Opinión

El liderazgo que Draghi debe cimentar

    La dura misión a la que Mario Draghi se enfrenta

    Javier Santacruz Cano

    La última crisis de gobierno en Italia que se ha saldado con la dimisión del primer ministro Giuseppe Conte y la propuesta del presidente de la República de formar nuevo gabinete al expresidente del BCE Mario Draghi, es otro episodio más de la perenne inestabilidad política en la tercera economía de la Eurozona. Tras los primeros días de tensiones en los mercados de deuda soberana (la prima de riesgo italiana escaló casi un 20%) en los que no se sabía en qué manos podía acabar la formación de gobierno, el avance de las conversaciones con los partidos mayoritarios en las Cámaras y el probable visto bueno en los próximos días, Draghi será el primer banquero central de la historia del euro que pasa de ser en poco más de un año presidente del BCE a ser primer ministro de uno de los países más beneficiados por la política monetaria que él mismo creó y sostuvo durante prácticamente todo su mandato en Frankfurt.

    Desde el punto de vista político-institucional, pocas personas más idóneas que Mario Draghi para dirigir el gobierno italiano. Llega a la política transalpina en un momento clave en el que el país reclama un liderazgo claro para gestionar una crisis sanitaria y económica cuya comparación en términos negativos sólo se puede hacer con los países que peor han gestionado el 'coronavirus' como España. Según el primer adelanto realizado por el servicio nacional de estadísticas, el PIB de Italia cayó un 8,9% en 2020, con un retroceso cercano al 2% inter-trimestral en el cuarto trimestre del año. De las grandes economías de la Eurozona sólo se vio superada por España en caída: un 11% interanual.

    Pero no sólo se busca con Draghi una vía de salida consistente de la actual crisis. Tan importante o más es una gestión seria y racional de los más de 209.000 millones que llegarán a partir de este año de forma gradual al país procedentes de la financiación extraordinaria europea Next Generation EU, la cual llega con la condición de presentar un plan creíble de reformas estructurales y una cartera de proyectos de inversión con efecto tractor sobre un tejido productivo profundamente erosionado. La presentación del Plan Nacional a la Comisión Europea será, sin duda, la primera "prueba de fuego" de Draghi al frente del gabinete italiano, lo cual le colocará ante su mismo espejo.

    El banquero central que durante años exigió planes de reformas económicas profundas en los países a cambio de mantener artificialmente una política de tipos de interés muy bajos de manera prolongada en el tiempo, ahora se verá si es capaz de formular dichas reformas. El punto de partida es francamente delicado. Tras años de sucesivos gobiernos apoyados en mayorías frágiles de ambos extremos de la política (Salvini, por un lado, y Di Maio, por el otro), los hogares italianos han visto cómo su renta medida en paridad de poder de compra es un 13% más baja que hace 20 años, la tasa de paro es prácticamente equivalente a la de 2000 (11% de la población activa) y se encuentran mucho más empobrecidos, ya que la deuda pública per cápita se ha duplicado, pasando de 18.300 euros en el año 2000 a casi 39.000 euros al cierre del año pasado, sin que al mismo tiempo se haya producido un incremento del ahorro para cubrir el nuevo endeudamiento (la tasa de ahorro nacional ha descendido 2 puntos porcentuales).

    A pesar de que ésta es la situación real de los ciudadanos italianos, Draghi cuenta con un "colchón" que él mismo contribuyó a crear mientras era presidente del BCE el cual, si se aprovecha mejor de lo que lo ha sido hasta ahora, puede ser de gran ayuda ante un proceso reformista. Italia es el país más beneficiado de la Eurozona por la política monetaria expansiva sostenida en los últimos años. Gracias al Draghi del 'whatever it takes', Italia sostiene unas posiciones financieras contra el resto del Eurosistema que sólo se pueden explicar por la generosa intervención monetaria. Al cierre de 2020, Italia tiene el mayor saldo deudor en el sistema de pagos de la Eurozona TARGET2: 516.000 millones de euros, seguida de España con medio billón de euros. La suma de estas dos posiciones deudoras equivale prácticamente al saldo acreedor de Alemania contra todo el Eurosistema (1,13 billones de euros). Pero es que el tercero en la lista es el propio BCE, deudor neto por 341.500 millones, acumulando saldos deudores cada vez mayores desde 2016. Estas cifras son las que mejor retratan una debilidad estructural tan importante como es la dependencia financiera cada vez mayor de Alemania y son la semilla del riesgo financiero si la política cambia en la era post-Merkel.

    No sólo tiene Italia este apoyo. También uno de los más importantes cuantitativamente es el volumen de bonos soberanos en manos del BCE, el cual sigue comprando deuda italiana por encima del peso que Italia tiene en el capital del instituto emisor. De media, las compras han superado el 19%, frente al 14% que debería haber sido el límite. Incluso, en los momentos más duros de la pandemia entre marzo y abril de 2020, el 35% de la deuda comprada por el BCE a través de su programa de emergencia fue italiana, seguida de deuda francesa y española. En este momento, la deuda comprada por el Eurosistema de Italia ya supera a la deuda en manos de tenedores nacionales, sobre todo, bancos.

    En suma, con semejante ayuda financiera detrás, Italia podría (si quisiera) afrontar un proceso reformista de la mano de quien ha sido uno de sus principales predicadores en las instituciones europeas. Sin embargo, no conviene perder de vista quién es cada uno, cuál es su posición y cuáles son los incentivos que tienen los grupos políticos en cada momento. Si Draghi no consigue cimentar un liderazgo claro y con capacidad de imponer severas medidas para el bien del país, se convertirá en otro tecnócrata más, abonando la ya más que prolija lista de gobiernos que pudieron hacer cosas importantes para su país, pero sólo se quedaron en meras intenciones. En este caso sería mucho más sangrante, habida cuenta de que es un perfecto ejemplo de puerta giratoria que no debería producirse nunca entre responsables de la política monetaria y de la política fiscal.