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Tierra de pólvora y letras

Campo de Criptana, El Toboso, Argamasilla de Alba, Villanueva de los Infantes, Almagro, Puerto Lápice, Consuegra y Toledo. No están todos los que están, pero voto a bríos que los que están lo son, y mucho. Son paisajes, son caminos, son rincones que muchos solo han visitado con la vista puesta en los renglones de Don Quijote de La Mancha, la mayor obra literaria que los tiempos hayan visto, firmada por un tal Miguel de Cervantes Saavedra, un pobre escritor que no disfrutó en vida del éxito que tuvo luego su magna obra, publicada en dos partes, en 1605 y 1615, un año antes de morir en Madrid.

Por tanto, en este 2016 estamos celebrando el 400 aniversario de la muerte de Cervantes -y también de Shakespeare, que ya es casualidad que los mayores genios de la historia de la literatura no solo murieran el mismo año, sino con unos pocos días de diferencia-. Y qué mejor forma que subirnos en un Rocinante de auténtico lujo como es el Lexus GS 300h, la berlina media de la firma japonesa, y lanzarnos a los caminos de polvo y letras que vieron pasar a Don Quijote y Sancho Panza en esas sin par aventuras que vivieron por la estepa castellana, enfrentándose a gigantes, malandrines, buenas gentes y facinerosos que solo pretendían que el hidalgo antes conocido como Alonso Quijano no viviera las peligrosas aventuras necesarias para atesorar el suficiente honor para cortejar a la bella Dulcinea del Toboso, la dama a la que dedica su vida, su amor y su demacrado cuerpo.

La Mancha, provincias de Guadalajara, Cuenca, Albacete, Toledo y Ciudad Real, es ya por sí misma un gran monumento a la figura de Don Quijote y por ende de Cervantes. Porque el autor, el Manco de Lepanto -aunque en realidad no era manco, solo tenía impedida la mano izquierda tras ser herido en la batalla de Lepanto contra los turcos-, ideó todo el imaginario quijotesco en sus interminables idas y venidas por las polvorientas sendas manchegas en los muchos años en que los recorrió como recaudador de impuestos de la Corona española.

Y tras sus pasos, los de Cervantes y los de Don Quijote, nos subimos a lomos del GS 300h y ponemos rumbo al primer enclave quijotesco, Campo de Criptana, la mayor y la mejor concentración de molinos de viento de toda España. El camino es tranquilo, pausado y, sobre todo, silencioso, por fuera y por dentro. La escasa rumorosidad de los dos motores que impulsan el GS 300h, a pesar de la generosa entrega de caballería (181 CV el atmosférico y 143 el eléctrico) hacen de este otro híbrido de Lexus la elección perfecta para este viaje -homenaje a nuestras mejores letras.

Tras posar orgulloso nuestro Rocinante delante de los majestuosos molinos, enfilamos rumbo a El Toboso, la patria de Dulcinea, el amor de Don Quijote y por ende de todos los que tenemos una Aldonza Lorenzo en nuestro corazón. En la plaza principal del pueblo un monumento modernista muestra a un Don Quijote arrodillado rindiendo pleitesía a su dama. Siguiente parada, Argamasilla de Alba, su- puesto ?lugar del que no quiero acordarme?, donde Cervantes situaba la patria de su antihéroe. Una estatua del autor atestigua este hecho, nunca probado, si bien don Miguel no vio con buenos ojos que allí, en Argamasilla, se editara una segunda parte apócrifa de su magna obra, el llamado Quijote de Avellaneda.

Seguimos nuestro camino bajo el sol de la tarde hasta Villanueva de los Infantes, en cuya Plaza Mayor vemos uno de los monumentos más bellos dedicados a la peculiar pareja de caballero y escudero medievales... del siglo XVII. El día termina en Almagro, lugar sin referencias quijotescas, pero brillante por su maravilloso corral de comedias de la época.

Al día siguiente, tras dormir en el notable Parador de Almagro, la ruta sigue, con una primera parada en la bella población de Puerto Lápice, donde se halla la supuesta Venta de Don Quijote, lugar ahora adaptado al turismo y en el que podremos degustar la gastronomía manchega en forma de migas, gachas, duelos y quebrantos, atascaburras, etc. Después llegamos a Consuegra, con otro maravilloso enclave de molinos, en lo alto de una loma. Y terminaremos en Toledo, que no necesita presentación, ciudad imperial en la que Cervantes residió una breve temporada de su vida.

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