Hay secretos que se tejen con voces invisibles en los relatos más íntimos, y eso es justo lo que ocurre con Love, Freddie, el libro de la periodista Lesley-Ann Jones. La biógrafa ha ido desgranando, hilo a hilo, la historia personal del cantante de Queen, adentrándose en los entresijos de una vida llena de excesos, luces de escenario y puro rock. De ese entramado surge B, la hija secreta de Freddie Mercury, que ha vivido a la sombra del mito sin poder contar su verdad. Ahora, a pocos días de que la biografía vea la luz, se abre más que nunca: "Para mí, mi padre siempre fue Freddie, no solo una estrella. Pero cuando falleció, tuve que aprender a convivir con la idea de que él ya no era solo mi padre, sino de todos".
La hija —se hace llamar B, como si llevara en sí el pentagrama de un secreto— nació en 1976, en el apogeo de la gloria, cuando Bohemian Rhapsody ya se había incrustado en la memoria colectiva como un himno barroco de libertad. Su madre, una mujer casada con un amigo del propio Mercury, se negó al aborto movida por su fe católica, y los tres —madre, padrastro y el propio Freddie— pactaron un modelo de familia tan fuera de libreto como el artista mismo: la niña crecería en una casa ajena, pero con un cuarto reservado siempre para aquel hombre que entraba y salía como el viento, pero hablaba por teléfono cada noche.
Criada lejos del implacable foco mediático que seguía cada paso de su padre, B se ha abierto y ha contado lo duro que fue crecer sin su apoyo directo, enfrentándose además a la constante reinterpretación pública de su figura. Mientras millones de fans lloraban la pérdida del Dios del rock, ella lloraba a su padre en la más absoluta intimidad. "Tenía 15 años cuando él murió. No fue fácil convertirme en adulta sin su apoyo, sin poder compartir esos momentos que toda familia debería vivir junta", ha confesado.

Pero todo ha saltado por los aires tras la reacción de Mary Austin, la expareja y amiga íntima de Freddie, quien según medios británicos habría negado conocer la existencia de B. La hija no se ha quedado callada: "Estoy devastada. Ella no ha leído el libro y ya hace declaraciones que dañan la verdad de nuestra historia. Durante 34 años ella guardó silencio, y ahora que se publica esto, aparece cuestionándolo todo".
Freddie, según cuenta la autora, dejó a su hija 17 cuadernos personales, confidencias encerradas entre tapas de cuero y tinta. No figura en su testamento porque lo previsto fue otro: un acuerdo privado, legal, pero invisible, como los vínculos que de verdad importan.
"Freddie me adoraba. A pesar de las circunstancias poco convencionales de mi nacimiento, él siempre fue un padre cariñoso y dedicado", escribe B en una carta incluida en el libro.
Y mientras el mundo le recordaba en su relación con Mary Austin, o lo encasillaba en las páginas color salmón del cotilleo sentimental, Freddie vivía una paternidad silenciosa, como esas canciones que nunca interpretó en público pero que tocaba en la penumbra de su casa. Era, según Jones, un "padre entregado", que llamaba cada noche desde los confines de sus giras, que tenía siempre un lugar para ella en su corazón y en su vida errante.