Opinión
Soft skills y lifelong learning: un reto (más) de las universidades en la era de la IA
- El avance de la IA y la transición ecológica están transformando radicalmente el mundo del trabajo y la sociedad
Carlos González-Reyes
Madrid,
Por todos es sabido que la inteligencia artificial avanza a un ritmo vertiginoso. Automatiza tareas, genera contenidos y toma decisiones basadas en datos. En este nuevo escenario, resulta revelador que una de las demandas más crecientes por parte de las organizaciones no sean solo los conocimientos técnicos, sino también habilidades profundamente humanas: liderazgo, comunicación, empatía o gestión del cambio, entre otras. Al mismo tiempo, la transición hacia modelos más sostenibles, en los ámbitos económico, social y medioambiental, está llevando a muchas empresas a valorar también nuevas competencias conocidas como green skills: innovación orientada a la sostenibilidad, visión sistémica o capacidad para actuar con responsabilidad ética. En este doble contexto, tecnológico y ecológico, las green skills y, por supuesto, las soft skills, han pasado de ser un opción a convertirse en un valor añadido diferenciador.
Si bien diferentes instituciones han ido incorporando en sus planes algunas asignaturas vinculadas a estas competencias, aún queda mucho camino por recorrer para integrar de forma estructurada las habilidades humanas en la formación universitaria. El reto no es solo reconocer su importancia, sino hacer que sean realmente entrañables, evaluables y visibles en los procesos formativos. Pero, ¿puede entrenarse la inteligencia emocional en un entorno digital? ¿Es posible evaluar el liderazgo o la creatividad con el mismo rigor que un conocimiento técnico? ¿Qué papel pueden desempeñar las universidades en esta transformación? Abordar estas preguntas no solo es posible, sino también clave para acompañar los cambios del presente y anticipar los del futuro.
El mercado laboral actual no busca solo expertos, sino personas capaces de adaptarse al cambio, de liderar, de trabajar en equipo y de afrontar la incertidumbre con criterio. Las competencias técnicas, por supuesto, siguen siendo esenciales, pero ya no bastan. Habilidades como la inteligencia emocional, la creatividad o la resolución de conflictos están ganando terreno como verdaderos diferenciadores. Además de eso, estas habilidades deben de entrenarse a lo largo de la vida, el denominado lifelong learning. No basta con aprender una soft skill una vez en un curso puntual: hay que practicarla, revisarla, interrelacionarla con otras y adaptarla a los nuevos contextos.
Lo cierto es que durante años se ha considerado que las soft skills eran difíciles de enseñar, evaluar o acreditar; pero esa visión está cambiando. Hoy sabemos que estas competencias pueden entrenarse con el mismo rigor y planificación que cualquier otro conocimiento técnico, siempre que se haga con la metodología adecuada. Requieren de un enfoque distinto: menos teoría acumulativa y más aprendizaje experiencial, mediante retos, acompañamiento y feedback personalizado. En este punto es donde la universidad tiene un gran reto, y también una gran oportunidad. No se trata de impartir un curso aislado sobre liderazgo o comunicación, sino de incorporar aún más estas habilidades de forma transversal y progresiva en los programas formativos y crear programas específicos de microcredenciales acumulables, u otros marcos flexibles, que permitan la personalización competencial en función de cada caso concreto.
De forma reciente, universidades como la Universitat Oberta de Catalunya han impulsado programas en esa línea. Un ejemplo de ello es UOC Skills Lab, una escuela enteramente de habilidades. En apenas un año desde su creación en 2024, esta escuela ha formado ya a más de 400 personas en seis competencias clave: inteligencia emocional, creatividad, gestión del cambio, comunicación efectiva, resolución de conflictos y liderazgo. El modelo se basa en una estructura progresiva, desde niveles A1 (básicos) a C2 (avanzados), con metodologías centradas en retos, feedback individualizado mediante vídeo y mentoría asíncrona. Los estudiantes son asignados al nivel que les corresponde mediante un test inicial que determina su conocimiento de las habilidades que desea cursar. A partir de ahí, siguen un itinerario personalizado (PDI o Plan de Desarrollo Individual) mediante la obtención de microcredenciales. Cada vez que van superando un curso reciben, además de la acreditación, badges digitales que visibilizan las habilidades adquiridas en sus perfiles profesionales como, por ejemplo, LinkedIn.
Esta experiencia no pretende ser una excepción, sino una muestra de lo que puede lograrse cuando se combinan pedagogía, tecnología y visión estratégica. El reto ahora es que este tipo de enfoques no queden limitados a iniciativas aisladas, sino que inspiren una transformación más amplia en el conjunto del sistema universitario. El avance de la IA y la transición ecológica están transformando radicalmente el mundo del trabajo y la sociedad. Y, con ello, están redefiniendo lo que significa estar bien preparado. La universidad tiene ante sí una tarea decisiva: formar personas, no solo profesionales y entender que las soft skills y las green skills no es una moda pasajera ni un lujo formativo. Es una respuesta necesaria a un mundo que cambia cada vez más rápido. Y, también, una forma de garantizar que la educación superior siga cumpliendo su misión: ofrecer conocimiento relevante, formar ciudadanos críticos y preparar los líderes del presente y del futuro.