Opinión

Una reflexión sobre la Política Monetaria: la necesaria independencia de los bancos centrales

  • Si los bancos centrales ceden ante la presión de los gobiernos alimentarán una futura inflación y, además, no desincentivarán a los gobiernos a la hora de endeudarse
Sede del BCE situada en la ciudad alemana de Frankfurt

José María Rotellar
Madrid,

El presidente de la Reserva Federal ha dicho, en la reunión de banqueros centrales de Jackson Hole, que quizás puedan darse las condiciones para que la Fed cambie su rumbo de política monetaria, priorizando el preservar el empleo -previamente, la actividad económica- frente al control de los precios. Esta información, recogida hace unos días por el Economista, señalaba también que vienen tiempos oscuros para los bancos centrales, donde la presión de los gobiernos para que la autoridad monetaria adapte su política monetaria a las necesidades de la política fiscal es cada vez mayor, de manera que perderían su independencia. Si hace unos meses Powell decía que seguiría vigilante la evolución del impacto de la guerra arancelaria en los precios de Estados Unidos a la hora de decir si bajaría más los tipos o si haría un descanso en los mismos por el posible incremento de precios derivado de los aranceles, cosa que hizo, ahora parece que puede estar cediendo a las presiones gubernamentales para reducir los tipos. Por otra parte, el BCE continuó con la política de reducción de los tipos de interés, sin descartar que pudiese haber alguna bajada adicional.

En este punto, ante esta nueva posible expansión monetaria de los bancos centrales, hay que señalar varias cuestiones. En primer lugar, no nos encontramos en una fase de política monetaria contractiva, como podía suceder en 2007, cuando estalló la crisis de las hipotecas basura, sino que ya se había comenzado a relajar, no habiendo reducido, previamente, lo necesario su balance.

En segundo lugar, hay que recordar que el objetivo primordial del BCE es mantener la estabilidad de precios y sólo subsidiariamente se encuentra el contribuir al crecimiento económico. Si los precios no han reaccionado ante tanto estímulo expansivo monetario, no parece que vayan a reaccionar entrando por el peligroso e inexplorado camino de los tipos negativos -que sería el siguiente paso si volvemos a una política monetaria heterodoxa-, que sólo puede tener consecuencias de mantener anestesiados, por un lado, a los bancos, gracias al Tiering, al tiempo que les impiden tener un margen de intermediación suficientemente elevado en su operativa tradicional, que limita sus ganancias; perjudicar a los ahorradores, al penalizarse los depósitos, y un efecto nulo en el impulso de la actividad económica. Por otra parte, el objetivo de la Fed es diferente, al serlo el velar por el crecimiento económico.

Y aquí llegamos al tercer punto: la necesaria independencia de los bancos centrales. La Política Monetaria es una de las principales herramientas de política económica, sin duda. Su fuerza y potencia es muy elevada, de manera que sus efectos también lo son. Por eso hay que extremar el cuidado en las medidas que se adopten, y dichas medidas deben ser tomadas por los bancos centrales con absoluta independencia. Un banco central puede depender del poder político, como siempre defendió el Reino Unido, porque, al final, entendían que dependía de los ciudadanos a través de su voto, o puede ser independiente de la política, para que no tenga que obedecer mandatos que puedan provocar inflación, como siempre ha defendido Alemania. Una gran parte de los bancos centrales mundiales gozan de dicha independencia, que, a mi juicio, es esencial para evitar presiones inflacionistas, uno de los elementos más nocivos que puede haber para la economía.

Por eso, cuando un banco central es independiente y se trata de influir sobre él, no es una buena práctica, y mucho peor es querer forzar la destitución del máximo responsable de un banco central porque no aplica la política monetaria que le gusta al gobierno de turno. Eso es gravísimo y no debería suceder nunca. Los bancos centrales pueden equivocarse o estar acertados -por ejemplo, se equivocaron, y mucho, al desdeñar el riesgo de inflación en 2022-, pero deben ser ellos los que acierten o se equivoquen. Se puede comentar, criticar o aplaudir una decisión, pero no se puede imponer desde el poder político qué política monetaria debe seguir un banco central independiente. Si eso sucediese, supondría un quebranto importante en la seguridad jurídica y en la confianza sobre las decisiones de política monetaria, perjudicando profundamente a la actividad económica y al empleo. Y si los bancos centrales ceden ante la presión de los gobiernos, flaco favor habrán hecho a la economía, pues alimentarán una futura inflación y, además, no desincentivarán a los gobiernos a la hora de endeudarse. El problema es el déficit público, no la ortodoxia monetaria. Si esta última se vuelve heterodoxa, los gobiernos se endeudarán todavía más y tendremos déficit y deuda públicos crecientes, presión sobre los precios, bajo crecimiento económico y potencial incremento del desempleo. Por eso, los bancos centrales deben mantenerse firmes en la ortodoxia monetaria frente a las presiones de sus gobiernos.