
Siguiendo escrupulosamente el guión previsto, nueve Estados del Este de la UE han consumado este domingo un desplante a sus socios ricos del Oeste del club comunitario. Los jefes de Gobierno de Polonia, República Checa, Hungría, Lituania, Letonia, Eslovaquia, Estonia, Bulgaria y Rumanía han desayunado en la embajada polaca de Bruselas. El único occidental invitado al conspiración ha sido el portugués José Manuel Durao Barroso, presidente de la Comisión Europea.
El desayuno restringido es un mensaje en sí mismo: muestra que la UE, como tantos otros matrimonios, atraviesa un periodo de crisis. Es la manifestación de que los participantes en la mini cumbre sienten que sus intereses no son tenidos en cuenta por el conjunto de los 27 países. Si el grupo de los nueve se hubiera sentido conpletamente integrado en la familia comunitaria, sus componentes habrían aterrizado en Bruselas a media mañana para participar con total normalidad en la cumbre plenaria que reúne este domingo a la hora de la comida a los jefes de Estado y Gobierno de los Veintisiete.
Donald Tusk, que como primer ministro polaco ha sido el anfitrión de la cumbre matutina, fue muy lacónico en sus declaraciones al final del desayuno. "En tiempos de crisis, todos los que hemos participado en la reunión consideramos que es importante mantener la solidaridad europea; que todos los países de la UE respetemos las mismas reglas y principios; y que evitemos caer en la tentación del proteccionismo", declaró Tusk. Desde antes de su entrada en la UE en la primavera del 2004, Polonia pretende ocupar el lugar del país del Este más influyente en Bruselas.
Los líderes de los 27 países de la UE se reúnen este domingo en Bruselas durante una cumbre limitada a un almuerzo para afinar su escasa coordinación y salir de la recesión sin zancadillearse unos a otros. Al menos, deberían dar impresión de que la UE además de Europea es una Unión. Pero la cumbre previa durante el desayuno, restringida a los socios del Este, ha dinamitado la puesta en escena.
Ayudas al automóvil
Los dirigentes del Este acusan, sobre todo, a Francia de proteccionismo en la industria del automóvil. Las arcas públicas orientales carecen de recursos para competir con las occidentales dando subsidios para atraer empresas y evitar despidos.Y aseguran que, con el apoyo público a sus sectores nacionales, los países del Oeste falsean los principios del libremercado y las reglas del mercado único europeo y ponen en peligro el empleo entre la mano de obra barata del Este.
Las deslocalizaciones estaban favoreciendo a las economías orientales por sus bajos costes, y en los últimos años estaban recibiendo la implantación de sectores industriales que huyen de Occidente. Ahora temen que la intervención de capitales como París cambie el sentido de las mudanzas industriales. Si, como todos asumen, el sector del automóvil está sobredimensionado y debe reducirse, y Francia y España incentivan a sus fabricantes de automóviles a mantener el nivel de empleo actual en sus respectivos territorios, los recortes y cierres de plantas presumiblemente ocurrirán en el Este.
La Comisión Europea, que analiza los planes de ayuda al sector del automóvil de Francia, España, Italia, Alemania, Suecia y Reino Unido, aseguró este sábado haber recibido garantías satisfactorias de París de que el plan galo no será proteccionista. Francia habría aceptado retirar de su legislación la cláusula que obliga a garantizar el empleo en su territorio a las marcas de coches que reciban sus subsidios para sobrevivir a la crisis. Pero aunque la condición ya no esté formalmente en el papel, difícilmente los fabricantes franceses se atreverán a violar lo que su Gobierno considera un pacto de caballeros.
Ayudas a la banca
También reprochan las capitales orientales a las occidentales que, con sus subsidios a los bancos en apuros, otorgan una ventaja injusta a sus entidades. Y lamentan que Occidente no se solidarice ni con sus problemas con Rusia por el suministro energético, ni con su maltrecha banca.
Estas últimas quejas se podrían ver dulcificadas desde que el pasado viernes el Banco Mundial, el Banco Europeo de Inversiones y el Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo anunciaran la concesión de un préstamo global de 24.500 millones de euros a los bancos y empresas de los países de Europa oriental, dentro y fuera de la UE, para que puedan hacer frente a la actual crisis económica y financiera. Pero el Gobierno húngaro había reclamado en la víspera 100.000 millones para toda la zona, además de que Hungría fuera aceptada por la vía rápida en Eurolandia: el club de los países que comparten el euro como moneda única.
El gran interés del Banco Mundial por las desventuras financieras del Este europeo en general, y de Ucrania en particular, se explica en Bruselas en función de la nacionalidad del presidente de esta entidad: el norteamericano Robert Zoellick. Los estadounidenses, y más aún los republicanos como Zoellick, temen que después de tantos esfuerzos -y tensiones con Moscú- para apoyar Gobiernos ucranianos pro occidentales, la crisis termine devolviendo el poder en Kiev a los políticos pro rusos.
Todos contra todos
La pelea no es sólo Este contra Oeste. Alemania está muy molesta por el intervencionismo de Francia; y España, por el generoso doping estatal que reciben los bancos británicos y holandeses. Austria, Italia y Grecia se unen a los países del Este y piden también ayudas para sus bancos que operan en el Este. Entidades que han amasado píngües beneficios en los últimos años gracias al rápido crecimiento económico de aquella zona, pero que han terminado por entusiarmarse más de la cuenta en su expansión oriental y han asumido una exposición excesiva a los riesgos ahora que llegan las vacas flacas.
La propia Comisión Europea está dividida. Su presidente, que espera ser reelegido en breve, evita que sus críticas al proteccionismo apunten a nadie en concreto. Comisarios como Joaquín Almunia y Neelie Kroes le reclaman una línea más dura