Entre los recuerdos que el nuevo Papa León XIV ha compartido sobre su infancia, hay uno que destaca por su sencillez y calidez: los platos caseros que su madre preparaba para los sacerdotes que solían visitar su hogar. Ese hogar, en el Chicago de los años sesenta, fue el punto de partida para la vida de Robert Francis Prevost, hoy líder de la Iglesia católica, y donde una figura femenina dejó una huella imborrable: su madre, Mildred Agnes Martínez, descendiente de españoles asentados en Luisiana.

El nuevo pontífice, el primero originario de Estados Unidos, creció en un entorno familiar en el que convergían raíces europeas y una profunda fe católica. Su madre, a quien cariñosamente llamaban "Millie", nació en Chicago en 1911. Era hija de Joseph Nerval Martínez y Louise Baquie Martínez, y fue bautizada en la Catedral del Santo Nombre en febrero de 1912. Su familia, marcada por la espiritualidad y la vocación religiosa, tuvo varias integrantes que abrazaron la vida consagrada, como sus hermanas Louise Eugenie y Hilda Anne, quienes se hicieron monjas.

Diversas investigaciones genealógicas revelan detalles fascinantes sobre la ascendencia materna del Papa. Su abuelo habría nacido en Santo Domingo y su abuela en Nueva Orleans. Algunos documentos históricos, como el censo de 1870 y partidas de matrimonio, señalan que Jacques Martínez, bisabuelo del pontífice, y su familia fueron registrados como mulatos en Nueva Orleans, donde la mezcla cultural y racial era característica en tiempos coloniales. Otro registro indica que Joseph Martínez, abuelo de León XIV, nació en Haití, lo que amplía el mosaico de influencias culturales y étnicas que convergen en su historia familiar.

Mildred Martínez se graduó en 1947 en la Universidad DePaul con una licenciatura en Biblioteconomía, y posteriormente trabajó como bibliotecaria en varios centros educativos de Chicago, incluyendo el instituto Von Steuben y el Mendel Catholic High School, dirigido por los agustinos. Su vocación por la educación y el orden era paralela a su compromiso con la vida parroquial, en especial en la iglesia de St. Mary of the Assumption, donde fue presidenta de la Sociedad del Altar y Rosario, cantó en el coro y participó activamente en diversas labores litúrgicas y sociales.

Casada con Louis Marius Prevost, catequista y veterano de la Marina estadounidense en la Segunda Guerra Mundial, formaron una familia de tres hijos. Louis Martin, John Joseph y Robert Francis crecieron en un ambiente donde la fe era algo más que un conjunto de normas: era una forma de vivir. La cercanía con los sacerdotes, la participación diaria en la misa y la implicación en actividades parroquiales marcaron la niñez del futuro Papa, quien fue monaguillo y asistió a una escuela católica.

Mildred fue una mujer de carácter discreto pero profundamente influyente. Sus acciones silenciosas, su devoción religiosa y su constancia dejaron una huella determinante en el camino vocacional de su hijo. En su primera aparición pública como Papa, León XIV expresó su gratitud a quienes lo habían formado en la fe, una alusión que bien podría referirse a esa figura materna que moldeó su vida desde la infancia. El testimonio de quienes la conocieron es revelador. Marianne Angarola, compañera de estudios del ahora pontífice, la recuerda como una de las mujeres clave de la parroquia: "Era una de esas señoras que siempre estaban en la iglesia: limpiaban, decoraban, preparaban todo para las celebraciones. Participaba en todas las iniciativas, incluso en la organización de actividades para recaudar fondos".

Mildred falleció el 18 de junio de 1990 en Chicago Heights, Illinois. Sus restos descansan en el Cementerio Católico de la Asunción, en Glenwood, dejando tras de sí un legado de fe, trabajo y dedicación a la comunidad. Su memoria sigue viva en la figura de su hijo, hoy Papa León XIV, quien lleva al corazón de la Iglesia universal no solo su experiencia pastoral y espiritual, sino también las huellas indelebles de una madre con alma española y vocación de servicio.

Su historia, entre Chicago, Luisiana y la herencia hispana, revela que los caminos de la fe no siempre se trazan desde los púlpitos, sino muchas veces desde la cocina de una madre, desde los bancos de una iglesia o desde el susurro persistente de un rosario entre manos silenciosas.

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