Energía: ¿y si nos quedamos con el "limón"?
Carlos Floriano Corrales
La Unión Europea es uno de los protagonistas en la lucha mundial contra el cambio climático, posiblemente uno de los retos más importantes a los que se enfrenta la humanidad. Tener éxito depende, en gran medida, de la capacidad para que las políticas de descarbonicación impulsadas en los diversos acuerdos liderados por Europa, sean aplicadas en el resto de los países, especialmente, en aquellos que emiten más gases de efecto invernadero en sus procesos de producción energética e industrial. En este sentido, tenemos que felicitarnos por el giro que, en esta materia, ha dado en Estados Unidos la administración Biden.
Uno de los principios sobre los que se asienta la política de reducción de emisiones de la Unión Europea es el de neutralidad tecnológica recogido en el "Green Deal" o "Pacto Verde". La asunción del mismo implica, de un lado, reconocer la fortaleza de poder contar con una variedad de tecnologías con la capacidad para suministrar energías a consumidores y empresas de forma asequible y segura. Por otra parte, supone asumir la debilidad de que ninguna de ellas, ni la electrificación, ni el hidrógeno, ni los ecocombustibles, son a día de hoy capaces, por sí solas, de garantizar el suministro energético en los términos de accesibilidad y seguridad óptimos, permitiendo, al mismo tiempo, alcanzar los objetivos de reducción de emisiones previstas en el Acuerdo de París.
Posiblemente, esta segunda visión del principio sea la razón por la que la Comisión Europea entiende que la neutralidad tecnológica supone que los países miembros no pueden apostar por unas opciones tecnológicas en menoscabo de otras, sino que debe ser la libertad de los particulares y empresas las que elijan y desarrollen la tecnología que estimen conveniente, sin más límite que el perjuicio a terceros y el uso eficiente de los recursos, por definición escasos, en un contexto de libre competencia de todas las tecnologías en presencia.
Sin embargo, España ya ha declarado en más de una ocasión no solo su propósito político, sino también legislativo de apostar por una tecnología concreta, puede verse en este sentido la Ley de Cambio Climático y Transición Energética, subsumiendo la descarbonización, que es el objetivo de todos, en el de la electrificación, pasando a un segundo plano al resto de las tecnologías. Si Schumpeter (1883-1950) nos mostró el determinismo tecnológico, donde la apuesta o no por la innovación marcaba el incremento o la reducción de la prosperidad, no cabe duda que centrarnos en una tecnología concreta, sin conocer la evolución de que van a experimentar en los próximos años todas las que pueden competir, es ciertamente arriesgado, cuando, por otra parte, no se hace necesario, dado que la guía deber ser el principio de neutralidad tecnológica subrayado por la Unión Europea.
En el mismo sentido que la Lay de Cambio Climático está concebido el Anteproyecto de Ley del Fondo Nacional para la Sostenibilidad del Sistema Eléctrico (FNSSE), mediante el que se pretende cambiar la financiación de la retribución de las llamadas primas a las renovables, un sistema promovido para garantizar a los inversores la rentabilidad durante toda la vida de las plantas, ya fueran eólicas, termosolares o fotovoltaicas.
Así, aprobado el texto del anteproyecto en los términos actuales, la retribución que hoy se paga en la factura eléctrica pasaría a abonarse por los operadores energéticos, en definitiva, por la factura que pagan los consumidores en el gas o en el transporte, dada la ausencia de sustitutivos y la elasticidad de la demanda. Por tanto, se plantea un supuesto en el que se cruzan los costes de unos productos energéticos a otros, perjudicando, por la vía de la repercusión, al conjunto de la industria española sometida a la competencia internacional y a las zonas más despobladas de nuestro país, donde el consumo de energía no eléctrica es mayor y, por tanto, al mundo rural.
Todo ello, se hace además, sin que aparezca un beneficio que lo compense, pues el objetivo declarado de "…facilitar la transición energética mediante la inversión en nuevas renovables y la electrificación de la energía", no parece que vaya a ser posible, puesto que su objeto es retribuir las renovables instaladas hace más de 10 años de acuerdo con el sistema regulado vigente entonces, por lo que no cabe pensar en nuevas inversiones en renovables por este motivo.
En momentos de transición, en los que no se sabe cómo va a evolucionar la tecnología, hacer apuestas tan dogmáticas como las planteadas entraña evidentes riesgos y conviene, para evitar problemas, meditarlo muy bien, no vaya a ser que en unos años nos demos cuenta que hemos "comprado" un "limón". En 1970 Akerloff publicó el artículo, clásico en la literatura económica, The market for "Lemons": Quality Uncertainty and the Market Mechanism, en el que explicaba cómo la calidad de los bienes intercambiados en el mercado puede caer si existen problemas de información, en concreto, cuando está repartida asimétricamente. Para ilustrarla recurría a un comprador afanado en encontrar un coche en el mercado de segunda mano, a sabiendas de que solo los vendedores conocen los que están en buen estado y los que no lo están ("limones"), donde el comprador a lo más que llega es a determinar la calidad y el precio medio de los coches (unos son buenos y otros malos). El problema surge porque el precio de mercado es mayor del precio mínimo por el que están dispuestos a vender los dueños de coches malos y menor del que aceptarían los de los vehículos buenos, por ello, terminan siendo expulsados del mercado al ser el precio que recibirían menor de lo que realmente valen.
?Aunque el problema explicado por Akerlof obviamente no es el mismo al que nos enfrentamos, lo cierto es que plantea un problema de incertidumbre que distorsiona la elección, a no ser que haya algún instrumento regulador que pueda resolverlo. En nuestro caso lo ha hecho la Unión Europea apostando por la neutralidad tecnológica y no imponiendo costes adicionales a sectores básicos de la industria comunitaria, entre ellas, la española, sometida a una gran competencia internacional y no dependiente de rentabilidades garantizadas.