La pena como espectáculo, el útero como relato emocional rentable y el sufrimiento convertido en una categoría de audiencia. Marta lo vive y lo vende. Y en esa alquimia moderna de dolor y share, ella es una guerrera. Una gladiadora del drama en directo, que en lugar de escudo lleva maquillaje waterproof. En un plató suavemente iluminado, donde las lágrimas se perfilan como trending topic y la tragedia se programa con escaleta, Marta Peñate apareció —una vez más— para abrirse en canal. Pero esta vez, nos dice, venía a ayudarse a sí misma. Como si la exposición pública de una herida íntima no fuera también, y sobre todo, una producción cuidadosamente calibrada para la franja más jugosa de Telecinco.

Allí estaba ella, flanqueada por Toni Spina, pareja, consuelo, figura sacrificial del reality y testigo obligado de su drama: un aborto espontáneo, sin latido, sin consuelo y con mucha cámara. "No quiero dar pena", dijo entre sollozos perfectamente encajados entre cortes de vídeo y planos detalle. Y es cierto: no da pena. Da una mezcla curiosa de vértigo y fascinación. Porque la tristeza, cuando se factura para consumo masivo, se transforma en un producto televisivo con muy buena cuota de pantalla. El relato fue exhaustivo: desde el manchado leve del martes hasta el momento exacto en que los médicos dijeron "no hay latido" y Marta quedó, según su propia descripción, paralizada, arrastrada fuera del centro médico como heroína trágica de telenovela venezolana. En su drama, Marta no se mueve; flota entre la tristeza real y el melodrama post-producido.

Y, por supuesto, había una justificación noble para el testimonio: ayudar a otras mujeres. Siempre hay una causa superior que santifica el show. Aunque, por momentos, la propia Marta dudó de su cruzada. "Lo he hecho público y no sé si ha sido un error", confesó con la culpa al borde de la lágrima, que en televisión tiene el valor de una exclusiva. A su lado, Toni, que parece recién salido de un casting para novio ideal, asintió con ternura y prometió apagar móviles y fugarse de viaje. Una suerte de exilio emocional para digerir el dolor con cócteles en la mano y auriculares con cancelación de ruido. Pero entre tanto lamento también hubo espacio para el horóscopo emocional: "me decían que no lo contara, que se podía gafar". Y ahí está el verdadero dilema: ¿se malogró el embarazo o se malogró la narrativa? Porque una cosa es tener un duelo, y otra tenerlo con público y patrocinio.

Peñate, curtida en todos los formatos posibles —reality, entrevista, exclusiva y redención—, concluyó con una súplica a la ciudadanía: "si me veis por la calle, no me digáis 'lo siento'". Quiere vivir el duelo en paz, dice, mientras nos lo cuenta con detalle en prime time. Es el eterno conflicto entre la necesidad de compartirlo todo y el deseo de privacidad: dos trenes que se cruzan cada noche en Mediaset. Algo parecido a la falta de coherencia de las Campos...

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