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La agenda de Giorgio Armani días antes y días después de su muerte: qué hizo y qué pensaba hacer

Días antes de morir, Armani todavía hablaba de trabajo, de amigos, de vida. Días después, solo queda su legado, que continúa respirando en cada prenda, en cada escaparate iluminado de su nombre. En su biografía hay momentos de esplendor y de soledad, pero todo ello se funde en un destino único: el de haber sido el modisto que transformó la manera de vestir a varias generaciones.

La agenda que dejó Giorgio Armani estaba llena de proyectos: un desfile, una fiesta, una isla, un club comprado por amor, una vida que todavía quería prolongarse. La muerte la cerró de golpe, como quien apaga la lámpara. Pero en las telas, en los cortes, en las siluetas que imaginó, la luz seguirá encendida mucho tiempo.

Murió este jueves de septiembre a primera hora de la tarde, en su apartamento de la vía Borgonuovo, en el corazón de Milán, a los 91 años, rodeado de su amor, Leo Dell'Orco, y de sus familiares más cercanos. El hombre que vistió el siglo XX con trajes desestructurados y convirtió el minimalismo en un himno eterno había dejado todo preparado, como quien repasa por última vez la agenda antes de marcharse.

Unas semanas atrás, Armani había ingresado en el hospital por una infección pulmonar. Salió debilitado, pero con la misma obstinación que lo acompañó siempre: la de regresar cuanto antes al trabajo. Este junio, por primera vez en décadas, no pudo acudir a su propio desfile. Un gesto insólito en alguien que, el año pasado, aún convaleciente, se presentó tres días después de recibir el alta médica para saludar a sus invitados. "Estoy bien", dijo entonces. Era la manera de tranquilizar al mundo de la moda, aunque su voz sonara como un hilo de seda gastada.

El verano había transcurrido sereno. Celebró el 11 de julio sus 91 años recibiendo miles de felicitaciones desde todas partes del planeta, como si cada mensaje fuese un pétalo de camelia cayendo en su jardín. Compró La Capannina di Franceschi, el club legendario de Forte dei Marmi donde había conocido a Sergio Galeotti, su gran amor y socio fundador de la casa Armani. Ese gesto no fue una operación inmobiliaria sino una caricia al pasado, un círculo que se cerraba medio siglo después. "Un regreso a los orígenes"2, confesó.

En su refugio de Pantelleria seguía pendiente de todo. Llamaba por teléfono cada día para que le contaran qué ocurría en su isla favorita, insistía en que los amigos fueran a visitarle, preguntaba por los detalles de las colecciones que estaban en marcha. El tiempo, sin embargo, iba dibujando sobre su rostro la marca de la fragilidad. Un malestar estomacal repentino le obligó a guardar reposo. Nada que pareciera grave. Volvió a comer, volvió a telefonear. Nadie sospechaba que la muerte ya había puesto la fecha en el calendario.

Los últimos planes

Hasta el final, Armani pensaba en la moda. Había revisado algunos de los looks para el desfile del aniversario, una celebración monumental de sus cincuenta años de carrera prevista para el 28 de septiembre en el patio de honor del Palazzo Brera, a unos pasos de su casa. Soñaba con esa noche como un emperador que organiza su último banquete. La fiesta, que ahora se convertirá en homenaje póstumo, iba a reunir a toda la corte de la moda internacional.

En su mesa de trabajo quedaban notas garabateadas, telas acariciadas como reliquias y bocetos que llevaban la impronta de su trazo sobrio. "La huella que espero dejar es la del compromiso, el respeto y la atención hacia las personas y su realidad. Desde ahí empieza todo", escribió en las redes sociales poco antes de morir. Ese testamento breve resume una filosofía: Armani no vistió solo cuerpos, vistió actitudes.

La noticia de su fallecimiento cayó sobre Milán como una llovizna lenta que empapa sin estrépito. La ciudad lo acogió y lo convirtió en uno de sus símbolos. En Piacenza, donde nació en 1934, el duelo fue íntimo, casi familiar, como si la infancia del modisto volviera a desplegarse en aquellas calles provincianas. Ambas ciudades han decretado luto oficial para el lunes 8 de septiembre, día del funeral, que se celebrará en privado. El lujo de Armani nunca fue ostentoso, y su despedida tampoco lo será.

El mundo de la moda, sin embargo, no puede evitar recordar en público. En París, en Londres, en Nueva York, diseñadores y modelos evocan su figura como si recordaran al gran arquitecto de un edificio invisible que todos habitan. Su estilo fue más que una estética: fue un modo de vivir. Trajes que liberaron a los hombres de las hombreras férreas y vestidos que dieron a las mujeres un poder discreto y elegante. Armani convirtió la sencillez en un lujo universal.

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