Un panorama esperanzador
Amador G. Ayora
El triunfo de Donald Trump tiene consecuencias que aún desconocemos. El mundo cambia a pasos agigantados en los últimos meses, sin que se perciba. La presidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, se puso esta semana en primera forma de saludo ante el nuevo presidente de Estados Unidos. No solo subió los tipos de interés en un cuarto de punto (al 0,75 por ciento), como éste solicitó, sino que amplió de dos a tres veces las probabilidades de que éstos vuelvan a incrementarse el próximo año.
La autoridad monetaria americana respaldó el mensaje lanzado la semana anterior por su colega, el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, quien clausuró la era del dinero barato al limitar y reducir en 2017 la recompra de deuda pública europea. La coordinación es el arma secreta que permite a los bancos centrales mantener la economía del planeta a flote desde la Segunda Guerra Mundial. Es como si a un inválido su equipo médico comenzara a retirarle las muletas para echar a andar.
¿Cómo le va a afectar esto a su bolsillo? ¿Quiere decir, que las cosas deberían mejorar? Las primeras consecuencias las vemos ya estos días: un encarecimiento del precio del dinero y del dólar frente al euro. Muchos vaticinan que ambas monedas volverán a alcanzar la paridad. Vamos a explicarlo.
Cuando la economía va bien, hay más oferta y demanda y suben los precios. Los bancos centrales, que regulan el coste del dinero como hace un guardia de tráfico con la circulación, encarecen los préstamos para contener la inflación. En los próximos meses, nos encontraremos con un incremento del coste de la vida, desde la alimentación, a los textiles o la vivienda. Hasta las petroleras vuelven a respirar tras la recuperación del barril de crudo. Las empresas deberían mejorar sus resultados y, por ende, trasladarlo tanto al empleo como a los salarios.
El aumento del poder adquisitivo de la población debería repercutir en un alza del consumo. La economía podría entrar en un círculo virtuoso, que deje atrás el riesgo de deflación ( bajo crecimiento sin inflación), que hemos vivido en la última década. Por eso la bolsas lo celebran estos días con subidas, ante la esperanza de que vengan tiempos mejores.
Como siempre, no todo es negro o blanco, ni igual en todas partes. En Estados Unidos, se prevé una mejora más intensa gracias a que el presidente Donal Trump prometió estrenarse con una bajada de los impuestos. En la Vieja Europa, por el contrario, la incertidumbre política sobre las elecciones de Francia, Holanda y Alemania, a la que probablemente se sume Italia en 2017, ensombrece las perspectivas de futuro. En España, donde todo debería ir viento en popa, la subida de impuestos de Cristóbal Montoro restará un par de décimas al crecimiento y desacelerará la creación de empleo, amén de provocar un frenazo en las inversiones, según la opinión de diversas organizaciones empresariales.
El primer test sobre la salud de la banca italiana se conocerá en los próximos días, cuando el Gobierno de Paolo Fentiloni anuncie un rescate de en torno a 100.000 millones. La salud de las entidades financieras europeas sigue débil, lo que frena los préstamos de todo tipo y la alegría del consumo.
Con todo, los bancos serán uno de los grandes beneficiados en la nueva etapa, ya que el aumento del precio del dinero, la materia prima con la que trabajan, les permitirá ensanchar su margen de negocio y la rentabilidad de sus productos. Los ciudadanos también se beneficiarán, porque sus ahorros serán remunerados mejor. Las entidades deberían aprovechar para recuperar la confianza y la reputación perdida frente a sus clientes.
La fuerte caída del euro frente al dólar insuflará fuerzas renovadas a la industria europea, sobre todo a los países más exportadores, como Alemania. La cruz de la moneda es para los países emergentes, que encarecerán el coste de sufragar su deuda, en la mayoría de los casos contraída en dólares.
El caso más preocupante es el de China, ya que el endeudamiento ronda 300 veces su PIB y el coste de repagarla en dólares puede aplastar su economía. El Banco del Pueblo de China (BPCh), equivalente al banco central, tuvo que inyectar esta semana cerca de 100.000 millones de dólares en el sistema financiero para solventar los problemas de liquidez. Las reservas de divisas empleadas en defender la moneda local están en 3,12 billones, el menor nivel en seis años (sólo en el último trimestre, se duplicó la caída hasta los 207.000 millones). El yuan pierde alrededor del 7 por ciento en lo que va de año y se teme que su devaluación se acelere, en la medida que suban los tipos en Estados Unidos.
Existe el riesgo de que se despierten las incertidumbres que sacudieron las bolsas de medio mundo a comienzos del año pasado, De momento, los mercados prefieren centrarse en lo positivo y mirar para otro lado. ¡Vamos a ver si dura la fiesta!