Opinión

De mal en peor

    El 14-F deja un escenario aún más negativo para Cataluña

    Joaquín Leguina

    Unas elecciones en las cuales la abstención casi llega al 50% (47.5%) dan como resultado una representación de dudosa legitimidad. Es el caso de las elecciones celebradas en Cataluña el 14 de febrero. Sobre todo si se compara con el 80% de participación en 2017, las elecciones en las cuales ganó Ciudadanos.

    En otras palabras o, mejor dicho, en otras cifras: los votantes de ERC y JxCat, los dos grandes partidos independentistas, han sacado 1.172.000 votos, lo cual representa no más del 50% -como ellos han proclamado- si no tan sólo el 21,9% de los electores catalanes, es decir, que apenas supera a la quinta parte de los mayores de 18 años con derecho a voto. Lo diré de una vez: quien ha ganado las elecciones en Cataluña es la abstención y, por lo tanto, la legitimidad del separatismo no se puede ver reforzada con esos resultados sino todo lo contrario.

    Ni gana Sánchez ni Abascal avanza, sino que disminuye la representatividad de todos los partidos en Cataluña y, sobre todo, se añade más inviabilidad política a esa parte de España incapaz de llevar su mano a la profunda herida social y económica que ha traído consigo este disparate del secesionismo, esa querencia supremacista y mentirosa capaz de creerse que Leonardo Da Vinci, Cristóbal Colón o Santa Teresa eran catalanes. Un separatismo golpista condenado por sedición, a cuyos dirigentes ha sacado de la cárcel un Gobierno catalán que se cree por encima de las leyes.

    Hay que ser imbécil para votar a los que son incapaces de gobernar y solo sienten odio

    Con un sistema electoral que premia a las zonas "carlistas" como son Gerona y Lérida, donde los dos partidos independentistas han sacado 21 escaños de un total de 32, ¡una vergüenza! Vergüenza que habla por sí sola de un electorado abducido por una ideología de cuartel con barretina o con boina roja, que vienen a ser la misma cosa. "Un nacionalismo despótico", como ha escrito el catalán Arcadi Espada, que ha contado una anécdota que quiero reproducir aquí:

    "Tuve que aguardar media hora de cola para votar. Pasaba con mi colegio electoral lo mismo que con los aeropuertos: están todos vacíos y solo hay gente -siempre demasiada y demasiado cerca- en tu vuelo. Lloviznaba y hacía frío y a punto estuve de irme. Pero no soy de muchas abstenciones. O sea que aguanté y voté a Ciudadanos, como es natural, y salí del colegio. La cola había crecido y ya llegaba a la esquina. Justo al doblarla pasé por delante de una pareja. Al verme él le dijo a ella, deliberadamente en alto para mi disgusto: Mira, aquí va aquest capullo…"

    Arcadi no se calló, de modo que se paró y le llamó imbécil:

    "Aún le dije imbécil un par de veces más, porque estas palabras tienen inercia y, además, el tipo bajaba la cabeza mientras su mujer lo miraba, y la cola guardaba un silencio absoluto, circunstancias todas ellas que solemnizaban agradablemente mi furia".

    Y es que hay que ser muy imbécil (alienado, dirían los clásicos) para votar a partidos que han dividido a la sociedad catalana, que son incapaces de gobernar y que sólo respiran odio hacia el resto de los españoles que, según ellos, les maltratamos.

    Espada resume estos resultados electorales de esta guisa: "Un nacionalismo despótico, un socialismo inane y una oposición residual han sido una norma en cuatro décadas de autogobierno".