Opinión

Alemania después del 26-S

    El adiós de Merkel deja un escenario repleto de incertidumbres

    Lorenzo Bernaldo

    Las elecciones alemanas del próximo 26-S cierran la Era Merkel, el canciller que ha estado más tiempo al frente del Gobierno germano desde el final de la II Guerra Mundial. Las encuestas arrojan una corta distancia entre los dos grandes partidos, el SPD y la CDU-CSU, pero sean quien sea el ganador habrá de gobernar en coalición. El viejo esquema tripartidista, arbitrado por los liberales durante décadas, ha dado paso a un sistema pluri partidista que se ha afianzado. Es un tópico, pero también una realidad señalar que los comicios alemanes tienen una considerable trascendencia a escala europea y global. El proyecto europeo está deteriorado y el mundo está inmerso, quiérase o no, en una nueva Guerra Fría.

    En este contexto, tiene mayor interés plantear los grandes desafíos que habrá de abordar el nuevo Ejecutivo que formular predicciones sobre los resultados electorales y las posibles coaliciones. Con sus defectos y sus virtudes, Merkel ha sido un factor de estabilidad y de seguridad tanto en Alemania como en Europa. Ello ha agrandado la figura de la canciller, quizá por encima de lo que han sido sus logros reales. Merkel ha sido un factor estabilizador, pero no un factor de cambio. De cualquier forma, su ausencia dejará un hueco que hoy por hoy nadie parece capaz de llenar en una Europa en la que las democracias liberales carecen de líderes fuertes.

    En la escena internacional, el próximo Gabinete germano se enfrentará a la creciente tensión entre los EEUU, China y Rusia. Hasta ahora, Alemania ha logrado mantener un inestable equilibrio entre la lealtad a su alianza estratégica con USA y el mantenimiento de los intereses económicos que la ligan a Moscú (el gas) y a Pekín (una intensa relación comercial). Esta posición será cada vez más difícil de sostener porque la rivalidad entre norteamericanos, rusos y, sobre todo, chinos continuará y tenderá a agudizarse. En este sentido es preciso recordar que los partidos favorables a adoptar una línea dura contra China y Rusia son los dos potenciales socios minoritarios de los socialdemócratas y de los democristianos: los liberales y los verdes.

    Europa está inmersa en una crisis de identidad acompañada de las consecuencias de la crisis económica generada por la pandemia. El corto plazo está marcado por la evolución de la actividad, la intensidad y sostenibilidad de la recuperación en la UE, por la redefinición del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, por la duración de los estímulos monetarios, por la agenda para la transición energética, por la conveniencia o no de avanzar hacia una mayor integración de políticas a escala continental y, de nuevo, por las relaciones con EEUU, Rusia y China; en el medio-largo plazo está la progresiva divergencia entre la visión del modelo europeo entre el centro-norte y la periferia de la UE y, también con los estados del centro-este europeo, en especial, con Polonia y Hungría.

    En el plano político, el Gabinete germano se encontrará una Europa en donde el euroescepticismo ha ganado terreno. Existe un rechazo explícito en unos estados y una marcada cautela en otros sobre la conveniencia-necesidad de avanzar hacia una mayor integración y hoy no existen las condiciones para ir en esa dirección. Esto debilita la capacidad de acción a la UE dentro y fuera de sus fronteras y la de Alemania para resistir a las presiones sino-rusas. A complicar las cosas contribuye, la debilidad real del eje franco-alemán causa de la debilidad estructural de Francia. Por añadidura, la venidero Gabinete germano no puede ignorar el cansancio de una parte muy sustancial de su sociedad ante el funcionamiento actual de la UE.

    En el ámbito doméstico, desde 1999, la evolución de la economía alemana ha sido positiva, bastante mejor que la de los otros grandes estados de la UE. Ahora bien, el próximo Gobierno deberá hacer frente a una serie de importantes debilidades estructurales. Por un lado, Alemania adolece de un exceso de compañías viejas y de una falta de empresas nuevas y disruptivas, lo que refleja una escasa dinámica de "destrucción creativa"; por otro, tiene una acusada carencia de capital humano cualificado en sectores como el de la economía digital o la inteligencia artificial lo que dificulta la introducción de tecnologías de vanguardia. Al mismo tiempo, su Administración Pública precisa una profunda reforma para mejorar sus bajos ratios de eficiencia. Por último, el programa de descarbonización adoptado por Alemania y extendido a Europa plantea serios problemas para mantener la competitividad de su industria y la seguridad de su abastecimiento de energía.

    De una manera estilizada, esos son los retos internos y externos del Gobierno alemán que salga de los próximos comicios y de su respuesta a ellos va a depender en gran medida el futuro de Europa.