Opinión

Alemania elige el peor escenario económico

    El autor destaca que no hay nada que celebrar en el resultado de las elecciones alemanas

    Matthew Lynn

    ¿Una Gran Coalición de los dos partidos principales? ¿Una coalición semáforo formada por los socialdemócratas, los demócratas libres y los verdes? ¿Una coalición Jamaica compuesta por los democristianos, los demócratas libres y los verdes? O alguna otra combinación de partidos con varios posibles cancilleres. Hay muchos gobiernos diferentes que pueden surgir de las semanas de regateo sobre quién forma el gobierno en Berlín tras los resultados del mes pasado. Pero ya hay una certeza: Alemania votó a favor de una futura década de decadencia, y la economía europea se debilitará por ello.

    ¿Por qué?: porque los años de Merkel, marcados por la autocomplacencia, han dejado a su economía enfrentada a enormes retos estructurales, desde una excesiva dependencia de la industria en el sentido tradicional y las exportaciones hasta un superávit comercial peligrosamente inestable. Y aunque podrían solucionarse con algo de audacia y visión, hay pocas posibilidades de hacerlo ahora. Aún más grave: un Gobierno alemán débil reforzará tanto a Francia como a la Comisión Europea, lo que permitirá a ambos impulsar el intervencionismo estatal. El final de los 16 años de Angela Merkel en el poder podría ser un momento de renovación. En cambio, se convertirá en estancamiento.

    Una prueba de ello es que los mercados apenas se movieron tras conocer los resultados electorales. ¿Por qué habrían de hacerlo? Pasarán meses antes de que se forme finalmente un nuevo Gobierno, e incluso entonces no es probable que sea muy diferente del último. Los votantes alemanes han optado por cambiar lo menos posible.

    Y ahí está el problema. Alemania necesita más reformas de las que sugiere su relativa prosperidad actual. Casi todos los aumentos del PIB bajo el mandato de Merkel se produjeron durante los primeros años. La obsesión por equilibrar el presupuesto ha privado a las infraestructuras de inversiones. La lentitud de sus conexiones a Internet simboliza su falta de competitividad en la economía digital. Sólo tiene 18 "unicornios", como se conoce a las empresas de nueva creación de más de 1.000 millones de dólares, frente a los más de 100 de Reino Unido, mientras que el 43% de las empresas alemanas siguen utilizando máquinas de fax, un resultado lamentable para un país que fue líder mundial en la primera y segunda revoluciones industriales, y que tiene una herencia de brillantez técnica y científica. Ha invertido recursos y energía política en una industria automovilística que sigue luchando por adaptarse al coche eléctrico. Y lo más grave de todo es que se ha centrado en la creación de un enorme superávit comercial, que este año ha alcanzado el 7% del PIB, que apenas contribuye a enriquecer a los alemanes de a pie y desestabiliza la economía mundial. Nada de esto es una ayuda para la prosperidad o la competitividad.

    Todo podría arreglarse, sin duda, con algunas reformas sencillas. Un mayor gasto público permitiría construir infraestructuras y reducir el superávit comercial. Los incentivos fiscales para los emprendedores arreglarían el déficit digital. La inversión en fuentes de energía alternativas reduciría los costes de la electricidad y la dependencia del gas ruso, mientras que permitir que BMW y Wolkswagen se las arreglen solas en un mercado automovilístico mundial brutalmente competitivo reduciría de forma constante la dependencia de la industria del automóvil. Nada de eso sería difícil, y Alemania está en una posición de partida más fuerte que casi cualquier otro país desarrollado (incluido, por supuesto, Reino Unido). Pero una coalición liderada por Schulz no va a tener ni la voluntad ni el poder de realizar ni siquiera cambios modestos. Los últimos cuatro años de Merkel parecerán un torbellino de actividad en comparación con lo que nos espera. Para la economía europea en general, esto tendrá tres grandes consecuencias.

    En primer lugar, un declive. Desde luego, no será una catástrofe. Alemania es demasiado rica, estable y con muchos puntos fuertes, y puede permitirse fácilmente otro par de décadas de crecimiento lento. En la década de 2030, su población será tan anciana que quizá a nadie le importe demasiado. Pero sus defectos estructurales empeorarán y se agravarán y eso dificultará la expansión de todo el continente. A continuación, el liderazgo alemán se desvanecerá. Quienquiera que lidere la próxima coalición, con tres socios será mucho menos estable, y siempre estará al borde de una crisis capaz de desmoronarlo. El Gobierno alemán se volverá mucho más italiano. ¿El resultado?: Francia asumirá el liderazgo de la UE, y también lo hará una Comisión Europea hiperactiva y ávida de poder en Bruselas (de hecho, la mayor ganadora de las elecciones ha sido, con diferencia, la presidenta Ursula von der Leyen, que ahora es la política alemana más poderosa). Esto hará que la UE se pliegue a un estatismo centralizado y vertical, y eso siempre perjudica al crecimiento económico. Por último, bajo la superficie, la política alemana será cada vez menos estable. Los partidos de centro lo hicieron bien esta vez, pero la ultraderechista Alternativa para Alemania obtuvo un 10%, y su apoyo es mayor entre los votantes más jóvenes. De hecho, en la antigua Alemania del Este, si sólo se contaran los votos de los menores de 60 años, la AfD habría ganado las elecciones. Sería precipitado concluir que el sistema político alemán seguirá siendo tan estable como hasta ahora.

    En realidad, no hay nada que celebrar en el resultado. Puede que pasen meses antes de que haya un Gobierno, y cuando surja estará tan remendado con tantos compromisos que será difícil saber qué representa. La economía europea en su conjunto necesita una Alemania revitalizada y llena de energía, pero eso no va a ocurrir en mucho tiempo.