Hace una semana, Pedro Sánchez se convirtió en el primer presidente de la democracia española obligado a abandonar un acto público bajo protección de sus escoltas, una salida precipitada y tumultuosa que tuvo lugar en Paiporta, Valencia. El riesgo era grave, no una mera percepción. Esta es la historia de cómo se desataron aquellos momentos, de una crónica marcada por la tragedia y la tensión.
La tragedia y el descontento popular
La DANA que golpeó Valencia trajo una devastación tan brutal como imprevista. En cuestión de horas, se contaban más de 200 muertos y miles de damnificados. En las calles de los municipios valencianos, los vecinos buscaban sobrevivientes, removían escombros, preguntando siempre: "¿Estamos todos vivos?". Pero la tragedia no se limitaba a lo físico; había un dolor sordo y extendido, un sentimiento de abandono. Y mientras los rescates continuaban, se encendía la llama de una indignación que trascendía los colores políticos. Las autoridades locales y nacionales, en los ojos de estos ciudadanos, habían fallado.

Los Reyes, testigos de un dolor colectivo
Desde el primer momento, Don Felipe y Doña Letizia se conmocionaron con la magnitud de la catástrofe. Sin detenerse en formalismos, decidieron viajar a la zona para escuchar a los damnificados de primera mano, sin la interferencia de discursos oficiales. La orden fue clara: nada de visitas de compromiso. Solo querían acompañar, consolar. Los preparativos comenzaron; los Reyes irían el domingo, dando tiempo a que los trabajos de rescate dieran algo de respiro y la visita no interfiriera en las labores.
La llegada de Sánchez: entre la prudencia y el deber
Pedro Sánchez estaba regresando de un viaje oficial cuando fue informado de la tragedia. Apenas puso pie en Madrid, se reunió con su equipo de crisis en Moncloa y decidió viajar a Valencia al día siguiente. Sin embargo, la seguridad le advirtió de la tensión en la zona y recomendó que su visita fuera breve y se limitara a un encuentro en el Centro de Coordinación Operativa. No sería prudente llegar al epicentro de la catástrofe; los ánimos estaban demasiado caldeados. Sánchez acató, y la visita se desarrolló sin incidentes. Pero pronto surgiría otra oportunidad.
Sánchez se une a la visita real
Cuando el Rey comunicó sus planes de visita, Sánchez decidió acompañarles. A su vez, Carlos Mazón, presidente de la Generalitat Valenciana, no podía quedarse al margen. La coordinación del dispositivo de seguridad quedó en manos del jefe de la seguridad de los Reyes, el General de Brigada Miguel Ángel Herraiz. La Casa del Rey, Moncloa y la Generalitat prepararon juntos el despliegue de protección, conscientes de que la indignación contra las autoridades políticas podría encender protestas. La presencia de Sánchez y Mazón era una provocación involuntaria, casi inevitable.
Primeros signos de tensión
Al amanecer del domingo, las calles de Paiporta y Chiva ya estaban patrulladas por los agentes. Los rumores corrían rápido, y las señales de peligro se multiplicaban: algunos individuos llevaban mochilas llenas de piedras; otros grupos, alineados con movimientos radicales, hacían sentir su presencia. En redes sociales, un video de una caravana policial generaba aún más tensión, con algunos vecinos creyendo que era la comitiva de los Reyes. Pero nadie imaginaba aún hasta qué punto estallaría el descontento.
El desencadenante: llegada de la comitiva a Paiporta
La comitiva llegó a Paiporta cerca de las 11:30. En el Puesto de Mando Avanzado, los Reyes, Sánchez y Mazón fueron recibidos con respeto. Sin embargo, en la calle, la atmósfera era otra. Los habitantes se agolpaban, portando cubos con piedras, ladrillos, palos, y esperando su oportunidad. El grito de "¡asesinos!" rompió el silencio en cuanto Sánchez y Mazón salieron del coche, y el tumulto se volvió violento. Comenzaron a llover piedras, ladrillos, barro. La tensión era insoportable. Ante la escalada de hostilidad, el jefe de la escolta de Sánchez no dudó: activó el protocolo de evacuación y gritó la orden: "¡Presidente, nos vamos!". Bajo la lluvia de proyectiles, el equipo de seguridad sacó al presidente, mientras uno de los escoltas recibía un golpe en la espalda. Aunque la cápsula de seguridad resistió, los coches resultaron dañados.



Los Reyes se quedan
Mientras Sánchez era evacuado, los Reyes decidieron permanecer. Don Felipe, con una serenidad casi impropia del momento, ordenó a sus escoltas que no usaran la fuerza, a pesar de las piedras, y se acercó a los ciudadanos. Doña Letizia, cubierta de barro, encontró palabras de consuelo para las víctimas; no era una reina distante, sino una presencia humana en el dolor compartido. Para muchos, aquel acto fue un símbolo de cercanía genuina.


Reunión de emergencia y cancelación de la visita a Chiva
La comitiva se reagrupó en el Puesto de Mando Avanzado. Se sopesaron los riesgos de continuar el programa en Chiva, donde los ánimos estaban más exaltados. Los servicios de seguridad recomendaron cancelar la visita; la zona era difícil de evacuar, y una multitud enardecida aguardaba a las autoridades con cualquier objeto contundente al alcance. Los Reyes y los equipos de seguridad acataron la recomendación, no sin frustración.
Evaluación de un día sombrío
Las evaluaciones finales confirmaron que la visita, aunque necesaria, fue de alto riesgo. Concluyeron que la presencia de Sánchez y Mazón había avivado la ira de la multitud, pero también que el temple de los Reyes y la profesionalidad de sus escoltas evitaron un desastre mayor. La decisión de sacar al presidente fue acertada: había poco margen para errores en un clima de absoluta hostilidad.
Lo sucedido en Paiporta no es solo la crónica de un tumulto; es un recordatorio del delicado equilibrio entre la política y el pueblo, un acto en el que el dolor y la frustración de una tragedia sin respuestas alimentaron un descontento que aún perdura. Entre las promesas de reconstrucción y el simbolismo de una monarquía cercana, el país observa cómo se recompone el tejido entre la política y el corazón ciudadano.
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