El chico de la clase obrera ha conquistado la corte. Y esta vez no fue con un gol de falta, sino con una reverencia bien ensayada y una miel casera que endulza hasta los honores más encorsetados del Reino Unido.

Por fin se ha hecho oficial lo que ya era un secreto a voces en el jardín de rosas de Buckingham: David Beckham será nombrado caballero del Imperio Británico en la próxima lista de honores del cumpleaños de Su Majestad el Rey Carlos III. Sí, el niño de East London que domaba balones con precisión de cirujano y gel en el flequillo ha ascendido al Olimpo de los elegidos. De ahora en adelante, en las listas de protocolo, no se le llamará "exfutbolista", sino Sir, con ese eco de espada templada y gloria imperial que tan bien le sienta a quien ha domesticado tanto el balón como la prensa del corazón.

La distinción al ex madridista no sorprende a nadie que haya seguido el elegante vals de Beckham por los salones de la realeza británica. Desde aquel día en que esperó más de 12 horas en fila para rendir tributo a la difunta Isabel II, hasta el momento en que le regaló al rey Carlos un tarro de miel cosechada en su finca de los Cotswolds, Beckham ha tejido una red de complicidades reales con la finura de quien sabe qué cuchara usar en una cena de Estado.

Victoria, la eterna "Posh Spice" reciclada en diseñadora de mirada severa y vestidos monocromos, lo acompaña en cada paso como una esfinge glamourosa. Ambos asistieron recientemente al banquete en honor del emir de Catar, y el saludo de los Windsor fue más cálido que el té de las cinco. En ese instante, bajo las lámparas de cristal y los candelabros de plata, quedó claro que Beckham ya no es solo un nombre: es un símbolo bordado en seda, un embajador sin cartera del Reino Unido que brilla más por sus silencios que por sus goles pasados.

La historia es redonda como una pelota. El chico que creció con los consejos de su abuela sobre la monarquía, que recibió su OBE en 2003 de manos de la Reina, que posó con gesto reverente junto a príncipes y princesas, hoy es parte del álbum oficial. No faltaron voces —como la del exmayordomo Paul Burrell— que durante años dijeron que el nombramiento era cuestión de tiempo. Y es que Beckham vende Inglaterra mejor que el té Twinings y la BBC juntos.

Con el Príncipe William mantiene una camaradería de vestuario, de esas que huelen a desodorante deportivo y a respeto mutuo. Entre helicópteros benéficos y campañas de salud mental, ambos han compartido causas nobles, bromas sobre Aston Villa y alguna que otra confidencia sin flashes. Del otro lado, en la antípoda emocional, los Sussex:lo que fue cercanía con Harry y Meghan, acabó en cruce de miradas gélidas y acusaciones de filtraciones. De eso, mejor no hablar en palacio ni en los boxes VIP de Wimbledon.

Pero lo que está claro es que el muchacho que encendía estadios ahora ilumina los salones del poder. No por oportunismo —aunque también— sino por haber sabido madurar como un vino caro con etiqueta de marca registrada. Beckham no solo ha logrado reinventarse, sino que ha aprendido a caminar entre lo popular y lo aristocrático con la misma naturalidad con la que se anuda una corbata blanca.

Y así, como si el destino llevara zapatos italianos, llega el momento de la espada ceremonial sobre el hombro. Arrodillarse ante el rey y escuchar el "Levántese, Sir David Beckham" será solo el último toque en esta coreografía perfectamente ensayada, donde el fútbol, la moda, la diplomacia informal y la eterna sonrisa fotogénica se funden en un mismo gesto.

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