El liderazgo y la esperanza

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Dicen que Napoleón dijo que un líder es un repartidor de esperanza. Y probablemente la capacidad de generar esperanza recoja la esencia más auténtica del liderazgo. Porque los grandes líderes no son personas que lo saben hacer todo, y a veces ni siquiera tienen grandes dotes de gestión de equipos o de organizaciones. Pero tienen visión. Y la visión es lo que engrana a las ideas con las personas para producir las chispas de las que nace la creatividad, la innovación, la creación de valor y el progreso.

Encontrar luz en la oscuridad es un proceso misterioso y raro de ver. De igual manera, tener la visión que hace falta para saber hacia dónde debe ir una organización es igualmente extraño y poco frecuente. La esperanza no es una forma de optimismo vacío, ni mucho menos la confianza en que un golpe del destino resolverá cualquier situación. La esperanza es la creencia de que si se sigue un determinado rumbo las cosas saldrán bien. En ella es tan importante la ilusión y la emoción como la factibilidad de aquello que se pretende. Por eso la esperanza está conectada con la visión.

Definir un futuro factible para la organización debería ser una de las preocupaciones más importantes de los líderes. Por eso la esperanza es uno de los pilares del liderazgo resonante.

Sin esperanza no hay visión, ni hay futuro.

El liderazgo y la conciencia

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Una de las cualidades del liderazgo resonante es la conciencia. Tanto en los buenos como en los malos tiempos los grandes líderes se han caracterizado por leer la realidad con ecuanimidad. Por estar en el aquí y en el ahora, y por no dejar que ni el pesimismo les consuma ni un optimismo ingenuo les distraiga. Aunque pueda parecer lo contrario, saber dónde se está no es una tarea fácil para nadie, y menos para una persona que conduce a otras.

Encontramos directivos de microempresas que hablan de ellas con la seguridad que tendrían si fueran multinacionales, y directivos de multinacionales que, aún arropados por la inercia y tamaño de un coloso, olvidan que lo importante siempre serán sus clientes. Hay quien estaba mirando para otro lado cuando aparecieron las dificultades serias, y líderes que no comprenderán nunca que los resultados de sus equipos son consecuencia de sus acciones, las que llevan a cabo u omiten en primera persona, y no de las circunstancias.

Estar donde uno está, estar a lo que se está, y saber dónde se está son habilidades aparentemente sencillas pero no tan frecuentes como sería deseable en las personas que ostentan posiciones de liderazgo. A veces las luchas por el poder, la obsesión por los resultados, las egolatrías y demás flaquezas humanas desvían a los líderes de uno de sus auténticos cometidos, que es ser plenamente conscientes de lo que ocurre y atender a ello con todos sus sentidos.

Los grandes líderes están en el aquí y en el ahora.

El liderazgo y la empatía activa

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Una de las claves del liderazgo es la identificación del bien común, del rumbo con el que todos se sienten identificados. Sea cual sea el motivo por el que las personas se han unido a él, siempre es necesario recomponerlo y ajustarlo sobre la base de los rumbos individuales que cada miembro del equipo sigue en la vida. Si las personas no sienten que hay algo para ellos en el proyecto común es muy difícil que se entreguen de verdad. Por eso la empatía es importante.

Hoy que tanto se habla de evaluación del desempeño, de saber escuchar, del liderazgo desarrollador y de todos esos conceptos tan importantes, a menudo se olvida que todo ello no puede funcionar sin empatía, una habilidad humana tan conocida como poco explotada en el terreno del liderazgo. En el modelo del liderazgo resonante la empatía activa es una clave irrenunciable. Tenemos que aprender a vivir la vida del equipo como la vive cada uno de sus miembros, para poder averiguar cómo perciben lo que queremos conseguir. La identificación con una clave común no se logra en la mayoría de los casos simplemente informando, ni solamente comunicando aunque sea eficazmente, ni únicamente persuadiendo. Hay que saber lo que cada uno puede aportar y, más importante, lo que cada uno quiere aportar, para saber cómo encaja en el rumbo común. Si no es así, las personas pueden sentirse informadas pero no implicadas, o escuchadas pero no entusiasmadas.

Empatía es saber cómo ve la realidad el otro. Empatía activa significa actuar en consecuencia.

Malos jefes y líderes inspiradores

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Dicen que entramos en las empresas buscando buenos salarios y salimos de ellas a causa de los malos jefes. Bien mirado, el liderazgo debería ser una cuestión sencilla, dado que todo el mundo sabe distinguir un buen jefe de uno malo; hasta los monos. Sin embargo, el asunto no debe ser tan fácil, porque si lo fuera los malos jefes no existirían. El liderazgo resonante es uno de los enfoques recientes sobre este tema, y clasifica a los líderes en resonantes y disonantes.

Los líderes resonantes son aquellos que logran instaurar en el equipo un tono emocional positivo, sincronía interpersonal y calma. Los líderes disonantes hacen todo lo contrario, es decir, contagian al equipo un tono emocional negativo, dificultades interpersonales y ansiedad. Cuando las personas se sienten bien, no sufren de estrés innecesario y están conectadas con otras personas, entonces producen de manera natural. Y eso, producir de forma natural, de forma que no cueste aparente esfuerzo, es lo que llamamos inspiración. Así que también podríamos decir que los líderes resonantes son inspiradores.

No debemos suponer que eso se consigue fácilmente, porque cualquiera puede recordar que en su historia ha conocido a muchos malos jefes. Personas que debido a su ambición, egoísmo, limitaciones o falta de preparación han creado discordia y ansiedad en sus equipos haciéndolo todo más difícil. Hoy, más que nunca necesitamos buenos jefes, líderes resonantes que nos inspiren y que impulsen un movimiento constante hacia delante.

A veces los líderes inspiradores son mejores que los buenos salarios.

Las 8 claves del éxito: #8 Conexión

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Hoy que tanto nos empeñamos en señalar los valores de las redes sociales y en afirmar que, si no estamos presentes en ellas personalmente por gusto, tenemos que estar profesionalmente casi por obligación, hemos prácticamente olvidado el auténtico valor de mantener una red social sólida. Que, como salta a la vista, no es exactamente lo mismo que la presencia en las redes sociales.

Los estudios de Christakis y Fowler muestran resultados tan imprescindibles como sorprendentes, pues han demostrado que la felicidad, como otras muchas conductas humanas, se imita y se propaga a través de las conexiones sociales. Por ejemplo, una persona tiene en torno a un quince por ciento más de probabilidades de ser feliz si está conectada directamente con una persona que lo es. Y el efecto aumenta considerablemente con la cercanía: cuando una persona vive a menos de dos kilómetros de un amigo feliz, la probabilidad de que lo sea aumenta un veinticinco por ciento.

Pero lo que resulta impactante es el efecto de la conexión sobre la misma vida. En un estudio que abarcaba un total de más de trescientas mil personas, los investigadores encontraron que aquellas personas que poseían una red social sólida mostraban un aumento del cincuenta por ciento en la probabilidad de supervivencia respecto a las personas con conexiones sociales más débiles.

Estar presentes en las redes sociales nos entretiene, aumenta nuestra autoestima, y desde luego es un recurso imprescindible del marketing actual. Sin embargo, mucho más importante, estar de verdad conectados con otras personas contribuye a nuestra felicidad e incrementa nuestra esperanza de vida, constituyendo una de las claves más significativas del éxito.

Estar presentes en las redes sociales es positivo, pero tener amigos es imprescindible.

Las 8 claves del éxito: #7 Mentalidad

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El ensayista checo Erich Heller escribió en una ocasión que había que tener cuidado con la forma en que interpretamos el mundo, porque es exactamente como lo interpretamos. Obviamente esto no quiere decir que tengamos la cualidad de leer la realidad de modo ecuánime, sino que el mundo, para cada uno de nosotros, es exactamente como cada uno lo ve, y no como es en realidad, si es que tal cosa existe. Y eso puede aplicarse igualmente a las personas que conocemos, a nuestra visión de nosotros mismos y, por supuesto, a los retos que nos planteamos.

Por mucho que se haya escrito y debatido sobre la importancia de la subjetividad humana, todo el esfuerzo invertido será poco si al final seguimos acabando con la idea de que las cosas son como las percibimos. El mayor error del ser humano, desde esta perspectiva, es que se cree que lo que piensa es cierto, es decir, vive en la realidad que le proyecta su mente con la certeza equívoca de que lo que experimenta es el mundo real.

De ahí la importancia de concentrarse en una visión del mundo que esté alineada con lo que en él pretendemos. Por ejemplo, se ha escrito mucho sobre los efectos del optimismo bien entendido, el que poseen las personas que consideran que las causas de los acontecimientos favorables son permanentes, mientras que las que causan los sucesos desfavorables son pasajeras.  Estas personas tienen más éxito, pero lo que es simplemente increíble es que tienen una esperanza de vida mayor.

Igualmente potente es la mentalidad de crecimiento, que es la que muestran las personas que piensan que sus cualidades no son fijas, sino que se pueden entrenar y por tanto se puede progresar en ellas, da igual si se trata de la inteligencia, la capacidad musical o el baile. Estas personas se alimentan del esfuerzo y la dificultad porque lo consideran un síntoma de crecimiento. Su interpretación de la adversidad es, por tanto, muy diferente a la de las personas que piensan que sus habilidades son las que son y que no pueden hacer nada para cambiarlas.

Podemos elegir cómo pensar. Por tanto, pensemos de la manera que nos conduzca al éxito.

Las 8 claves del éxito: #6 Energía

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Como dijo Jim Loher, y pese a la extendida creencia que sostiene lo contrario, la gestión del tiempo en sí no conduce a nada. Porque dedicar simplemente tiempo a algo no hace que las cosas funcionen. Un padre puede estar en el partido que juega su hijo, pero si está pendiente del teléfono no sabrá lo que está pasando. De igual manera, un profesional puede estar en una reunión, pero si no está concentrado en ella no aportará nada. La clave del éxito no está, por tanto, en gestionar el tiempo, sino en gestionar la energía.

Muy a menudo experimentamos cansancio, falta de concentración, somnolencia, decaimiento y una larga serie de síntomas parecidos. Tendemos a atribuir esos estados al agotamiento o al estrés, cuando en muchos casos se deben simplemente a una inadecuada gestión de la energía. En ocasiones es debido a adicciones, como la del tabaco o la del café, que nos colocan en un ciclo de dependencia acabando a veces por provocar aquello que precisamente intentamos evitar con su consumo. En otros casos es debido a un patrón de alimentación poco saludable, bien sea por su cantidad, calidad u horario, y algunas veces más a causa de una utilización ineficiente de los tiempos de descanso. Por último, la falta de actividad física es responsable también de buena parte de nuestros estados de agotamiento.

Por más que nos empeñemos, si dormimos mal y a destiempo, no practicamos ninguna actividad física, no controlamos lo que comemos y somos dependientes del tabaco o del café, es injusto seguir culpando de nuestro mal estado al exceso de trabajo, al estrés o a los plazos. Es injusto, pero sobre todo es poco práctico, porque si somos el resultado de nuestro entorno poco podemos hacer para cambiarlo. Sin embargo, actuar sobre el descanso, la alimentación o el ejercicio físico está enteramente en nuestras manos.

Y eso es sólo el principio: la gestión eficiente de la energía que nos suministra el rumbo vital, la energía emocional, la energía mental, junto con la energía espiritual que nos aportan nuestros valores clave, puede hacernos llegar incluso más lejos.

Ningún movimiento puede darse sin energía, y mucho menos el que nos conduce al éxito.

Las 8 claves del éxito: #5 Constancia

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Si la fuerza de voluntad nos permite lograr nuestros objetivos diarios, la constancia es lo que nos facilita conseguir nuestros objetivos a largo plazo. Si incluso un genio de talento incuestionable como Leonardo da Vinci tardó años en completar La Gioconda, los demás deberíamos abandonar la idea del éxito instantáneo y pensar que cualquier objetivo importante requiere perseverancia. Sobre todo porque aunque existan explosiones instantáneas de creatividad, de la idea a la realización, y aún más al éxito, el camino es abrumadoramente largo.

La constancia es una de esas habilidades de las que casi nadie se siente cerca. Miramos al futuro, y nos cuesta vernos haciendo las mismas cosas una y otra vez durante días, meses o años. No nos sentimos cómodos imaginándonos acumulando miles de horas de estudio, de entrenamiento o simplemente de concentración para lograr una misma meta. Y así es que objetivos como perder peso, escribir un libro, dominar un deporte, gestionar un proyecto de envergadura, y así sucesivamente, siempre se nos acaban escapando y nunca llegamos a completarlos. Sin embargo, otras personas sí lo hacen.

De la misma forma que la salud responde a una ecuación donde el peso fundamental está en lo que hacemos habitualmente, cada día, todos los días, cualquier otro objetivo de cierta relevancia está en función de conductas que también deben ser habituales. Es el poco a poco de cada día el que al final logra que consigamos lo que buscamos. Nunca nada grande se hizo de la noche a la mañana: ni los edificios más significativos de la historia, ni los grandes descubrimientos, ni desde luego las obras de arte más importantes.

Hay que dar muchos pequeños pasos para conseguir grandes cosas.

Las 8 claves del éxito: #4 Dureza

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Dijo Michael Phelps que cualquier cosa es posible si estamos dispuestos a realizar los sacrificios que implica. Lo que ocurre es que muchas personas creen profundamente en lo primero sin reparar en lo segundo. No podemos dejar pasar inadvertido el hecho de que la sociedad del bienestar debilita nuestra capacidad de tolerar situaciones incómodas. A pesar de ello, hay multitud de situaciones en el camino hacia nuestros objetivos en las que no podemos esperar que las cosas serán siempre sencillas.

Son innumerables las situaciones en nuestra vida profesional en las que tenemos que recurrir a nuestra fuerza de voluntad: a veces teniendo que concentrarnos en una reunión que se prolonga más de lo esperado, otras veces trasnochando para realizar tareas que no nos resultan gratas, en ocasiones aguantando nuestras emociones en situaciones conflictivas, y así sucesivamente. En nuestra vida personal estas situaciones también abundan: el ejercicio físico y la alimentación sana requieren grandes dosis de fuerza de voluntad, como también la requieren la capacidad de ahorrar o los hábitos de higiene o de orden y limpieza domésticos.

La capacidad de tolerar situaciones incómodas se alimenta de muchas cosas, entre ellas el optimismo y la reflexión sobre nuestros valores clave. Y aunque pueda parecer extraño, también contribuye a ella una nutrición adecuada y una buena forma física. Ejercitar nuestra fuerza de voluntad y nuestro autocontrol a través de esas y otras claves, o al menos no rehuir aquellas situaciones que las requieren, es una clave indiscutible del éxito.

A mayor éxito, mayor dificultad. No pretendamos lo contrario.

Las 8 claves del éxito: #3 Enfoque

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Por impactante que pueda parecer, se calcula que la lista de tareas a realizar de cualquier profesional en un momento dado es de ciento cincuenta, y que el número de impactos informativos diarios que recibe una persona en un país desarrollado es de en torno a diez mil. Con todo ello ocupando nuestra mente, no es extraño que la capacidad de estar enfocados en lo que realmente está alineado con nuestra misión personal sea un bien tan preciado y escaso.

Cuenta Nicholas Carr en Superficiales, que a mediados de los años setenta, en Palo Alto, en la corporación Xerox, reunieron a un grupo de programadores para presentarles un descubrimiento sin precedentes. Se trataba de un sistema operativo que trabajaba en multitarea, de forma que cuando uno de ellos estaba programando, si alguien le enviaba un email el sistema abriría una ventana para mostrárselo. Pese al entusiasmo general, uno de los ingenieros que estaba presenciando la demostración, dijo: “¿por qué demonios iba uno a querer que le interrumpa y distraiga un email mientras está ocupado programando?”. Claro, nadie le escuchó. Y de alguna forma, aquello fue el principio del fin. O, menos dramáticamente, el no escuchar las voces críticas que han ido surgiendo en contra de este tipo de avances nos llevó a confiar en que el cerebro humano es multitarea, cosa que no es cierta, ni para los hombres ni para las mujeres: nuestra mente puede mantener una única cosa en la conciencia, y nunca más de una a la vez.

El enfoque consiste en controlar voluntariamente el contenido de la conciencia, objetivo que han pretendido todos los movimientos espirituales desde el principio de los tiempos. Proyectar voluntariamente en el lienzo de nuestra conciencia aquello que está alineado con nuestros objetivos en la vida, dejando a un lado distracciones, pensamientos negativos, ideas menores y razonamientos estériles o contraproductivos, es una clave irrenunciable del éxito.

Tenemos que dedicarnos a pensar en lo que tenemos que pensar. Así de simple.