Opinión
La condición paciente y pasiva con Putin
Juan Carlos Arce
Nuestra condición paciente y pasiva en la invasión de Ucrania no es un ejemplo de responsabilidad. Encender velas en las ventanas, manifestarse ante las Embajadas de Rusia, retrasar el inicio de los partidos de fútbol, inundar Instagram de fotos alusivas y tiernas, crear hilos en twitter, hablar por teléfono, enviar mantas, cascos, medicinas, incluso armas… Estos son algunos ejemplos de la reacción occidental a la invasión rusa de Ucrania. Putin debe estar consternado. Velas en las ventanas, manifestaciones, mantas y amenazas de sanciones económicas. A Rusia, que mantiene un capital líquido en reservas cercano al billón de dólares, estas acciones valientes y las posibles sanciones deben darle miedo.
No se entiende cómo se ha permitido a Rusia que atravesará las fronteras de Ucrania y que avanzara sin obstáculos hasta Kiev. No se entiende que la única actitud del mundo libre haya sido contar los planes de Putin, avisar de que Ucrania sería invadida y absolutamente nada más. Porque amenazar con sanciones es nada. Después, esas deben ser aprobadas por los Estados. Y ahí empiezan los arrepentimientos. Está el gas, está el comercio, están los cereales, está esa cara oculta de las sanciones que se resume en el principio de que cuando se castiga económicamente a una potencia mundial, el castigo revierte sobre quien impone la sanción, Es como escupir hacia arriba. Es un error pensar que las sanciones "más severas de la Historia" van a hacer primero, que Putin abandone sus intenciones y segundo, que sufra un estrangulamiento económico que le obligue a respetar la legalidad internacional. No es así. Al adoptar las sanciones, cada país tiene muy en cuenta sus propios intereses y los perjuicios que les proporciona imponerlas.
Se ha permitido que se iniciara la guerra y ahora se envían armas a Ucrania. Una acción cosmética. Ahí te mando esto. Yo me quedo mirando. No se entiende que después de haber revelado los planes de Putin, el mundo occidental haya dejado claro al mismo Putin que en ningún caso intervendría la OTAN y que ni Estados Unidos ni otros países enviarían tropas a Ucrania para oponer resistencia armada a un avance militar asesino del Ejército ruso. Porque eso fue como decirle a Rusia que hiciera lo que le pareciera bien, que invadiera cuando quisiera, que no encontraría al mundo libre enfrente. Porque el mundo libre iba a quedarse pensando y repensando sanciones económicas y acaso imponiendo algunas, más bien tarde. Y que, si Rusia lo hacía todo rápido, llegaba a Kiev y controlaba el territorio de la víctima en poco tiempo, el escándalo sería pequeño, la estabilidad volvería pronto y tal día hizo un año.
Porque, entre otras cosas, la dependencia energética que padecen los países buenistas es muy grande. La energía nuclear, segura, limpia y barata…, tiene mala prensa. Y en consecuencia, es preferible que los países sin libertad ni Derecho ni democracia, nos abastezcan aunque luego tengamos que cerrar un ojo para no ver lo que hacen o para no imponer sanciones cuando invadan al vecino.
Rusia inicia aquí –en realidad continúa- la refundación de la URSS y el mundo libre empieza a hacer el mismo ballet ingenuo del diálogo y la retirada amable, la tolerancia limitada, poniendo los delitos y las guerras y el militarismo totalitario solo bajo su atenta mirada, sin intervenir, sin oponerse, utilizando solo las declaraciones, las amenazas de perro ladrador.
Y fue exactamente así como Stalin y Hitler pisaron Europa y el mundo reaccionó tarde y mal con un coste en sufrimiento fuera de lo imaginable. Preferisteis la indignidad a la guerra y ahora tenéis la indignidad y también tenéis la guerra, dijo Churchill a los mandatarios que contemporizaron con un incipiente Hitler que ya era una amenaza pero al que no se debía molestar por si se enfadaba. Esta situación es análoga. El mundo libre contempla a Putin y decide que es mejor que no se enfade. Es nuestra condición paciente y pasiva.