Economía

Pedro Solbes, aquel vicepresidente que no supo retirarse a tiempo

A Pedro Solbes le sobra un año de biografía política, el año que va de abril de 2008 a abril de 2009. En este periodo ha acumulado en buen número de errores, de fallos y de inhibiciones. La primera legislatura de Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, con el viento de popa, Pedro Solbes se limitó a cuidar el huerto sin estridencias, aunque su principal obligación y compromiso, que era imprimir un giro en el modelo económico español, no avanzó un milímetro.

Más tarde sabríamos que esa falta de iniciativa acabaría en un desplome total de la construcción y un impetuoso frenazo a la actividad interna que ha querido enmascararse en la crisis internacional.

Ya en la presente legislatura, las cosas no han hecho sino empeorar y la figura de Pedro Solbes empequeñecerse. Aunque, como la economía no entiende de periodos políticos, el origen inmediato de los errores más llamativos del responsable de la política económica y de su equipo hay que encontrarlo en aquel agosto de 2007 en que el sistema financiero internacional dio el primer aviso de su vulnerabilidad, precursora de serias dificultades.

Error de diagnóstico

La explosión incontrolada de la crisis de las hipotecas subprime no mereció reacción alguna por parte de nuestro responsable económico. La huida hacia adelante ha sido, desde entonces, la constante de la actitud del vicepresidente segundo y ministro de Economía y Hacienda.

Pedro Solbes no supo sobreponerse al simplismo de Rodríguez Zapatero al interpretar los síntomas del sistema financiero internacional y se agarró al doble tópico de la fortaleza del sistema español y a la inexistencia de productos financieros dañados, cuando de sobra era conocido que en España existía una subprime muy particular y tan dañina, vinculada a las operaciones inmobiliarias y al apalancamiento encadenado por algunas empresas lanzadas a aumentar su tamaño sin atenerse a la menor prudencia y espoleadas por el propio Gobierno.

Previamente se había desarbolado, por nefastas influencias políticas, la CNMV, y se había acabado con la profesionalización de la dirección del Banco de España al nombrar unilateralmente al gobernador y al subgobernador. Estos dos acontecimientos tendrán ulteriormente una importancia decisiva en el desenvolvimiento de la crisis.

De la nula reacción a los acontecimientos financieros y con unas elecciones ya encima, se pasó a la táctica de negar lo que para todos era evidente, que la crisis se había instalado en las economías desarrolladas y que las finanzas globales imponen crisis globales.


Las contradicciones

Ya en la presente legislatura, Solbes se empecinó en la negativa de la crisis hasta que los acontecimientos de quiebras en Estados Unidos y el Reino Unido eran una evidencia. El discurso entonces se bifurca, se mantiene que no hay problemas, pero se comienzan a tomar medidas que carecen de credibilidad.

El paro comienza su ascensión espiral, la inflación llega al ecuador del año en el 5,3%, menudean las empresas que llevan sus libros al Juzgado y se avisa de ajustes laborales en todo el tejido industrial. ¿Y Solbes qué hace? Presenta unos Presupuestos Generales del Estado que son pura ficción administrativa. Nada de lo que en ellos se prevé se va a cumplir y Solbes lo sabe. Sólo se trata de ganar tiempo.


Asuntos ordinarios

En el otoño de 2008 se destapa un problema artificialmente creado por el propio Gobierno de Rodríguez Zapatero, la negociación de un nuevo sistema de financiación autonómica. En plena crisis, un elemento de distorsión y una irrefrenable demanda de recursos de los que no se dispone.

Otro yerro de la legislatura anterior, el Estatuto de Cataluña, pasa factura en el peor momento. Siendo como es un asunto de Hacienda, no hay miembro del Gobierno que no intervenga y que no interfiera. Y, por supuesto, el Partido Socialista en todas sus versiones territoriales. La autoridad de Solbes está prácticamente agotada.


Se agota el crédito

La crisis financiera ha reptado por debajo de la superficie de la crisis. Las empresas no encuentran cauce a sus demandas y Pedro Solbes y su equipo confunden de nuevo las causas con los efectos. Desgranan líneas de crédito a través del ICO sin querer darse cuenta, hasta que es demasiado tarde, de que el problema de la liquidez tiene causa previa en la crisis financiera que se empeñaron en ignorar.

Cuando consigue consensuar el Fondo de Adquisición de Activos y otras medidas de apoyo a las entidades financieras con el Partido Popular, y parece que va a remontar el vuelo político, desde la Moncloa y Ferraz, una vez más, llega el discurso capcioso. "No se les ha dado un euro a los bancos". Los parados no lo entenderían. Y Solbes, a tragar de nuevo.

Las señales de divorcio entre el presidente y el vicepresidente se plasman cuando encarga a la ministra de Administraciones Públicas, la emergente Elena Salgado, la gestión del Fondo Local y a Miguel Sebastián, la del Fondo para la Industria. A Solbes ya no sólo le hacen los Presupuestos, sino que le dicen en qué, cómo y cuándo se gastan. Y Solbes lo acepta.


El rey del déficit

Así se volatiliza un superávit público a velocidad de vértigo. Un fenómeno que a Solbes no le es desconocido, porque en su ministerio con Felipe González asistió en primera fila a un fenómeno similar. Dejar hacer siempre supone gastar más. Entonces fue el partido, ahora el partido y la Oficina Económica del Presidente, una entidad especializada en el puenteo entre Moncloa y los ministerios (oye, de esto no hace falta que se entere Solbes).

En el último año, Pedro Solbes ha sido vicepresidente honoris causa, apenas ha sido ministro de Economía y de Hacienda no le apetece hablar. No se olvide de que por vía de Hacienda le llegaron las excentricidades de gasto del cheque bebé y de los 400 euros. Ambas medidas se tomaron en contra de su opinión y pusieron en la pista de rodaje otras obsesivas "recetas sociales" de Rodríguez Zapatero que, a las primeras de cambio, han dado al traste con lo que había sido su mejor logro como ministro, el primer superávit público real en tiempos democráticos.

Solbes ha consentido todo; ha asistido, preocupado pero inerme, al avance de la crisis; ha aceptado, incomprensiblemente para muchos, que un esquemático Zapatero le haya usado de tapadera; ha renunciado a lo que era su desafío profesional, la reforma económica. Y se ha quedado en la personificación del déficit, en colaborador necesario de la mayor destrucción de empleo de los últimos tiempos, en cómplice de la ignorancia económica de Zapatero y en el puching ball de todas las iras políticas. Le ha sobrado biografía.

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