El segundo "whatever it takes" de Draghi
Jean Pisani-Ferry
Ser primer ministro de Italia es desempeñar uno de los peores trabajos del mundo. Parafraseando al filósofo inglés Thomas Hobbes, la vida en este puesto suele ser desagradable, brutal y corta. Muy corta, de hecho: desde que Angela Merkel se convirtió en canciller de Alemania en 2005, ha tenido ocho homólogos italianos diferentes.
No es de extrañar que los líderes italianos consigan poco en estas condiciones. Cuando se produjo la crisis del COVID-19, el PIB per cápita alemán había crecido un 20% desde que Merkel asumió el cargo, mientras que el de Italia había disminuido un 4% durante el mismo periodo.
Aunque no está claro cuánto tiempo permanecerá en el cargo el actual Primer Ministro Mario Draghi, antiguo presidente del Banco Central Europeo, lo más probable es que sea fiel a la tradición. En Roma se especula con la posibilidad de que se presente a la presidencia -un cargo con influencia, pero no con poder- en 2022 o 2023. Pero, como deja claro el ambicioso plan de recuperación económica de Draghi, la previsible brevedad de su mandato no le impide ser audaz.
De 2021 a 2026, Italia recibirá 69.000 millones de euros (82.000 millones de dólares), o cerca del 4% del PIB, en subvenciones de la Unión Europea para financiar inversiones ecológicas, digitales y en infraestructuras. Esta cifra es significativamente mayor, en porcentaje del PIB, que el 2,6% que recibieron los países europeos en el marco del Plan Marshall estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial. Pero Draghi ha decidido redoblar la apuesta, combinando esta subvención con otros 13.000 millones de euros de subvenciones de la UE y 191.500 millones de euros en préstamos, también en su mayoría de la UE, de modo que el programa completo asciende a la friolera de 248.000 millones de euros. Alrededor del 70% se destinará a nuevos proyectos. España, en cambio, también recibirá unos 69.000 millones de euros en subvenciones de la UE, pero no tiene previsto gastar ni un céntimo más.
La elección de Draghi puede parecer extraña a primera vista. Los préstamos de la UE son sólo un poco más baratos que el coste de los préstamos de Italia, así que ¿por qué debería el gobierno comprometerse a recurrir a ellos de forma tan masiva? La respuesta es que quiere que Italia cambie de rumbo, y por ello ha anunciado una estrategia de choque que pretende acabar con el estancamiento de dos décadas de su país.
Actuando con tanta fuerza, Draghi espera cambiar las expectativas y, por tanto, el comportamiento de empresarios, trabajadores y consumidores. En 2012, cambió el destino de la eurozona al decir que el BCE haría "lo que fuera necesario" para preservar el euro. El enorme plan plurianual equivale a otro "cueste lo que cueste". Pretende señalar que el Gobierno está decidido a garantizar una recuperación sostenida y a situar la economía en una trayectoria de crecimiento duradero.
Esto es exactamente lo contrario del enfoque fiscal tradicionalmente cauto que prevalece en la UE, donde los gobiernos han actuado repetidamente como si el mayor riesgo fuera hacer demasiado y poner en peligro la estabilidad macroeconómica. La estrategia de Draghi se acerca mucho más a la del presidente estadounidense Joe Biden, que también considera claramente que el mayor riesgo es hacer demasiado poco. Ciertamente, Draghi no es el primer dirigente europeo que piensa así en los últimos tiempos, pero sí el primero que actúa en consecuencia. Probablemente ha sido necesaria su credibilidad como banquero central para convencer a la UE del mérito de su enfoque.
Sin embargo, las condiciones para el éxito son exigentes. La primera es que el gobierno italiano gaste el dinero de forma eficiente y no de forma políticamente conveniente. El problema con las subvenciones de la UE es que tienden a asignarse de tal manera que cada Ministerio recibe su pequeña parte. Draghi parece haber evitado esta trampa fijando sólo unas pocas prioridades y dejando la supervisión de la aplicación del plan en manos del Tesoro. Lo que sí arriesga es la asignación del 40% del paquete total al sur de Italia, una región atrasada y clientelista donde las inversiones públicas han decepcionado regularmente.
La segunda condición es que la inversión se refuerce con reformas complementarias. La UE ha insistido en que los Estados miembros que se beneficien de las subvenciones deben adoptar medidas difíciles y aplicar las "recomendaciones específicas para cada país" de la Comisión Europea. Las negociaciones han sido largas, detalladas y en ocasiones tensas. La Comisión se ha metido de lleno en la maleza, pidiendo a los gobiernos que modifiquen detalles de la legislación. Pero Draghi se ha ceñido con éxito a un puñado de objetivos, como la reforma del poder judicial, el fortalecimiento de la competencia y la modernización de la administración pública. Acertadas o no, las reformas son su elección.
El tercer factor crucial es que los mercados financieros acepten el paquete. La deuda pública de Italia, en proporción al PIB, es la segunda más alta de la UE, después de la de Grecia, y el plan de Draghi no hará más que aumentarla. Su apuesta es que los inversores prefieren prestar más a un gobierno que invierte para aumentar el crecimiento potencial de un país que seguir atascado con la deuda de uno fiscalmente cauto que preside una economía moribunda.
Los datos sugieren que Draghi tiene razón. El problema de la deuda italiana no se debe a la laxitud fiscal, sino a la falta de crecimiento. Y los mercados parecen hasta ahora convencidos; el diferencial de interés entre los bonos italianos y alemanes a diez años se ha reducido a unos 100 puntos básicos desde los 150 que había antes de la pandemia del COVID-19.
Sólo el tiempo dirá si la estrategia de Draghi da resultado. El pésimo historial económico reciente de Italia se debe sólo en parte a la falta de impulso. En un nivel más profundo, tiene sus raíces en las tendencias demográficas adversas, el bajo nivel educativo y una dualidad duradera entre un grupo de exportadores innovadores de clase mundial y una miríada de pequeñas empresas de segunda clase y baja productividad. El plan de Draghi abordará algunas de estas deficiencias, pero no todas. La gran pregunta es si será suficiente para aumentar la productividad.
En última instancia, sin embargo, la principal debilidad de Draghi es política. Él es la única razón por la que una coalición de gobierno poco flexible no ha dañado hasta ahora el plan de recuperación a través de luchas políticas internas. Pero la coalición podría deshacerse en cualquier momento.
Si Draghi tiene éxito, cambiará la conversación europea, de modo que la solidaridad vecinal y la asunción de riesgos fiscales se consideren buenas inversiones. Si fracasa, el plan de recuperación de la UE se recordará como un despilfarro de dinero, y el conservadurismo fiscal volverá a imponerse. El último primer ministro italiano se juega mucho.