
La crisis acentúa los malos tiempos para los recién licenciados universitarios por la escasez de oportunidades, la precariedad de las ofertas laborales y la regresiva política salarial para los colectivos con mayor formación académica. ¿Será capaz el pretendido cambio de modelo productivo de dar satisfacción a los nuevos parados de lujo?
Talento, preparación y motivación. Cualquier head hunter al que le pidieran que seleccione jóves universitarios para un trabajo pondría a los candidatos ante este tríptico de condiciones objetivas. Talento, se le da por hecho; preparación, la respalda un título; motivación... No es fácil en los tiempos que corren, y no sólo en España, aunque en nuestro país el despilfarro de estos tres elementos necesarios está acentuado.
¿Puede tener motivación alguien al que en el 21 por ciento de los casos no le van a dar con certeza el puesto? ¿Puede estar exultante alguien al que sólo en el 9,9 por ciento de los casos le van a suscribir un contrato de carácter indefinido? ¿Puede sentirse con ganas de comerse el mundo alguien al que en el 46,1 por ciento de los casos le van a ofrecer un puesto de trabajo que no está relacionado con aquello para lo que ha estudiado? Estas preguntas llevan cabalmente su respuesta incorporada. Es la radiografía del licenciado, máster o doctor que encara su primera oferta laboral.
Panorama nacional
Un lóbrego panorama al que se enfrentan individuos y familias, pero también el país entero que, bajo el eslogan de un cambio de modelo económico o de un cambio de modelo productivo, invoca la formación como la línea de fuerza de un próximo futuro cuando es incapaz, aquí y ahora, de dar una oportunidad a los mejor formados.
"Mi trabajo", dice Manuel José Láiz Díez, licenciado hace dos en Química, "es bastante estable: llevo tres años colocando mercancías en las consolas de un hipermercado. Soy el que más tiempo lleva de todos los que pasamos la madrugada allí. ¿Química? Se me va a olvidar porque lo único que leo son reclamos y ofertas de empleo. Es un submundo que me ha revelado las ganas de convertirme en novelista de miedo".
No sólo se trata de la dificultad para entrar en el mercado de trabajo, que también, sino de no perder aquello que tienen, por precario y mal pagado que sea. Los jóvenes de menos de 24 años son los más perjudicados por la pérdida de empleo, pero según los datos oficiales de la EPA, recogidos en el Observatorio Laboral de la Crisis de Fedea, en los últimos meses se intensifica la pérdida de empleo en el rango de edades de entre 25 y 34 años, en el que se inscriben los que salen de la Universidad y los que llevan pocos años en posesión de un título.
El dato no es alentador: entre los que pierden el trabajo, sólo el 2 por ciento tenía un contrato fijo. ¿Puede servir de consuelo que los universitarios que pierden su empleo son porcentualmente la mitad de los que no son universitarios?
¿Quiénes y cuántos?
Además de sufrir con intensidad el ajuste laboral, llegar a un puesto de trabajo se convierte en una gesta. Según la última EPA, obtener un puesto de trabajo -cualquier puesto de trabajo- es una especie de lotería que sólo toca al 23 por ciento de los jóvenes. Sólo un trimestre antes, la probabilidad era 10 puntos más elevada; y dos trimestres antes, la diferencia era de quince puntos porcentuales.
En esta desnutrida leva de jóvenes, los que tienen un título universitario gozan de una cierta prevalencia -medida en un 33 por ciento de posibilidades de fichar, sólo el 20 por ciento si es mujer-, lógico existiendo una bolsa laboral llena de titulados. Otra cosa es qué se les ofrece.
De momento, un contrato temporal al 80 por ciento de ellos, y sólo un 12 por ciento de contratos estables. Lo demás son ofertas de contratos de distinta naturaleza, incluidas supuestas becas que encubren un trabajo temporal. Prueba de ello es que las ofertas de empleo, en su mayor parte, son de trabajos manuales.
Pero, ¿de quiénes y de cuántos hablamos al referirnos a los titulados universitarios que aspiran a un puesto de trabajo?
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