Andar por todos los pabellones o Halls del MWC de Barcelona, ir de uno a otro (hay ocho en total) y recorrerse los inacabables pasillos y las zonas de tránsito corresponde a correr una media maratón, o sea 21.097 metros, poco más de 21 kilómetros. Eso es lo que han calculado la gente de ForceManager, una empresa española presente en la feria.
Y es una de las muchas conclusiones que se deducen a simple vista: todo es gigantesco...y todo funciona. Es como una inmensa ciudad, perfectamente organizada, habitada por una mayoría de ejecutivos elegantemente vestidos, llena de espectaculares stands con los últimos gadgets disponibles y con un sinfín de salas de reuniones todas ellas ocupadas. Y es un salón profesional, la gente va a trabajar. Y trabaja. Muy poca gente va con bolsas promocionales y regalitos, como en las ferias abiertas al público, por la sencilla razón que no se reparten.
Otra señal de la grandiosidad del evento es la logística que se ha puesto en marcha para facilitar el transporte a miles de personas que vienen, en su mayoría, del centro de Barcelona. Las primeras horas son un continuo río de gente saliendo de autobuses, llegando a pie de la estación del metro o bajándose de las numerosas lanzaderas que llegan desde los hoteles. Por cierto, la mayoría de estas lanzaderas tienen matrícula extranjera y llegan a colapsar las calles adyacentes. Docenas de guardias urbanos y mossos de esquadra controlan al personal y, visto y oído por el que escribe, orientan en un aceptable inglés a algún asistente despistado.
La entrada sur del recinto recibe al asistente sin demasiado tiempo para pararse a pensar. Hay que sacar el DNI o pasaporte para entrar y las colas circulan rápidamente. El visitante está ya dentro de la feria y tiene a su disposición la revista del día, junto a un completo, pero voluminoso, catálogo de asistentes. La señalización es excelente, de todas las formas y colores: paneles interactivos, azafatas uniformadas y planos del recinto cada diez metros. Eso sí, hay tantos stands de la Samsung, y de algún que otro gigante del sector, que uno no sabe al final en qué pabellón está.
Este sector es una de las locomotoras del mundo actual, y este congreso es el punto álgido del calendario, por lo que no se pierde el tiempo. Las docenas de bares y restaurantes están llenos, pero el movimiento es constante. La dinámica parece siempre la misma: sentarse, desplegar el portátil, picar algo y hablar. Y si no es en los bares, es en los stands. Impresionantes construcciones de dos niveles con espacios reservados y lugares de trabajo. Hay productos expuestos, pero no es un salón donde el ?producto? ocupa espacio. Este debe valer su precio en oro y hay que amortizarlo poniéndolo al servicio del networking efectivo. Y hay una cosa clara, si todos los asistentes están en el MWC para cerrar tratos, se ha conseguido crear la atmósfera ideal. Y seguro que funciona, pues al salir ya se indican las fechas de la próxima edición.