
La propuesta del Gobierno de elevar dos años, hasta los 67, la edad de jubilación, para llegar a unas condiciones semejantes a las que han establecido los principales países de nuestro entorno, responde seguramente a una necesidad real.
Pero, como es lógico, ha sido recibida con profundo malestar por la opinión pública, reacia a consentir el recorte de derechos e impactada de que no somos tan ricos ni tan afortunados como se nos quiso hacer ver en más de un momento de euforia.
Y este malestar ha conducido hasta el agravio comparativo: nuestros parlamentarios (que por cierto ya llevan a día de hoy 48 días de vacaciones de verano) disfrutan de un régimen especial de seguridad social que los privilegia.
¿Cuándo se jubilan los parlamentarios?
Como puede ver cualquiera que tenga interés en ello en el texto de la propia norma, los parlamentarios sí pueden jubilarse a los 60 años si han trabajado durante 40 años. Además, disfrutarán de la pensión máxima si han ejercido como diputados o senadores durante un mínimo de siete años. Y en todos los casos, y puesto que no pueden acogerse al seguro de desempleo, podrán acogerse a prestaciones singulares que les garanticen suficiente cobertura personal.
Si se piensa bien, y aunque a veces parezca otra cosa, el cargo de parlamentario no es una bicoca. Quien lo ostenta percibe un salario aparentemente elevado, que no lo es tanto si reside fuera de Madrid y que en todo caso podría considerarse discreto en el sector privado. Además, se trata de un trabajo aleatorio e inseguro ya que la renovación o no del 'contrato' depende como es obvio de la decisión electoral de los ciudadanos.
Mejor calidad de lo público
Si queremos que vayan a la política "los mejores" porque ello aseguraría una mejor calidad de lo público, no deberíamos ser cicateros con las remuneraciones de los políticos. Sin embargo, es pedagógicamente inaceptable que se les conceda privilegios que no alcanzan a los demás mortales. En otras palabras: aceptaríamos mejor unos sueldos más altos para los parlamentarios que esas ventajas que los sitúan por encima del común de la gente.
Algo falla en nuestro modelo político porque, de un lado, no van a lo público los mejores y, de otro lado, demasiados políticos han incurrido en incalificables episodios de corrupción.
No deberíamos sin embargo desanimarnos porque el error es consustancial con la condición humana y no nos queda más remedio que trabajar por mejorar a toda costa nuestro sistema democrático que, como Churchill decía jocosamente, es el peor de todos los regímenes políticos, a excepción de todos los demás.