El mercado de trabajo español ante la crisis de la COVID: situación de partida
Alberto Nadal
La economía española se caracteriza por tener uno de los mercados de trabajo más inestables de la OCDE. Inestable, en el sentido de que, cuando la economía entra en recesión, se producen masivas destrucciones de empleo. Y, por el contrario, cuando se expande, recupera una parte del empleo perdido a buen ritmo, pero menor que la velocidad de destrucción durante la contracción. El ejemplo más reciente es lo sucedido durante la crisis financiera: a pesar del fuerte ritmo de creación de empleo en la fase de recuperación, nuestra tasa de paro no recobró los niveles de 2007.
Así, la verdadera superación de la crisis actual no se producirá cuando recuperemos el PIB que teníamos en 2019, sino cuando la tasa de paro vuelva a situarse en los niveles que teníamos antes de la pandemia. Por ello, cabe preguntarse qué cambios deben producirse en nuestro mercado laboral para conservar las características positivas que tiene y mejorar aquellas que sean un obstáculo para la recuperación del empleo.
España padece problemas estructurales en la oferta y demanda de empleo
La OCDE periódicamente analiza los mercados de trabajo de todos sus países miembros en relación a los demás. Además, realiza este análisis desde muchas perspectivas, tratando de tener en cuenta todos los aspectos económicos y sociales del mercado de trabajo en cualquier país. Es, por tanto, interesante estudiar cómo queda España con relación a las demás economías desarrolladas. Observar en qué aspectos estamos mejor que nuestros pares y en cuáles debemos mejorar. A partir ese análisis se podrá diseñar y poner en práctica una política económica adecuada. En su trabajo, la OCDE compila múltiples datos de muchos países; la complejidad de este ejercicio hace que, desafortunadamente, la mayoría de los indicadores hagan referencia a los años 2015 y 2016. Esto significa que, en el caso de España, aún no recogen plenamente los efectos de la reforma laboral. A pesar de ello, los datos existentes sí dan una idea de los aciertos y problemas estructurales de nuestro mercado laboral.
Los primeros indicadores que analiza la OCDE son los que denomina cuantitativos. El primero, es la tasa de empleo (porcentaje de empleos sobre población entre 20 y 64 años). España se sitúa en el tercio peor con un 65% (2017), frente a un 72% de la media de la OCDE y muy lejos del 87% del mejor país en este indicador, Islandia. En tasa de paro la situación es peor. La tasa de paro española en 2017 era del 17% (en 2019 bajó hasta el 14%) frente a la media de la OCDE del 5,9%, más de 10 puntos de diferencia. La OCDE construye, además, un indicador interesante, el de infrautilización del empleo disponible (porcentaje de inactivos, desempleados y trabajadores involuntarios a tiempo parcial). En este indicador, España se sitúa entre los peores países de la OCDE con un 39%, cerca de Grecia, con un 45%, y lejos de la media del 27% y también de los mejores, los países nórdicos con un 13%. En definitiva, los indicadores cuantitativos muestran mayores tasas de paro, menor número de personas trabajando y una fuerte infrautilización de la población disponible. Todo ello, apunta a problemas estructurales importantes tanto en la oferta como en la demanda de trabajo.
Se deben eliminar las barreras para la contratación y mejorar la productividad
La OCDE publica, a su vez, indicadores sobre la calidad del empleo. De nada sirve tener empleo si este se realiza bajo condiciones inaceptables de retribución o labores. En este sentido, la OCDE elabora un indicador de calidad de la retribución, basado en el salario percibido corregido por los precios del país y por la desigualdad. En este indicador España se sitúa ligeramente por encima de la media de la OCDE. Por el contrario, ocupamos uno de los últimos lugares en inseguridad laboral. La alta tasa de temporalidad, el elevado desempleo estructural y la inflexibilidad de los salarios al ciclo sitúan el indicador de inseguridad para España en el 18% frente al 5% de la media de la OCDE. El mercado de trabajo más inseguro es, nuevamente, Grecia con un 23% y el más seguro Japón con un 2%. Hay un último indicador cualitativo de estrés o presión laboral en el que España también se sitúa en la cuarta peor posición de los países analizados. En definitiva, dada la productividad y renta del país, los salarios no son bajos, pero el empleo tiene un alto nivel de inseguridad y estrés asociado a la elevada rotación de una parte importante de los trabajadores.
En términos de inclusión los resultados son mixtos. Por una parte, España está mejor que la media de la OCDE en brecha salarial de género, mientras que está algo peor en empleabilidad de discapacitados, mujeres con hijos, y jóvenes. Por otro lado, las rentas salariales en los grupos sociales con menores ingresos son muy sensibles al ciclo económico.
La OCDE también analiza otros dos grupos de indicadores que serán claves durante esta crisis. El primero de ellos es el que denomina resiliencia, es decir la sensibilidad del empleo a la evolución del ciclo económico. España es, en este aspecto, el peor mercado laboral de toda la OCDE, aunque el estudio se elabora con los datos de las recesiones anteriores, en los que no estaba aún en vigor la reforma laboral que habría contribuido a una mejora en este aspecto. Pero lo que es evidente es que, antes de la reforma, la economía española era la economía desarrollada que más transmitía los choques negativos de la economía al empleo, creando intensas olas de desempleo con un alto impacto social. La inestabilidad a la que me refería al comienzo.
El segundo indicador interesante es de adaptabilidad, que mide cuestiones como el crecimiento de la productividad, su traslación a salarios y el porcentaje de fracaso escolar. En estos indicadores estamos ligeramente mejor que la media de la OCDE.
En definitiva, nuestra estructura laboral tiene sus activos. La brecha de género es menor que en otros países, la retribución es conforme a la media de la OCDE y, en los últimos años, se acompasado la evolución salarial a la productividad. Pero, sin embargo, tiene inmensos retos: el desempleo es elevado y con alto componente estructural, es muy sensible al ciclo económico, el empleo tiene un alto nivel de inseguridad creado por la elevada rotación y se mantiene una fuerte infrautilización del factor trabajo.
Por todo ello, en este contexto de crisis, se hace más imperativo que nunca mejorar la productividad a través de una formación de calidad, acercar la negociación colectiva a la realidad de cada sector y empresa, reducir la imposición sobre el trabajo y eliminar las barreras a la contratación. Si queremos tener éxito, dado el impacto diferencial de la pandemia en España, la salida de esta crisis debe ser aún más intensiva en empleo que las recuperaciones anteriores.