Durante décadas fue una sombra en los bastidores del gran teatro de la moda, un nombre apenas susurrado en los pasillos de Milán, hasta que la muerte de Giorgio Armani, a los 91 años, lo ha arrojado a la luz como si se descorriera un telón. La desaparición del "Señor Armani" no solo deja huérfanos a quienes veneraban sus chaquetas impecables, su minimalismo elegante y su mirada de arquitecto del cuerpo humano. También marca el inicio de la segunda vida de Dell'Orco, ese compañero discreto, amigo, amante y confidente que, tras casi cuarenta años de silencio, se convierte de golpe en protagonista.

Pantaleo "Leo" Dell'Orco no fue nunca un figurante. Lo saben quienes conocieron de cerca al diseñador: fue el hombre que permaneció al lado de Armani cuando la soledad se hizo hueco tras la muerte de Sergio Galeotti, el gran amor del creador, en 1985. Entonces Leo, llegado a Milán desde el sur con una valija llena de ambiciones, trabajaba como publicista, diseñador industrial y, en ratos sueltos, como modelo. Había conocido a Armani en 1976, paseando un perro en los jardines de Via Tiraboschi. Tenía apenas 24 años y, sin saberlo, estaba a punto de entrar en una constelación que lo absorbería por completo.

Giorgio Armani y Sergio Galeotti empezaron como socios comerciales y hacia la intimidad vivieron una historia de amor profunda
Giorgio Armani y Sergio Galeotti empezaron como socios comerciales pero acabaron viviendo una gran historia de amor

En 1980 se integró a la compañía. El talento natural, la elegancia innata y una inteligencia silenciosa lo llevaron, paso a paso, hasta convertirse en jefe del departamento de moda masculina. Allí desplegó durante décadas un sentido de la discreción que lo convirtió en la pieza más sólida del engranaje Armani. Nunca necesitó aparecer en portadas ni sonreír en alfombras rojas: su papel consistía en ser la voz que calma, la mirada que corrige, el oído que escucha. En 2021, cuando Armani lo hizo subir al escenario tras un desfile, el público descubrió de golpe al hombre al que el maestro llevaba décadas confiando no solo sus colecciones, sino también sus pensamientos más íntimos.

Hoy Dell'Orco, de 72 años, casi 20 años más joven que el modista fallecido, es el director creativo de las líneas masculinas Giorgio Armani, Emporio Armani y Armani Exchange, además de presidente del Olimpia Milano, el equipo de baloncesto que Armani convirtió en emblema deportivo. Pero su verdadero poder se cifra en otra parte: la Fundación Giorgio Armani, creada en 2016 para asegurar la continuidad del imperio. Allí comparte el mando con Irving Bellotti, de Rothschild Italia, y con los sobrinos del modisto. El 99,9% de las acciones del grupo está en manos de esa fundación, y el testamento revelará hasta dónde llega la mano invisible de Leo en ese legado. Quienes lo conocen hablan de un hombre esquivo. No concede entrevistas, no tiene perfiles en redes sociales, no frecuenta cócteles ni presentaciones. En una ciudad como Milán, donde la ostentación es la forma más común de respiración, mantenerse al margen es casi un acto heroico. Quizá por eso se refugia en París, donde pasa temporadas a bordo de un barco en el Sena, contemplando cómo la luz juega con el agua como si fuera un desfile de reflejos.

En Per Amore, la autobiografía publicada por Armani en 2022, el diseñador confesó que Dell'Orco era el depositario de todos sus secretos. Compartían la casa en el centro de Milán, pero nunca hubo un comunicado, una foto de beso ni una declaración explícita. Armani prefería los gestos: cuando en 2022 un incendio arrasó su villa en Pantellería, regresó a las llamas para rescatar un anillo con diamante que Leo le había regalado. "Lo tenía que salvar", explicó después. Armani planeó su sucesión con precisión de cirujano. Lo dijo en una de sus últimas entrevistas: quería dejar la empresa en manos de sus seres más cercanos. Y entre ellos, ninguno más próximo que Leo. Silvana, Roberta y Andrea, los sobrinos, completan el consejo de administración, pero será Dell'Orco, el "viudo" que nunca ocupó un primer plano, quien deba pilotar el timón de la casa en medio de la tormenta de un mercado feroz.

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