Andalucía

Recurrir a la sensatez económica

Las medidas de sentido común que aplican familias y empresas no parece que sirvan para el sector público, que sufre idéntidos problemas que aquellas: la reducción de los ingresos.

Muy a menudo escuchamos que las crisis presentan oportunidades, y que en ellas encontramos un laboratorio de ideas y de medidas con las que enfrentar no solo soluciones para futuras crisis, sino medidas de prevención con las que evitarlas. Sin embargo, en la actual crisis, a juzgar por su intensidad, parece que nada se aprendió de las anteriores. Y precisamente por su intensidad se justifican medidas que no encuentran precedentes en anteriores crisis en ningún país, con los riesgos que esto implica. Me preocupan especialmente los excesos en políticas públicas para corregir excesos previos a la crisis bajo el argumento de que lo inusitado de la situación lo justifica.

Cuando se nos presenta la crisis, familias y empresas hacen sus deberes, y ajustan rápidamente sus gastos a la nueva realidad de sus ingresos, cada vez menores. Cuando las circunstancias se lo permiten, comienzan a generar un valorado ahorro que les permita compensar o reducir las enormes deudas adquiridas previamente. Es un proceso de prudencia y sensatez en el que no media ideología alguna, y para el que no es necesario acudir a ninguna escuela de negocios a que te lo enseñen.

Algunos, los más propensos al riesgo o aquellos cuyas circunstancias lo exijan, podrían decidir utilizar todo o parte de sus ahorros para realizar alguna inversión o emprender un negocio (¡bares!) con el que comenzar a obtener ingresos. Es una decisión de riesgo, pues si finalmente la inversión realizada no presenta resultados, o los demora, habrá agotado toda o parte de su riqueza ahorrada y se verán abocados a una situación más delicada aún de la que tenían con anterioridad. Es lo que denomino el dilema del "pita o peta" con el que nos referimos a una situación de éxito (pita) o fracaso (peta), que en una situación de crisis tiende a balancearse de forma natural más hacia el lado del fracaso, y en consecuencia "peta", que hacia el lado del éxito, y en consecuencia "pita".

El proceso descrito anteriormente para familias y empresas, parece que para muchos no es válido para su traslación a las cuentas públicas. Nuestros criterios se conducen de manera diferente cuando hablamos de nuestra casa o de nuestra empresa, frente al dinero de todos que representan las cuentas públicas. En general, a medida que diluimos la propiedad tendemos a derivar más responsabilidad y exigencias en los demás, y menos del lado propio. La frase largamente repetida de que el dinero no crece en los arboles viene muy a cuento cuando tratamos de las cuentas públicas.

Pero ya no solo se trata del criterio de los ciudadanos, también los que toman decisiones acerca de políticas públicas se conducen de manera diferente en la gestión pública y en la gestión privada. Con el argumento de que cuando falla la iniciativa privada el Estado debe acudir en su sustitución hasta que las empresas y familias recuperen el pulso, y por otros motivos derivados de la supuesta complejidad macroeconómica, se admite una solución diversa para lo público.

Este es, en lo básico, el debate que tenemos en la actualidad entre los defensores de los recortes y quienes consideran tal cosa un "austericidio", como resultado de un proceso de austeridad suicida. Este debate suele tener tintes inequívocamente políticos e ideológicos, y es especialmente intenso y excluyente en épocas de crisis, con habitual recurrencia a tópicos de los que se apropian unos y otros. Y es que en economía, como en otras ciencias no exactas, hay mucho tópico, y se abusa de ellos en muchas situaciones, y con las personas que mejor reciben esos mensajes.

De ahí el populismo y la demagogia. Permítanme que les diga que cuando mejor nos han marchado las cosas es cuando hemos tenido alternancia de partidos centrados. Y digo alternancia, porque me parece consustancial a un régimen de libertades que se precie. Y digo centrado, no como expresión de estar en medio de las izquierdas y derechas, sino como viva expresión de profesionalidad, racionalidad y sensatez.

¡Recurramos a la sensatez! Debemos recurrir a ella de manera permanente, aunque algunos me acusen de que cobijo mis ideas bajo el manto de la sensatez. Es sensato no gastar por encima de tus posibilidades. Es sensato que no nos endeudemos más allá de lo razonable. Es sensato que reduzcamos el gasto cuando los ingresos se reducen. Es sensato generar ahorro en las familias y en las empresas. Y todo lo anterior es igualmente sensato en una familia, en una empresa, o en la gestión de los recursos públicos.

Y en consecuencia, no me parece sensato que se realicen planes públicos de inversión innecesarios a todas luces con la intención de dinamizar la economía y sustituir a la dormida iniciativa privada. Del famoso Plan E lo único que puedo decir con seguridad es que no pitó, y que España terminó de petar con él. No me parece prudente ni sensato que no se reduzcan los gastos públicos cuando se reducen los ingresos drásticamente, igual que se ha hecho en las familias y en las empresas.

Y del lado del gasto público hay mucho por reducir, y no precisamente las partidas de carácter social como la educación y la sanidad. ¡Eso ni tocarlo! No me parece sensato que vivamos permanentemente del ahorro de otros países hasta endeudarnos más allá de todo límite razonable, como nos ha sucedido durante años.

Por último, no me parece prudente ni sensato que el Banco Central ponga a funcionar de manera intensa la máquina de hacer dinero. Finalmente esto no es más que tratar de dinamizar la economía real dopándola de nuevo con potenciación del endeudamiento. Se trata de nuevo de sobredimensionar la economía financiera, sin acompañamiento de la economía real. ¡No nos quejábamos de los excesos de la economía financiera al inicio de la crisis! Pensemos en mejorar la productividad, es un camino de menor riesgo?y más prudente y sensato. Hasta el Banco de Pagos Internacional (BIS) nos lo apunta en su último informe.

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