Opinión

Bankia-CaixaBank, ¿operación mercantil o maniobra política?

    La fusión también presenta sus contras

    José María Triper

    Frente a la opinión generalizada sobre los aciertos y los beneficios que depara la fusión entre Bankia y CaixaBank, y sin negar las bondades de la misma, que las hay y muchas, una vez superados los primeros momentos de euforia y de sorpresa empiezan a surgir serias dudas y muchas sombras respecto a la conveniencia de la operación y sobre una sinergias que no están claras, más allá del recorte de gastos derivado de los ajustes de plantilla y del cierre oficinas.

    Cierto es que se va a crear el mayor banco por negocios en España, con un volumen de 630.000 millones de euros y una concentración de riesgo en nuestro país del 100%, y que permite a Bankia salir de la esfera de lo público. Pero, entre los observadores y analistas empieza a asomar la sospecha de que con esta fusión lo que se pretende es responder al problema derivado de la baja rentabilidad de nuestros bancos - Bankia es el menos rentable de todo nuestro sistema financiero- consecuencia de un mal cierre de la crisis anterior y de la política de bajos tipos de interés del Banco Central Europeo. Dificultades a las que se añaden los deterioros provocados por el COVID, que van a ser muy superiores a los registrados hasta hoy.

    Se extiende el rumor de que tras la operación hay un "regalo a los catalanes" que ya pretendieron la absorción de Bankia en anteriores ocasiones

    Las perspectivas son de un aumento de la morosidad y, como apunta un destacado economista y ex responsable político y empresarial, "las fusiones no son una solución de nada, no son más que una operación mercantil y la insistencia de los supervisores en las mismas viene por su incapacidad de dar solución a un problema que han dejado crecer en exceso". Opinión que concluye recordando que el valor en Bolsa de toda la banca española es hoy inferior al de Iberdrola o Inditex.

    A esto se suman las preocupaciones respecto a las limitaciones a la competencia, la excesiva concentración económica y su impacto negativo, social y reputacional, sobre el empleo. Se estima que la fusión va a provocar entre 10.000 y 15.000 despidos, en un país que tiene ya más de 3,8 millones de parados y casi otros dos millones de trabajadores en los Erte, de los que entre el 30 y el 40% no volverán a su puesto de trabajo. Habrá que esperar también a ver cual será el efecto negativo de la operación en las cuentas del FROB, y que medios financieros estiman en unas pérdidas próximas a 20.000 millones de euros para el Estado.

    Y en este escenario empieza a extenderse el rumor que detrás de esta operación mercantil se esconde una maniobra política. "Un regalo a los catalanes", aseguran, que ya pretendieron la absorción de Bankia en anteriores ocasiones y que en 2012 ofrecieron a Rodrigo Rato, un protocolo de fusión resumido en dos folios y medio, y que el entonces presidente de la entidad madrileña rechazó. De hecho, por lo que ha trascendido de la operación se desprende que su sucesor en la Presidencia, José Ignacio Goirigolzarri nunca será presidente ejecutivo de la entidad resultante, cuyo máximo responsable será el actual consejero delegado de CaixaBank, Gonzalo Gortázar.

    Eso, y la bofetada política que la fusión supone para el vicepresidente segundo del Gobierno y sus aspiraciones de controlar una banca pública, al más puro estilo de los regímenes totalitarios. Un Pablo Iglesias al que, como ironizaba un dirigente socialista próximo al Ejecutivo "ya no le consultan ni los menús de los aperitivos en Moncloa" y al que el historiador y catedrático de Ciencias Políticas, Antonio Elorza, definía como "un personaje tipo Mussolini".