaudó más de 2.000 millones de dólares, superando la fama de Michael Jackson y Madonna en los 80.

Mientras tanto, siguió reeditando sus viejos títulos y consolidando su marca a través de su propio sello discográfico. Ahora, la última pieza que faltaba de esta cantante de country convertida en empresaria se ha completado. Los seis discos originales regresan a las manos de Taylor Swift después de adquirirlos a Shamrock. Para la historia queda un periplo de siete años y la campaña de marca personal de más éxito de la historia reciente.

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