Medio siglo ha pasado desde que cómicos muy superiores a Broncano y guionistas muy por encima de los de El Hormiguero y La Revuelta estrenaron Primera Plana, tercera versión de la memorable obra teatral homónima de Ben Hecht y Charles MacArthur. La imprescindible comedia de Billy Wilder, ese 'Dios' en el que creemos muchos, como Fernando Trueba dijo al recoger su Oscar, nos hace ver que los medios no siempre son veraces ni objetivos, y que buscan por encima de todo la mayor exclusiva, lo que más le guste al público. Y que los reporteros harán casi cualquier cosa por conseguir primicias y privar de ellas a su competencia.
En la sala de prensa del penal donde se desarrolla buena parte de la acción, la noticia se centra en la inminente ejecución de un pobre hombre al que van a ahorcar. A los periodistas no les importa lo más mínimo que la pena capital vaya a quitarle la vida a un inocente. Cuando uno de ellos llama a su periódico para informar sobre lo que ha visto, los demás, que lo escuchan, se aprovechan de él y llaman a sus correspondientes medios, dando una versión distorsionada de lo que ha dicho el primer periodista.
El espectador, desde el minuto uno, comprende que los mejores periodistas de todos los que compiten por dar la mejor exclusiva son precisamente los más despreciables. Pero también los más divertidos. Jack Lemmon y Walter Matthau, redactor estrella y director del Examiner, son capaces de mentir, adular, de esconder en un escritorio al reo herido de bala al que quieren para entrevistarle ellos solos, y hasta son capaces de ofrecer trabajo a uno de los redactores de otro periódico para evitar que les pise la exclusiva que acaban de conseguir. El preso que va a ser ejecutado, Earl Williams, ha logrado escapar. Solo Walter Burns y Hildy Johnson son conscientes de que se esconde en la mismísima sala de prensa, de donde pretenden ayudarle a huir para contarlo sin que nadie más lo sepa. Walter Burns llama a su periódico para cambiar la portada y hacer sitio a la gran exclusiva: "Al diablo con el terremoto de Nicaragua. No me importa que haya cien mil muertos", comienza diciendo. Los asuntos que le interesan al director son los más sensacionalistas.
La brillante caricatura de Billy Wilder refleja algo que siempre ha sucedido y aún hoy sucede: un programa se llevará la mejor entrevista y si puede lo hará en exclusiva o antes que un medio rival. Por supuesto, haciendo todo lo posible, con la única línea roja de la ley, y si esa línea roja se traspasa, vaya usted al juez. Porque la ética y la moral son subjetivas y por muy bonitos que sean los programas por fuera, enseñarlos por dentro, con sus miserias, es respetable pero es pedirle al público que vea cómo se fabrican las salchichas antes de comerse una. ¡Ay de nosotros si las clases de ética tenemos que aprenderlas de las televisiones generalistas! Si el equipo de producción de Motos ha sido más eficaz que el de Broncano, puesta viva el vencedor. Habrá más batallas.
Pero puedo entender que David Broncano, que demuestra ser tan brillante y creativo detrás de las cámaras como delante, haga casi lo que sea por volver a ser el número uno. Que busque una treta o se haya montado una película maquiavélica para recuperar polémicas, notoriedad, titulares y la audiencia perdida, y que explote la teoría conspiranoica de que le roban los invitados solo a él, que no es una cosa que ocurre todo el rato, que convierta esta pataleta en metralla mediática. Broncano, disfrazado de Robin Hood, ha encontrado el modo de arrastrar la imagen de su rival por un campo de estiércol delante de todos. "No es nada personal", dice mirando a cámara.
Es ridícula la teoría de que un invitado pide disculpas porque no puede salir. El invitado sí puede salir. El invitado es un ser autónomo y puede decidir dónde quiere estar y en qué condiciones quiere ordenar su agenda comunicativa. ¿O le han llamado Trancas y Barrancas para decirle que tienen a su novia atada y que si sale en TVE la secuestran? Es ridícula esta teoría pero da igual: Broncano puede salir a la Gran Vía y despedazar a gente como Trump en Manhattan. Y les seguirán apoyando.
Broncano sabía lo que pasaba con su invitado el piloto con antelación. Podía haber ideado otro programa y lo habría hecho sin montar el pollo ni emitir lobos contra ciervos en el caso de que Jorge Martín, en lugar de contar la película de que le iban a "pasar cosas" si no iba antes a El Hormiguero, sencillamente le hubiera dicho que estaba malito y con fiebre.
Puedo entender que este Broncano tramposillo sea un Walter Burns disfrazado de cómico majete y pacifista, un hábil embaucador tan miserable, simpático y entrañable como el sinvergüenza de Walter Matthau, y llegue a montarse con alevosía el numerito de "han amenazado a mi invitado" para así despedazar la imagen de su rival, y lanzar contra Pablo Motos las hordas de haters que están de ese lado de la polarización; para volver el lunes a lo alto del podio aupado por el odio de los militantes contra Motos, los que le compran al conductor de La Revuelta sus teorías de la conspiración. Vale. Entiendo que a Broncano la guerra le favorece, aunque sea tan tonto el motivo: un campeón del mundo de Moto GP da la entrevista que le apetece cuando le apetece. Y si no lo hace es porque le convendrá más no hacerlo. Si la otra productora, o la otra cadena o lo que sea, le convencen de lo contrario, sin contravenir la ley, pues así funciona ese negocio.
Entiendo el trilerismo de Broncano y su troupe y que pasen por debajo del futbolín de la indignidad si se creen su propia verbena o creen que con la bronca recuperan el liderazgo, incluso que mantengan su tesis después de que el equipo de Jorge Martín desmontara la denuncia de Broncano y exculpara a Pablo Motos.
Esto es la guerra. Incluso puedo entender que cierren filas profesionales de TVE como la gran Silvia Intxaurrondo o la eficaz Adela González (una que pasó por Sálvame y sabe lo que es presionar a un invitado). Pero lo entiendo porque cobran de TVE, están en ese lado; también lo entiendo en otros que se ven cerca de la nueva RTVE en el corto plazo o en los cañoneros mediáticos de Moncloa, incluida la Corporación Pública, que convierten estas chorradas casi en un asunto de Estado que diluye asuntos como el de Víctor de Aldama, cantarín, presunto 'conseguidor' y "nexo corruptor" entre el caso Koldo y otras menudencias. Se llama propaganda y todos los gobiernos la practican.
Pero no está de más decirle a Broncano cómo se hacen las salchichas, cómo se hacen los programas que luego desde el sofá son tan amables y bonitos. Walter Burns y Hildy Johnson hacen lo que sea por dar una noticia antes que la competencia. Conozco gente en las redacciones de las televisiones más importantes de este país, al más alto nivel; en los principales medios y en los periódicos más influyentes. En todos esos lugares, en todos, conozco casos de acuerdos para dar tal o cual entrevista "solo si vamos los primeros" o "solo si nos la das a nosotros". En todos. En fin, espero que nadie se enfade, que nadie haya pasado del segundo párrafo.
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