
Hace unos años mi pareja, de nacionalidad inglesa y con quien vivía felizmente en Londres, me convenció para que nos mudásemos de vuelta a Madrid debido a la multitud de oportunidades que ofrecía la entonces eufórica España. Hoy el escenario es muy distinto, y se hace obvio que si no arrimamos todos el hombro en la reconstrucción de país, el día de volver a hacer las maletas se acerca irremediablemente. ¿Qué ha cambiado?
Según la Fundación Kauffman, el 100 por cien de los nuevos trabajos netos que ha generado la economía norteamericana entre 1980 y 2005 ha sido en empresas de reciente creación. Cuando una gran corporación contrata a un trabajador es porque otra ha puesto a una persona en la calle. Afortunadamente, cada vez más profesionales alrededor del mundo comprenden que tienen más probabilidades de participar en un proyecto con opciones de crecimiento si éste no ha alcanzado su madurez; que los dinosaurios están en peligro de extinción. En este nuevo entorno existen tecnologías que permiten vender a clientes de todo el mundo desde un sótano del madrileño barrio de Tetuán; o que media docena de informáticos puedan reinventar una industria. Las reglas están cambiando. Estamos ante la revolución startup, y al igual que la revolución industrial, las implicaciones económicas y sociales van a ser salvajes, sobre todo, durante el largo periodo de transición que se nos viene encima.
La situación en España es especialmente alarmante si la observamos desde esta óptica. Sobre todo cuando nos fijamos en otro estudio de la OCDE que mide como nuestra tasa de creación de empresas ha bajado casi un 50 por ciento desde el inicio de la crisis. Si tenemos en cuenta lo citado por la Fundación Kauffman, con respecto al tipo de empresas que crean puestos de trabajo, el hecho de que se hayan reducido a la mitad los nuevos proyectos puestos en marcha es incluso más preocupante.
Cuenta el chiste que los economistas pasan la mitad de su tiempo explicando por qué la mitad de sus predicciones no se cumplen, pero si las viejas empresas sólo destruyen puestos de trabajo en términos netos y cada vez tenemos menos nuevas que los crean, ni el político más optimista puede vendernos que el paro no va a aumentar o que la situación económica y social no va a ir a peor. Tal vez deberíamos mirar de reojo a otros países que están soportando mejor la crisis, e incluso muestran signos de empezar a remontarla, donde se fomenta una auténtica cultura emprendedora. Porque son sus emprendedores los que lanzan empresas que crean nuevos puestos de trabajo, y a las que un país necesita siempre pero, sobre todo, en tiempos de crisis. Porque la recuperación económica pasa por la innovación en el sector tecnológico. Un mundo que trae bajo el brazo ideas y trabajo.
En estos momentos el indicador macroecónomico más relevante es el de los emprendedores que atraemos a España versus los que hacen las maletas lanzando sus proyectos desde otros países. Y a mí cada vez me toca escribir mas cartas de recomendación a nuestros socios extranjeros que les reciben con los brazos abiertos. Es más; desde el año 2008 el número de españoles en el exterior se ha incrementado notablemente, y su perfil fundamentalmente responde al de jóvenes muy cualificados. Necesitamos cambiar esta situación. Necesitamos argumentos para retener a nuestros cerebros e importar todos los que podamos de fuera. Necesitamos darnos cuenta de lo crítica que es la figura del emprendedor, de lo imprescindible que resulta, reitero, sobre todo en tiempos de crisis. Hagamos todo lo posible para invertir el ratio, porque en caso contrario nuestros hijos tendrán que emigrar a mercados en crecimiento que no consideren el pasaporte español tercermundista por la situación del país que dejan atrás.