Opinión

La imagen económica de España

    Como en esta imagen de la madrileña calle de la Gran Vía, la imagen que los inversores tienen de España presenta serios nubarrones

    José María Gay de Liébana

    España tiene una fuerte dependencia del exterior. Gran parte de nuestra industria manufacturera pertenece a capital extranjero. Y es bueno que los inversores foráneos se encuentren a gusto entre nosotros, se les den las facilidades oportunas, puedan desarrollar su actividad sin trabas y sientan que España es un país agradable para instalarse y establecer negocios. Y más en estos tiempos en que los avisos de repatriación industrial patriótica, a raíz de la pandemia, están calando en el ánimo de grandes empresas multinacionales. El nuevo entorno que vivimos conlleva cambios en diversas facetas y la localización industrial es una de ellas.

    A su vez, España depende en gran manera, como estamos viviendo en nuestras propias carnes, del turismo internacional, en el que los millones de visitantes extranjeros, más de 83 millones en 2019, insuflan frescura económica y una parte destacada de nuestro modelo productivo, con los servicios como protagonistas, depende de que lleguen turistas procedentes de allende de nuestras fronteras. El colapso turístico en 2020 ha estrangulado el PIB de varias regiones.

    Tanto para lo uno, que las inversiones empresariales foráneas sigan confiando en España, como para lo otro, que España sea apreciada como destino turístico, es preciso que España dé una imagen solvente y convincente a nivel internacional y lo suficientemente atractiva y seria para seducir a unos y otros. Que España de una vez por todas esté en condiciones de garantizar que es un país seguro conteniendo la pandemia, representa un salvoconducto para animar a que ciudadanos de otros países, principalmente procedentes de los países que son nuestros grandes emisores de turistas y al mismo tiempo principales socios comerciales europeos, se acerquen por acá.

    Y en esa disyuntiva influyen las dudas sobre España que no son un asunto exclusivo de quienes aquí moramos, sino que impacientan también a inversores foráneos e inquietan a potenciales turistas.

    Es cierto que últimamente, como hay mucho activo que está barato, inversores extranjeros, por ejemplo, fondos de inversión y determinadas compañías, se dejan caer por España y aprovechan la coyuntura para comprar tradicionales negocios y patrimonios inmobiliarios de sello nacional a precio más o menos de ganga. Empresarios españoles, fustigados por la crisis, se ven compelidos a monetizar parte de su patrimonio para resistir y a veces solo resta la posibilidad de vender determinados activos para generar liquidez con la que seguir aguantando.

    Pero hay otros inversores de fuera, que invierten en industria y en actividad empresarial, y ven sombras sobre la marcha de nuestra economía y no únicamente por los problemas achacables a la pandemia. A quienes invierten tanto económica como financieramente en España les inquieta la inconsistencia de nuestros gobernantes, las guerras entre la clase política que provocan la crispación y la divergencia cuando lo sensato sería sumar fuerzas en pro de la convergencia, dando pábulo a una ostensible incertidumbre política que pone en tela de juicio tanto nuestro presente como el futuro. Además, se agita un ambiente poco confortable por parte de las fuerzas políticas hacia el mundo empresarial, ante el que nuestras autoridades profesan una animadversión patente. Y, por añadidura, las reiteradas amenazas de sufridas subidas de impuestos, en una situación tan patética como la actual, merman bríos inversores tanto nativos como extranjeros. Súmese a ello la absoluta inseguridad jurídica en la que estamos inmersos desde hace años, con caprichosos cambios de la noche a la mañana en las leyes, la falta de predecibilidad, primordial en cuanto a la seguridad jurídica para planear las actividades con anticipación, la consecuente inestabilidad normativa – lo que hoy es blanco, mañana es negro -, la falta de unidad de mercado que convierte a España en una auténtica Torre de Babel, entre otros muchos aspectos a los que aludir.

    Si la caída de la demanda es la primera preocupación, el contexto económico y político junto con el precio de la energía y las materias primas, así como la inseguridad jurídica, suman inquietantes dudas sobre la economía española. Los empresarios extranjeros se lamentan de la falta de interlocución con los políticos, precisamente cuando se plantean posibles inversiones en España. Y entre una cosa y otra, sale dañada la imagen de nuestro país que pierde enteros en su cotización. Bueno sería que quienes ostentan la representación política de España se percataran de que su actitud y comportamiento empece a España y consiguientemente perjudican el camino de nuestra recuperación económica.