Podcasts

Podcast | Nortel, la empresa centenaria que equivocó su apuesta en el nacimiento de internet y acabó quebrando

  • Eligió el sistema ATM para transferir datos, y el método IP acabó imponiéndose
  • La historia de su nacimiento se remonta a 1874 y a Alexander Graham Bell
  • Llegó a representar el 44% de la cotización de toda la bolsa canadiense
Sede de Nortel. | Imagen: Bloomberg

Víctor Ventura, Carlos Asensio, Remo Vicario
Madrid,

Todas las personas que tuvieran un vídeo en los años 80 recordarán la batalla entre Betamax, de Sony, y VHS. Dos formatos incompatibles entre sí, prácticamente idénticos, pero con las suficientes diferencias para que el VHS se alzase triunfador, considerado el más versátil de los dos. Muy similares fueron las batallas entre el minidisc y el CD; el zune de Microsoft y el iPod de Apple; o la Blackberry y los iPhones: uno de los modelos arrasó, obligando a sus rivales a pasarse a su campo, mientras el otro desaparecía sin dejar rastro.

A principios de los 2000, la empresa más grande de Canadá se encontró en la misma posición con otro de los grandes avances tecnológicos de la historia: internet. Había dos formas distintas de transmitir los datos en los que se asienta la red global que, en aquellos momentos, estaba aún desarrollándose. Nortel, una firma centenaria que descendía del mismísimo Alexander Graham Bell, se lo jugó todo a uno de esos dos sistemas. Se equivocó con su apuesta. Y no vivió para contarlo.

La historia de la firma se remonta a 1874, cuando Graham Bell, escocés, terminó de diseñar el primer modelo de teléfono en su residencia de Canadá, que por entonces acababa de lograr la autonomía respecto a Gran Bretaña. Tras patentar su invento en EEUU, Bell y su cuñado fundaron la Empresa Telefónica Bell en Boston, en 1877. Y tres años después formaron una filial al norte de la frontera, la que sería Bell Canadá.

Pero, de entrada, la firma se encontró con problema: para extender el uso de las redes telefónicas, primero necesitaban vender teléfonos a sus potenciales clientes. Y el primer fabricante de este aparato en Canadá se murió a los meses de inaugurar su fábrica, que no le sobrevivió. Bell ya estaba fabricando teléfonos en EEUU a través de una filial, Western Electric, pero el flamante Gobierno canadiense, temeroso ante la fuerza económica de su vecino norteamericano, amenazaba con quitarles la patente si importaban aparatos desde Chicago. Así que Bell decidió que, en vez de importar los teléfonos, iban a copiar el sistema de producción. Así nació Northern Electric, el clon de Western que se convertiría en la fábrica de teléfonos de Bell en Canadá.

Hasta 1954, esta firma vivió sin demasiados problemas: AT&T, el gigantesco monopolio en el que se había convertido Bell en EEUU, mandaba sus patentes a Bell Canadá para que Northern fabricara los mismos aparatos al norte de la frontera. Pero en aquel año todo cambió: una denuncia antimonopolio obligó a AT&T a deshacerse de su participación en Northern Electric, primero, y en Bell Canadá, después. La pareja canadiense se encontró sola por primera vez, sin el abrigo del gigante estadounidense que le había dado todas las patentes y el dinero que necesitara para crecer. Ahora tenía que competir de verdad.

Y, sorprendentemente, lo consiguió, precisamente gracias a las tendencias monopolísticas de AT&T. La firma había estado desarrollando un sistema de centralita digital para operar teléfonos, sin necesidad de que un operario cambiara los cables manualmente en cada llamada, pero no lo había lanzado al mercado porque, como buen monopolio, no necesitaba innovar más allá del mínimo imprescindible. Pero la fábrica canadiense, ahora renombrada como Northern Telecom, popularmente Nortel, aprovechó para lanzarse de lleno por ese camino que AT&T se había negado a abrir. Su primera centralita automática arrasó, y Bell y Nortel lograron lo que nunca habían imaginado: vencer a AT&T y Western Electric en su propio campo y vender teléfonos canadienses en EEUU.

El 'boom' puntocom y las apuestas equivocadas

Al comienzo de los años 90, Nortel se había convertido en un gigante de las telecos. Todo parecía salirle rodado. Pero entonces cometió dos errores de los que se acordaría en el futuro. Por un lado, fue demasiado visionario: previendo el inicio de la era de internet, se lanzó a una inversión millonaria en fibra óptica, para situarse en una posición perfecta para aprovecharse de la demanda de conexión que llegaría pronto. El problema es que, hasta bien entrada la década de los 2000, el número de personas con internet era demasiado pequeña todavía, y el ADSL bastaba para cubrir la velocidad de datos que podían gestionar los ordenadores. Nortel se había saltado dos pasos en el camino tecnológico: ofrecía descargas de 10 gigabytes por segundo cuando el disco duro completo de un ordenador medio en aquellos años apenas superaba los 20 gigas de capacidad, YouTube no existía, Netflix se dedicaba a mandar DVDs por correo y la mayoría de la gente aún recibía internet a través de la línea del teléfono fijo.

El segundo problema es que no solo se adelantó, sino que apostó por la tecnología equivocada. Eso le puede pasar a cualquiera cuando hay un sistema nuevo, que aún no está asentado y que puede ofrecerse de distintas formas. Igual que existieron las líneas de móvil analógicas (con Moviline en España), que perdieron ante los móviles digitales, en internet había dos formas de transferir datos: mediante el sistema ATM, basado en las líneas telefónicas tradicionales, o mediante la IP. Nortel lo apostó todo por el ATM, y cuando vio que se había equivocado, y que la IP se había convertido en el estándar ganador, intentó corregirlo a lo grande: comprando una empresa estadounidense, Bay Networks, por 9.100 millones de dólares (18.000 millones a precios de 2024), que hay que sumar al dinero que había perdido desarrollando un modelo que acabó en el cubo de la basura.

La compra fue el momento que Bell aprovechó para vender Nortel, repartiendo sus acciones en la firma entre los inversores de la propia Bell. Numerosas personas que habían comprado acciones de la principal telefónica del país para recibir sus dividendos puntuales cada año se encontraron con que ahora también tenían participaciones de una firma tecnológica moderna en pleno auge.

La combinación de esos dos factores fue desatar una burbuja histórica: las acciones de la empresa se dispararon a niveles estratosféricos, hasta 870 dólares por unidad, cuando había pasado casi dos décadas moviéndose entre los 20 y 40 dólares por acción antes de aquel boom. La firma llegó a suponer un 44% de toda la bolsa canadiense, el S&P/TSE 60, que algunos llamaban 'Nortel y los 59 enanitos'. Por comparar, Microsoft, la empresa más valiosa del mundo, supone hoy poco más del 7% del S&P 500.

Y la firma lo estaba celebrando a lo grande, invirtiendo grandes cantidades en patrocinios deportivos, como al equipo Williams de Fórmula 1, o comprando los derechos de una canción de los Beatles, Come Together, para una campaña de publicidad masiva en EEUU y Canadá.

Hundimiento bursátil

La realidad, sin embargo, era que Nortel estaba vendiendo más fibra óptica de la que la gente necesitaba, su negocio telefónico fijo estaba empezando a sufrir los efectos de la irrupción de la telefonía móvil y la ristra de compras de empresas tecnológicas en la que se había embarcado tras Bay Networks había dejado un agujero gigantesco en las cuentas de la firma. El 25 de octubre del 2000, Nortel presentó sus resultados: había ganado un centavo menos por acción de lo esperado. Los inversores huyeron despavoridos: la firma perdió 80.000 millones de dólares de capitalización, un 25% de su valor, en un solo día y los sistemas informáticos de la Bolsa de Toronto se paralizaron ante la avalancha de órdenes de venta. Pero, para desgracia para ellos, todo podía ir a peor.

A principios de 2001, la economía se había enfriado, las empresas habían dejado de comprar tecnología y la crisis de las 'puntocom' arrasó el valor del sector. Nortel sufrió la huida de sus directivos y sus intentos de reemplazar a su consejero delegado, John Roth, acabaron con una sucesión de contratos y despidos en pocos meses. Finalmente, el 15 de febrero, la firma anunció que no ganaría 16 centavos por acción, sino que perdería 4. Al día siguiente, la Bolsa de Toronto tuvo que suspender su actividad varias veces, sepultada bajo una avalancha de órdenes de venta. Nortel perdió un 33% del valor que le quedaba. El Financial Times escribió su epitafio: "Es sorprendente que aún quede tinta roja en Canadá después de esto".

El entierro final llegó en octubre de 2003, cuando la firma anunció que las cuentas de los años 1998 al 2000 tenían errores y que habían calculado mal los beneficios, que habían sido menores de lo estimado. Tras aquel anuncio, Nortel estaba destinada definitivamente a la bancarrota.

La mayor desgracia para la compañía fue desarrollar una tecnología 10 años antes de lo que le correspondía. En 2010, durante la liquidación de la firma, sus patentes salieron a la luz. Nortel había desarrollado tecnología wifi, conexiones 4G, llamadas de voz por internet o semiconductores avanzados que no pudieron usarse en los 2000 porque la tecnología no estaba aún lo suficientemente madura. Diez años después ya lo estaba, y Apple, EMC, Ericsson, Microsoft, BlackBerry y Sony compraron sus hallazgos por 4.500 millones de dólares. Los empleados e inversores de Nortel solo recibieron una pequeña parte de ese pastel tras haber puesto su dinero y su esfuerzo para desarrollarlo demasiado pronto.